Esther Rebato Ochoa lleva toda una vida dedicándose a la antropología física y ha participado en múltiples estudios que han contribuido a mejorar la vida de las personas. Por ello, la investigadora vizcaina –que ejerce la UPV/EHU– ha sido condecorada con la medalla de la European Anthropological Association. Rebato cuenta a DEIA cómo ha encajado el éxito.
Se ha convertido en la tercera mujer del mundo en ser condecorada con esta medalla. ¿Tienen más dificultades las mujeres científicas para desarrollarse que sus homólogos masculinos?
—Depende de varios factores; del tiempo, de las circunstancias... Ha habido mujeres que se han lanzado más rápidamente que otras, que por su país de nacimiento, su momento vital o sus circunstancias personales no lo han hecho. Pero es cierto que siempre han tenido más dificultades. Hoy en día, no obstante, creo que son cada vez menos.
¿Cómo ha recibido esta condecoración? ¿Cómo se siente?
—Me siento muy bien, muy feliz. No la he recogido aún porque no pude ir al congreso de la asociación en Lituania por motivos personales, pero estoy muy contenta. Son muy pocas las personas que han sido condecoradas con esta medalla.
De hecho, la European Anthropological Association solo ha concedido este galardón en una decena de ocasiones. ¿Por qué?
—No lo sé con exactitud. Cada dos años se celebra un congreso y, hasta ahora, las personas que forman parte de la directiva han considerado que no había nadie merecedor de ella. Lo que sí sé es que es una asociación muy grande, muy potente, en la que participan investigadores europeos, pero también de otros continentes.
En otro orden de ideas, ¿en qué situación se encuentra la investigación en Euskadi? ¿Con cuántos recursos cuentan ustedes?
—Creo que podríamos estar mucho mejor. En general, hay muy poco dinero dedicado a la investigación. Tenemos que buscar financiación a través de proyectos del Gobierno vasco, pero también tenemos que contar con fuentes externas. Y es que no somos comparables a otros países como los nórdicos o EE.UU.. Personalmente, no me puedo quejar, pero lo cierto es que ha habido momentos de mucha sequía. He llegado a pasar demasiado tiempo pidiendo dinero, perdiéndolo para investigar. Las gestiones burocráticas son muy engorrosas, pero conseguimos llegar a nuestros objetivos.
¿Y usted cómo percibe el futuro de la investigación aquí, en Euskadi?
—Soy optimista. Las nuevas generaciones vienen pisando fuerte y, además, hay infinitamente más recursos que cuando yo entré a la Universidad. Cuando mi generación entró al campus de Leioa, solo teníamos cuatro paredes y un lápiz. Y no soy de las primeras promociones. Los jóvenes ahora tienen más recursos, han salido fuera y saben lo que hay. Aún con todo, es cierto que algunos han tenido que emigrar porque aquí, por desgracia, no tenían futuro.
Desde su punto de vista, ¿cuáles son las características de un buen investigador?
—Tiene que estar al día, estudiar y leer mucho y ser muy meticuloso. La docencia también ayuda e investigar ayuda a la docencia. Es un feedback de ambas labores.
La obesidad ha sido una de sus grandes preocupaciones como investigadora. ¿Hasta qué punto es un problema en la sociedad?
—Es un problema muy grave. De hecho, la OMS ha definido la obesidad como una pandemia no transmisible. Es decir, no es como la del covid, aunque sí es cierto que, en parte, es una afección que se transmite por los genes. En síntesis, es una pandemia en parte transmisible. Por ejemplo, un niño de padres obesos será, con toda probabilidad un niño obeso. Los progenitores pueden serlo por ambiente, por genética o por ambas cosas. Ahora imaginase un perro, si su dueño es obeso, él también lo será. Aunque no tengan nada que ver genéticamente, comen mal y no hacen ejercicio.
¿Cuáles son, entonces, las soluciones a esta problemática?
—La prevención a través de la educación en todos los niveles de la población y, por supuesto, el ejercicio físico. También tenemos que reducir la ingesta de grasas saturadas y aprender a comer mejor.