Mundial

España se atasca y lo paga

Incapaz de romper el dispositivo defensivo de Marruecos, pese a controlar de cabo a rabo el duelo, la selección de Luis Enrique se despide de Catar en una horrible tanda de penaltis
Luis Enrique consuela a sus jugadores tras la derrota en la tanda de penaltis

El desenlace ofrece material de primera calidad para debatir sobre la justicia del fútbol. Siendo muy cierto que España mostró un nivel superior y cargó con el peso del partido de principio a fin, resulta innegable que le faltaron argumentos para reflejarlo en el marcador. Frente a un dispositivo muy reservón, fue incapaz de percutir con la eficacia suficiente, su estilo de elaboración con mil y un pases se reveló romo para confirmar el pronóstico durante 120 minutos. La penitencia, sin duda desmedida, la abonó en los penaltis, el lance al que Marruecos fio su destino y supo gestionar con un temple que en absoluto asomó en los lanzadores de Luis Enrique. Es posible que para ese momento culminante, los Leones del Atlas se sintiesen vencedores morales, justo al revés que su rival, y que cuanto ocurrió desde los once metros fuese una consecuencia lógica de ello.

Existe otra lectura sobre los méritos que haría hincapié en que cada selección escoge la forma de competir en función de un cálculo que sale de contrastar el peso de las bazas propias y las ajenas. En este caso, Marruecos era muy consciente de que seguir en el Mundial pasaba por minimizar la creatividad de un bloque mejor dotado para el gobierno de los encuentros y, agazapado, esperó su ocasión para subvertir el orden, el control del combinado hispano. Probó a sorprender en lances aislados, en vano, pero nunca dejó de fajarse por cada balón, poniendo todas las pegas al alarde asociativo de España. Le fue comiendo la moral, asumiendo con entereza el riesgo de que en una acción aislada se le cayese el chiringuito y a la postre su propuesta obtuvo recompensa.

No es la primera eliminada inesperada en Catar, en la fase de grupos ya hubo alguna baja ilustre, pero se pensaba que España impondría una calidad que no se le discute. Su problema, que no es nuevo, estriba en que le cuesta un mundo romper estructuras defensivas estáticas y ayer volvió a ser patente. Bien mirado no es de recibo una producción ofensiva tan discreta teniendo la posesión casi en exclusiva. En otras citas de esta dimensión le sucedió algo similar, pero se pensaba que el nervio del seleccionador contagiaría a sus hombres para elevar el cupo de remates o llegadas profundas. En absoluto, lo prueba que Bono tuviese una actuación poco relevante, salvo si se contabiliza su aportación en los penaltis, con dos atajadas.

El constante dominio de España, más acusado en la segunda mitad, resultó estéril ante la disciplina y agresividad de un enemigo que no engañó a nadie. Sabedora de que una batalla abierta le exponía en exceso, Marruecos planteó la cita como un ejercicio de contención, no le importó disponer del balón con cuentagotas y tirarse toda la tarde basculando en terreno propio a fin de cerrar todos los espacios interiores, así como las bandas. Una forma de resistencia que apenas provocó sobresaltos en el área de Bono, pero que indudablemente entrañaba una altísima exigencia física.

La idea de Marruecos cuajó en el sentido de que limitó muchísimo las maniobras de los de Luis Enrique, redujo su iniciativa a una interminable sucesión de toques de seguridad entre los hombres más retrasados. Durante amplias fases, el asunto consistió en un rondo donde Laporte, Rodri, los laterales y Busquets se hincharon a pasársela entre ellos, con los compañeros esperando un suministro que prácticamente no llegaba nunca. Gavi fue el único que intentó alterar una dinámica muy monótona con su característico estilo que le impulsa a forzar al máximo en cada disputa. Así que su participación fue la más escueta, el técnico le retiró cumplida la hora de encuentro, derrengado, con el uniforme teñido del color del césped, donde terminó a menudo. Con él se marchó Asensio, casi inédito, una isla en mitad de la maraña defensiva marroquí.

El lado curioso de una tónica que cualquiera hubiese anticipado radicó en que a lo largo del primer acto los mayores sobresaltos se registraron en los dominios de Simón. Siendo contados, pues era inviable que recibiera muchas visitas, superaron en número a los generados por España, al menos hasta el postrero ingreso de Morata y Nico Williams, recursos imprescindibles, uno por su condición de rematador y el otro por descaro y vivacidad, para agitar una contienda cuya inercia favorecía los intereses de Marruecos.

Solo a partir del sesenta subieron enteros las opciones de España. El principal motivo fue el cansancio en el cuadro magrebí, bastantes de sus elementos comenzaron a acusar el desgaste que implica perseguir una pelota de propiedad exclusiva del oponente. Nico Williams tuvo bastante que ver en esa fase más comprometida para Marruecos, con varios centros despejados al límite, culminada con una meritoria parada de Bono a falta envenenada de Olmo.

No obstante, tampoco el combinado hispano pudo confiarse, el tiempo extra reservó emociones fuertes en ambos lados. Si bien España acabó la contienda encerrando por completo al rival y Sarabia la tuvo en el último suspiro, en una volea que superó a Bono para rozar la madera e irse fuera, previamente pudo adelantarse Marruecos en una internada trompicada que Chedira remató en un mano a mano con Simón y este, sin vencerse, desvió con la pierna derecha. En los penaltis, pleno de fallos de España, tres de tres. Adiós.

07/12/2022