Una veintena de migrantes duermen en la cancha de Atxuri, como tantos otros en Euskadi. Alejados de los conflictos, muchos de ellos acuden a diario a estudiar un oficio para lograr una oportunidad. DEIA acompaña a Hafid un día
Cuando nos topamos con un sin techo por la calle instintivamente solemos mirar hacia otro lado, por pudor o mera indiferencia. Pero si una veintena de personas sin hogar duerme en una cancha de baloncesto en la que a diario juegan niños y niñas, de repente pasan a ser el objeto de atención. Y si, además, son extranjeros en situación irregular esta presencia adquiere otra dimensión. Y en este nuevo plano no es difícil que se conjuguen elementos, como el miedo o la sensación de falta de seguridad, que pueden enrarecer la convivencia y dividir la opinión de todo un vecindario.
Es lo que está sucediendo en barrio bilbaino de Atxuri, pero también ocurre en la localidad fronteriza de Irun, cuyas calles acogen diariamente a decenas de migrantes en tránsito a la espera del momento para cruzar la muga con Francia. Traducido a cifras, el fenómeno del sinhogarismo atendido por los servicios sociales de Euskadi abarca a 3.471 personas, el 33% extranjeras. Fuera de la estadística del Eustat hay un número indeterminado de personas, en tránsito o no, que sobreviven en auténtica situación de calle con la esperanza de que se libere una cama en un albergue.
La casuistica es tan variada como desconocida. Las personas migrantes sin hogar son solo números que se tornan en una realidad incómoda que nadie quiere ver frente a su casa o negocio. Pero si no se retira la mirada, bajo las mantas hay personas en busca de una oportunidad para salir de la exclusión. En la cancha de Atxuri la mayoría son jóvenes como Mohamed, Ibrahim, Ayoub o Hafid. Todos son recién llegados desde Marruecos y Senegal. Y todos se levantan a diario cuando aún no ha amanecido para ir a estudiar después de sacudirse la humedad de la noche y tomar una ducha improvisada bajo el chorro de una fuente.