El armario de verano poco tiene que ver con el de invierno y las prendas de abrigo como camisas de manga larga, pantalones gruesos y jerseys de lana dejan paso a prendas mucho más cómodas, menos ceñidas y de tejidos más livianos en las que el color importa más de lo que pensamos.
Mientras los tonos suaves y claros reflejan más luz, los oscuros absorben en mayor medida la radiación solar, de forma que unos colores van a resultar mucho más frescos que otros.
Es importante tener en cuenta que además del color de la ropa hay otros factores, como el material utilizado en su confección, la transpirabilidad de la prenda o el grado de exposición al sol, que también van a influir en la sensación de calor.
Curioso experimento
En lo referente a los colores, por si existía alguna duda acerca de que unos dan más calor que otros, un equipo de investigadores japoneses del Instituto Nacional de Estudios Ambientales llevó a cabo un curioso experimento en agosto de 2020. Este consistió en exponer al sol, a una temperatura de 30 grados centígrados, nueve torsos de maniquíes vestidos con polos de diferentes colores.
Pasados cinco minutos, se pudo observar hasta 20 grados de diferencia en la temperatura de las distintas prendas. Mientras la blanca, la más fresca, se mantenía a la temperatura ambiente, 30 grados, la negra, la más cálida, había alcanzado los 50 grados.
Después del blanco, los colores que mantienen el cuerpo más fresco son el amarillo, el gris y el rojo, aunque este esté considerado como un tono cálido. En el otro extremo, es decir, entre los que más calor dan, se encuentran el azul, el verde y el negro. Esto sirve tanto para prendas monocromáticas como para todo tipo de estampados.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que la temperatura que alcance la prenda no va a depender solo del color, sino que también va a tener que ver, y mucho, el tejido en el que está confeccionada.
Tejidos más y menos apropiados
Para la elaboración de las prendas de verano se descartan tejidos como las fibras sintéticas (poliéster, nailon, acrílicos o polipiel) por ser demasiado pesados y poco transpirables. Frente a ellos, los más apropiados para combatir el calor son los fabricados a partir de fibras naturales.
Este es el caso del algodón, que se presenta como el tejido por excelencia del verano. Tiene un origen vegetal, es fresco, cómodo, muy ligero, transpirable, dispersa el calor del cuerpo y se seca con facilidad. Similar a él, el lyocell es una fibra sintética que se obtiene de plantas como el eucalipto y de material reciclado. Tiene un tacto suave y es fresco, transpirable y biodegradable.
El lino, también de origen vegetal, permite absorber la humedad y es una tela muy transpirable y fresca. Su mayor inconveniente es que se arruga mucho y que a la hora de lavarlo hay que hacerlo bien a mano o en máquina, en frío y sin centrifugado.
De origen animal, los tejidos ideales para el verano son la seda y la lana fría. La seda es un tejido ultraligero con un aspecto elegante, muy transpirable, absorbente, hipoalergénico, con un tacto muy suave y de secado rápido. En cuanto a la lana fría, es un tejido de poca densidad procedente de ovejas merinas, alpacas o vicuñas. Es ligero, flexible, aislante y muy transpirable, lo que lo hace ideal para la confección de prendas de verano.
Ropa refrescante
La industria textil es un sector en continua evolución y las investigaciones dan sus frutos. Shaoning Zeng, profesor de la Universidad de Ciencia y Tecnología Huazhong (China), presentó hace algo más de un año un estudio sobre un nuevo metatejido, el cual tiene la capacidad de bajar hasta cinco grados la temperatura corporal de la persona que lleva puesta la prenda. Está confeccionado con láminas de ácido oxido-poliláctico de titanio con una capa de politetrafluoroetileno y su secreto se encuentra en la capacidad que tiene de reflejar la luz visible, infrarroja y ultravioleta para que el cuerpo no absorba el calor.