Un día lleno de emociones en lo profesional y en lo personal, pero también una jornada histórica para el cine vasco. La directora, guionista y productora alavesa Estibaliz Urresola estrenó ayer su ópera prima 20.000 especies de abejas en la Sección Oficial de la Berlinale. Así, desde ya, este “canto a la diversidad” aspira a hacerse con el Oso de Oro, aunque por encima de cualquier otra cosa, lo que su creadora espera es “contribuir a construir un horizonte de aceptación para niños y niñas trans” o de identidades diversas y minorizadas.
Con aplausos y unas primeras críticas de la prensa especializada bastante prometedoras, el filme de esta realizadora residente en Hernani se presentó en la mejor de las compañías, es decir, junto al plantel de mujeres que, desde la interpretación pero también la producción, han construido este proyecto: Sofía Otero –la joven y gran protagonista de la historia–, Patricia López Arnaiz, Itziar Lazkano, Ane Gabarain, Sara Cózar, Lara Izagirre Garizurieta y Valerie Delpierre, aunque no sería justo olvidar al pequeño Unax Hayden.
“Mi deseo es aportar algo, desde mi ámbito de trabajo, que es el cine, a la tarea de aproximar posiciones que aparentemente están muy distantes” en torno a la transexualidad, como explicó la directora de Llodio ante los medios de comunicación, antes del estreno oficial para el público, acto que tuvo lugar por la tarde y en el que estuvieron presentes el ministro de Cultura y Deporte, Miquel Iceta, y el consejero de Cultura y Política Lingüística, Bingen Zupiria.
Sobre una base real
Más allá de lo que pueda pasar con el palmarés de la Berlinale y de las presencias ya confirmadas en el Festival de Málaga –también en la Sección Oficial– y en el D’A Film Festival, será el 21 de abril cuando 20.000 especies de abejas llegue a las salas comerciales. Ese día se completará un camino que, sin saberlo, se inició en 2018, tras el suicidio de Ekai, un niño trans que tomó esta decisión con la esperanza de que esa acción “visibilizara su realidad” y “facilitara el camino a quienes venían por detrás suyo”.
Su intención, tal y como dejó escrito en una carta que emocionó a Urresola y la terminó llevando a hacer esta película, es que “estos niños y estas niñas encontraran un horizonte de más aceptación, con mayor facilidad para ser quienes son, tanto en el seno familiar como en el social”.
No se trata aquí de contar la historia real de Ekai, sino de “recoger ese testigo” para construir “un relato que pudiera contribuir a ese deseo que tenía de construir o de ayudar a pensar un horizonte donde niños y niñas trans o identidades diversas y minorizadas pudieran encontrar un referente donde identificarse”.
Rodada en euskera, castellano y francés, la creadora ha querido escapar de “la narrativa clásica” y la “representación habitual” de personajes trans, “donde encontramos dolor, sufrimiento y conflicto”, para enclavar el relato “en un escenario natural, luminoso, diverso”.
La colmena
Urresola describe en su filme “múltiples despertares”. Uno de ellos es la transexualidad de Aitor, que empieza a reconocerse a sí mismo bajo otro nombre, el de Cocó. La madre respetará el derecho de su hijo a vestirse como una niña, pese a reconocerse desbordada por la situación.
El padre (Martxelo Rubio) considerará que a los ocho años es pronto para darle paso a esa voz que clama dentro de Aitor. Son dos de las posiciones “distantes” que plantea la película, junto con la de la abuela católica practicante y una tía apicultora. “Quizá, a medida que también vaya creciendo y esta familia continúe avanzando, y como sociedad lleguemos a nuevos escenarios, encontraremos más materialidades y más paradigmas posibles donde poder pensarnos”.
Esto “sería ideal para evitar tanto sufrimiento a todas aquellas personas que no consiguen, por más que la sociedad y ellos mismos puedan intentarlo, encajar en estos moldes”. La familia, como en este filme, es “una representación de una microsociedad y es la primera instancia social a la que accede el individuo cuando nace y se cría, inevitablemente en grupo, porque, si no es en grupo, no podríamos sobrevivir”.
En cuanto a la abeja –un animal sagrado en muchas culturas, como la vasca, recordó la directora– como elemento narrativo, en primer lugar está la idea de que son “las garantes de la biodiversidad”. En la colmena, “todos y cada uno de los individuos tiene una función especifica necesaria para la supervivencia del grupo y, sin embargo, la colmena en sí misma es algo más que la suma de los individuos”.
El funcionamiento de la colmena permite a la cineasta abordar esta “tensión entre el individuo y el grupo”, esta constante negociación de “esa necesidad de autonomía frente al grupo y de reivindicarnos como individuos últimos”. “Pero formamos parte de ese magma y de una especie de vinculación constelar con todos esos elementos de la familia de la que no nos podemos separar”.
Un estreno histórico
De todo ello se habla en una producción que se ha estrenado a lo grande, en la Sección Oficial de un festival de categoría A como la Berlinale. “Estar aquí es un sueño”, además con una ópera prima. “La verdad es que es tremendo, no nos esperábamos ni por lo más remoto lo que le está pasando a la película y no podemos recibirlo más que con un agradecimiento infinito”.
“El premio es estar seleccionada en Berlín”, apuntó cuando se le recordó el triunfo que el año pasado consiguió en el mismo marco Carla Simón con Alcarràs. Por de pronto, con la presencia en el certamen, la realizadora ya ha promovido que se reflexione en torno a la diversidad.
Además, en un momento en el que, por ejemplo, se acaba de aprobar la ley trans. “Es un motivo de celebración que se haya aprobado”. Con todo, “el debate no termina con la ley trans. Es un debate al que vamos a estar asistiendo en los próximos años porque las nuevas generaciones vienen empujando con mucha fuerza y tienen mucho que aportar a esa reflexión”.