Al valle del río Nans se lo considera uno de los lugares más atractivo de la Cantabria montañosa y son muchos los visitantes que acuden hasta allí para disfrutar de uno de los entornos naturales mejor conservados y en los que se puede conocer el modo de vida rural más tradicional de esa comunidad autónoma.
Pero todavía se puede dar un paso más, subir un peldaño y profundizar más en el carácter más rural y más natural llegando hasta el pequeño y aislado valle de Polaciones. En él, la belleza natural y la sensación de que se está alejado de todo dejará a quienes lo descubran sin palabras. Será como sentirse Robinson Crusoe sin tener que pasar por el mal trago de naufragar. Todo ello será una actividad de descubrimiento.

El valle de Polaciones con la sierra de Sagra al fondo.
La esencia cántabra
Incrustado en el valle del Nansa y rodeado también por los más conocidos valles del Pas y de Liébana, Polaciones se ha mantenido apartado de las grandes rutas turísticas. Su propia situación aislada en lo más alto de la montaña, con pueblos por encima de los 1.000 metros de altitud y picos por encima de los 2.000.
Este valle de Cantabria está rodeado de majestuosas montañas, por el sur y en la frontera con la vecina provincia de Palencia se encuentra la sierra de Peña Labra y por el norte lo cierra la sierra de Sagra. De oeste a norte la cabecera del río Nansa lo atraviesa y concluye en el embalse de La Cohilla, donde se remansa antes de salir del valle hacia Tudanca por la Hoz de Bejo. Este es el paso natural de entrada y salida de quienes hasta aquí llegan.
El relativo aislamiento con respecto al resto de la provincia ha permitido que la comarca conserve su esencia rural, su arquitectura tradicional y su carácter auténtico, alejándose de la masificación turística. Algo que puede cambiar si se construye la carretera entre Reinosa y Potes, un proyecto que unos defienden por considerarla esencial para que sus vecinos tengan más fácil el acceso a servicios, evitar la despoblación aumentando las posibilidades de desarrollo y otros critican por dañino para el entorno y abrir la puerta a un turismo masificado que perjudique lo que hace hasta ahora hace único este entorno.
Una vez superada la retorcida carretera de entrada, el visitante podrá extasiarse con las praderas verdes se extienden hasta casi el infinito, con los espesos bosques de árboles autóctonos y las casas de piedra que muestran una arquitectura tradicional montañesa que permanece casi inalterada desde hace siglos sin alterar su hermanamiento con el entorno natural.
Pueblos en los que hacer un alto
Varios pueblos y aldeas salpican el paisaje. Ni son muy grandes ni cuentan con muchos habitantes, pero todas son acogedoras y tienen algo que mostrar. Además pueden convertirse en el campamento base desde el que salir a hacer numerosas rutas de senderismo y ascender a preciosas cimas desde las que disfrutar del paisaje.
Polaciones está compuesto por 12 localidades que se pueden dividir en dos ramales si se entra desde el pantano de La Cohilla, cada una con su propia identidad y encanto. Si nos dirigimos hacia Puente Pumar se puede conocer la capital, Lombraña, además de Uznaya y Tresabuela. En cambio, si se busca el cauce del Nansa se pasa por La Laguna, Callededo, Pejanda, San Mamés y Belmonte, aunque para llegar hasta Santa Eulalia, Cotillos y Salceda haya que alejarse siguiendo uno de los afluentes de este río

La ajederezada fachada de la Casa de la Cotera.
De este modo, Puente Pumar, el primero de la ruta este del valle, destaca por el conjunto urbanístico bien conservado de casa de piedra entre las que destaca la Casa de los Coroneles. Estos edificios, y otros que se irán descubriendo el pasado señorial del valle. A este patrimonio arquitectónico se unen la Casona Rectoral y la iglesia de la Natividad de Nuestra Señora. El siguiente hito es la aldea más oriental del valle, Uznayo, que su iglesia de San Cosme y San Damián une un hermoso humilladero y, como señal de que en estos valles la presencia humana viene de antiguo, los menhires de Sejos, en el puerto del mismo nombre.
En Lombraña, merece una visita el edificio de piedra que es sede del Ayuntamiento del valle, que destaca sobre un pueblo en el que los jardines que rodear las vivienda son protagonistas. Además la iglesia Santa Cruz, que también recibe el nombre de San Sebastián, merece una visita para conocer su origen románico. La presencia de los indianos también destaca con la Casona de La Cotera, un edificio protegido que ahora es casa rural. Este recorrido acaba en Tresabuela, cuyo edificio más destacado es la iglesia de San Ignacio de Loyola. Además la altitud de este pueblo permite disfrutar de una magnífica panorámica de esta parte del valle.
Por el lado occidental
Si se opta por el ramal que bordea el Nansa, el viajero se dirige a la zona occidental de valle. La Laguna y Callecedo son las dos primeras aldeas que cruzaremos. Su inequívoco ambiente rural ayudan a comprender que sigue muy viva una forma de vida muy ligada a la naturaleza, a vivir de ella y con ella. En Pejanda , donde el Nansa recibe la aguas del arroyo Bejudal, se encuentra la ermita de la Virgen de la Luz, patrona del valle y honrada con una romería anual. El pueblo que sigue es San Mamés, uno de los pueblos más representativos del valle. Entre su caserío destaca la Casa del Virrey, otro ejemplo de casa de indianos que se pueden encontrar y que cuentan la historia de los vecinos que se vieron obligados a emigrar y retornaron con éxito. La visita acaba con la iglesia de San Mamés y San Cayetano.
Al otro lado del río se alza Belmonte, donde sus casas de madera y piedra rodean la iglesia de Santa María Magdalena. Un enorme fresno ofrece sus sombra y refugio a quienes se detiene a contemplar el lugar.
En dirección sur y dejando atrás el Nansa se llega hasta Salceda, con la iglesia de Nuestra Señora de la Sierra dominando el entorno, tras pasar por Santa Eulalia y Cotillos. En la primera de ellas se puede visitar el yacimiento de un castro prerromano que habla de unos turbulentos tiempos en los que el imperio romano trató de conquistar estas montañas.