Araba

Esther Espinosa, una neska de 100 años

Esta neska veterana espera ansiosa la llegada de las fiestas de La Blanca
Esther Espinosa

Esther Espinosa pasea por su casa. Acaba de volver de la peluquería como cada semana y se ha pintado los labios porque la coquetería y el cuidado personal han sido una máxima en su vida, casi al mismo nivel que la alegría y la positividad de las que siempre ha hecho gala. Estas, y el vinito que se toma en cada comida y el pika txiki que tanto le gusta, son algunas de las razones que explican su longevidad. A sus 100 años derrocha ganas de vivir y de pasarlo bien y espera con ansia el día 4 de agosto.

Ese día baja Celedón y ella estará frente al televisor, junto con su hija Blanca, con la botella de champán a mano para celebrar el inicio de las fiestas en honor de la Virgen Blanca. Prefiere no pensar en los dos años anteriores porque se enfada, “nos han robado dos años de fiestas”, dice, y centra su foco en volver a disfrutar el día 8 del Día de los blusas y las neskas veteranos, con quienes volverá a salir un año más y van unos 40.

Conoció a su marido Floren Ruiz en unas fiestas y de su mano llegó a la cuadrilla que más experiencia y años alberga. Hace 15 años, en diciembre de 2007, Floren falleció, pero Esther, lejos de abandonar su costumbre parrandera, la ha seguido manteniendo y como bromeaba su marido, cada 9 de agosto está en la UVI, haciendo alusión al agotamiento que tiene después de darlo todo. “Ese día se te olvidan todos los males y los dolores”, asegura, aunque un rato con ella basta para comprobar que las limitaciones no forman parte de su vida.

Vive sola, aunque su hija Blanca le llama todos los días y está muy pendiente de ella, en un piso en el que las fotografías con motivos festivos y de las fechas más importantes de su vida están por todos los lados. Ha tenido cuatro hijos y confiesa que ha tenido una vida muy feliz y espera que siga siendo así “por muchos años más”.

Trabajó en Fournier y más tarde cosió en casa para Urraca mientras cuidaba de sus hijos/as. Recuerda con cariño los veranos en los que iban todos juntos de vacaciones y recorrían España, pero tampoco olvida aquella vez que se quedó cuidando de sus dos hijos porque trabajaban y su marido se llevó de acampada a sus dos hijas y las llevó a cortar el pelo para que fuese más fácil peinarlas. “La que lio, menudo corte les metió”, recuerda con una enorme carcajada.

La risa forman parte de su vida y quienes la conocen es algo que destacan de ella. Una vuelta por su barrio sirve para comprobar el cariño que se le tiene. Ella lo siente y también le llega el respeto que le tienen. Reconoce, además, que le gusta que así sea. Por eso cuando un joven viene y le regala un cojín con una foto de ambos impresa o quieren que se haga fotos con alguna recién nacida lo hace encantada. Es normal verla en la compra, bajar a algún bar, echar una partida a las cartas y hacer alguna trampilla cuando ve que le va a tocar pagar el euro que se apuesta.

Vuelta a misa

En su paseo por su casa se detiene frente a un armario. Allí, en una caja, está el traje de arrantzale que se pondrá el 8 de agosto y que ni en pandemia ha dejado de usar. Un pañuelo rojo que le regalaron en 2016 en la cuadrilla, unas alpargatas negras cuyas suelas son la demostración palpable de los kilómetros recorridos por las calles gasteiztarras y un montón de pines, “todos de Vitoria, fiestas o Álava”, que decoran su delantal, completan un uniforme que, tal y como ha dejado dicho a su familia, “el día que me muera, tengo que llevar puesto”. Esther Espinosa mira ese conjunto, echa un vistazo al calendario y piensa en alto: “Ya no queda nada y me voy a plantar con los 50 más 50 en la calle a disfrutar como siempre, brazos en alto y hasta que el cuerpo aguante”.

Volverá a ir a misa a las nueve en San Miguel, posará para la foto en grupo, bailará y a la hora de comer se irá con su familia, pero regresará con el grupo después. “Si me canso me subo al coche de los jubilados”, ríe aludiendo al tren que les acompaña. A su lado su hija Blanca apunta que nunca tiene prisa en marcharse, que para cuando ella insiste en ir a casa, es su madre la que quiere quedarse más. “La vida hay que aprovecharla que nunca se sabe cuándo dejarás de tener esos momentos”, asegura. Esther Espinosa, 100 años muy vividos, y los que quedan.

Esther Espinosa Pilar Barco

02/08/2022