Era agosto de 2021, recién celebrada la primera jornada de la pasada Liga. La Real había caído por 4-2 en el Camp Nou, resultado que venía precedido por otra derrota, contra Osasuna (3-1), en la final de la Euskal Herria Txapela. Y así, con el entramado defensivo txuri-urdin en entredicho ante la dura campaña que se avecinaba, tuve el gusto de entrevistar en la grada de Zubieta a Robin Le Normand. Obviamente, no me quedó otra que preguntarle al respecto. “¿El equipo está concediendo más que en temporadas anteriores?”. La respuesta le salió del alma. “Joder. Solo hemos jugado un partido”. 20 minutos después, cuando nos despedíamos tras acabar la agradable charla, me sorprendió pidiéndome que adecentara un poco su contestación. “En el texto quita ese joder, por favor”. Le hice caso. Pero un año después recupero aquí la anécdota por tres motivos. Primero, porque el taco de Robin no fue de los gordos. Segundo, porque el tiempo le daría luego la razón: solo 37 goles recibidos en la Liga (menos de uno por encuentro), con 20 jornadas dejando la portería a cero. Casi nada. Y tercero, porque este domingo, después de lo de Getafe, aquella conversación futbolera con el central francés regresó a mi memoria.
Una imagen
De todas las fotos con las que mi compañero Ruben Plaza regresó de La Cartuja, siempre me había llamado la atención una de Le Normand. Cuando Estrada Fernández pitó el final y la Real se proclamó campeona, el defensa ni saltó, ni levantó los brazos, ni se abrazó con nadie. Simplemente se derrumbó y cayó al suelo para celebrar el título a su manera, tumbado sobre el césped. Durante aquella misma entrevista, él lo atribuía al estado de alerta mantenido en los 90 minutos del histórico derbi. “No sé cómo explicarlo. Estábamos jugando y sentía que todos nos encontrábamos por encima incluso de nuestro 100%. El Athletic podía empatarnos metiendo el balón por la escuadra. Pero yo sabía que no nos iban a hacer el típico gol de rebote o como consecuencia de un error. La concentración era total”. No, ese temido gol no llegó, ni el 3 de abril de 2021 en Sevilla ni el pasado jueves en Old Trafford. Pero la del Coliseum Alfonso Pérez es siempre otra película. Una película de terror.
Dos partidos
La cita de Mánchester forma parte ya del libro de oro txuri-urdin. El partido de Getafe, mientras, esperamos olvidarlo pronto. Y sin embargo, aunque parezca mentira, ambas contiendas tuvieron sus puntos en común. En el Teatro de los Sueños, tras una primera mitad muy pareja, nuestra Real sufrió de lo lindo durante un puñado de minutos. Apenas fueron cinco, justo tras el descanso, pero en ellos el United agitó el avispero y pareció sumir el encuentro en uno de esos torbellinos tan típicos de semejante escenario. La salida de Bruno había añadido picante a la receta. Y Brais, emparejado de inicio con Eriksen, se había visto de repente marcando a un Fred que le retenía dentro para dar vuelo al lateral Malacia. Imanol lo detectó rápido. Cambió el esquema ofreciendo la sensación de que tuvo que maniobrar para tapar mejor las bandas. Pero hete aquí que su retoque supuso igualmente una vía ofensiva hacia la victoria. Significó situar a Kubo en el ala izquierda. Y, a estas alturas, el resto de la historia lo conocemos todos de sobra.
Errores
En Inglaterra se superó una fase complicada manteniendo el 0-0. Bien. Y la Real siguió luego concentrada al 110%, como en La Cartuja, para marcar y asegurar la victoria. En el Coliseum, por su parte, el ajuste desde el banquillo pareció llegar igualmente a tiempo, después de media hora inicial para olvidar. Pero luego, cuando el partido cogía ya mejor pinta, emergieron equivocaciones que serían inconcebibles en contextos de mayor pedigrí. Hablamos de circunstancias lógicas y que se explican desde la psicología humana más pura: focalizarse con naturalidad para las citas de alta alcurnia y jugar menos determinado cuando toca bajar al barro. Sin embargo, estas cosas no dejan de fastidiar. Porque, sin errores puntuales de por medio, todo debería haber resultado suficiente el domingo para regresar a casa con la victoria: el emparejamiento de Martín con Ünal para liberar a Pacheco y que este ayudara a Aihen, la salida de tres que terminó desnudando a la medular del Getafe, el chisposo ingreso de Silva o la electricidad de Momo Cho para dañar con constantes sacudidas las zonas que el rival desprotegía. Sí, esa cierta fluidez apareció únicamente durante 30 minutos, desde el 40 hasta el 70, demasiado poco a priori. Pero el volumen de lo generado fue el que fue, bastante grande. Qué rabia.