¿Azar o milagro de San Fermín? ¿Por qué no suceden más desgracias en el encierro? No lo tengo claro, y yo, si algo no sé, pregunto. Hoy estoy con Pablo. Él es relativamente joven, y no hay que tirarle de la lengua. Quizá él me ilumine.
Le pregunto por los accidentes que ha tenido. “Muchos. Me pasó la manada por encima. Otra vez, un toro fue por mí y por otro, a él le dio en la tripa y a mí en el culo, y el toro siguió adelante. A él le destrozó la camiseta; a mí, el pantalón y el calzoncillo. Otro día, otro toro me lanzó contra la pared. Yo quedé en el suelo, a gatas, y el toro, a medio metro. Nos miramos un segundo. A mí se me hizo eterno. Este me deja para el arrastre, pensé. Dio media vuelta y siguió. He tenido muchos accidentes. Muchos.”
Tantas veces tanta suerte…, parece un milagro, ¿no?, intervengo. “No. Son casualidades. Pensamos que tanta gente en la calle y seis toros sueltos es un caos. Pero es un caos muy controlado –responde–. Yo voy solo con el DNI y la llave del coche, y mi mujer y mis hijos ya saben: si no llaman, no pasa nada. Cuando termina el encierro, tienes la boca seca como el esparto.” ¿Y el capotillo de san Fermín?, le pregunto. “Es un dicho. Nada más. El capotillo, todos lo llevamos dentro. Yo, si viene a mi casa alguien de fuera, lo llevo a la capilla. Y tengo en el salón una figura del santo. Pero yo no creo en los milagros. Son casualidades”, zanja de nuevo.
A Pablo le pasó una manada por encima, y los toros le dejan la boca seca, y le han helado la sangre, y le han dejado con el culo al aire, pero, devoción devoción, él siente poca. Hoy pierdes en toda regla, Fermín. Vamos un punto a tu favor y dos en contra.