Estamos en Buenos Aires. “¿Bella Vista? Ahí es donde está enterrado Maradona”, responde la gran mayoría de los bonaerenses cuando se les pregunta por este barrio situado al noroeste del Gran Buenos Aires. Solo los más veteranos recuerdan que, antes de que el ídolo deportivo nos abandonara, Bella Vista era conocida como el Hollywood argentino gracias al gran complejo que montó en el lugar Miguel Machinandiarena, un navarro nacido en Aoiz/Agoitz que se introdujo en la producción cinematográfica gracias a sus contactos en el mundo de los negocios y la política.
Los Estudios Cinematográficos San Miguel, llamados así, como su propio fundador, en honor del patrono de su pueblo natal, ocupaban más de 20.000 metros cuadrados. Empezaron a construirse en 1938 a semejanza de los que la MGM tenía en Hollywood. Por ellos pasaron las figuras más relevantes del cine argentino, que protagonizaron los títulos señeros de una notable industria.
“ El agoiztarra Miguel Machinandiarena hizo historia en el celuloide ”
“El primero de los platós se llamó María Isabel en mi honor”, dice María Isabel Machinandiarena, octogenaria hija de don Miguel, como se le llamaba a su padre con todo respeto en la época dorada. “Mi papá nació en Aoiz en 1899 como hijo de una familia de labradores. Fue pastor hasta que su hermano Silvestre, doce años mayor que él, le reclamó desde Argentina, a donde había venido a probar suerte. Tenían también dos hermanas, Rufina, que acabó como monja cartuja, e Hipólita, que se casó en Madrid y tuvo una hija, María Cruz”.
Cabe pensar cómo tuvo que ser el choque emocional del muchacho, que contaba doce años cuando desembarcó en Buenos Aires, al descubrir el Nuevo Mundo. Empezó a trabajar como mozo en una ferretería, ordenando clavos y barriendo el local al final de la jornada. Más adelante pasó a ser pinche del Banco Avellaneda, pero acabó haciéndose con la dirección y gerencia, lo que le permitió abrirse camino en el mundo social bonaerense, en el que siempre dejó constancia de su notable destreza para los negocios. No es extraño que surgieran a su lado potentados buscando, en la confianza del trato, nuevas rutas para sus fortunas, a las que Miguel sabía sacarles provecho.
Un destino apetecible era el Gran Casino de Mar de Plata, donde el dinero cambiaba de mano con asombrosa facilidad. Fue su gran ocasión para hacerse con un pequeño capital. Alguien le sugirió invertir en el cine, una industria que estaba en plena efervescencia en Estados Unidos, y aceptó.
¡Silencio, ché!
“Montar un complejo cinematográfico de aquellas características en Buenos Aires fue un acontecimiento nacional de primer orden. Todo el mundo quería pasar por los estudios, y de paso intentar colarse en algún reparto. Era espectacular. Mi papá se fue a Estados Unidos y visitó la Paramount. Se trajo de allí mucho material con el que su empresa se puso al día”, continúa María Isabel.
Aquel interés por el cine aumentó de forma increíble cuando, en 1940, los Estudios San Miguel introdujeron el sonido, lo que permitió que los intérpretes lucieran sus cuerdas vocales en distintas producciones, algunas de las cuales son consideradas como hitos del cine argentino. La cumparsita, realizada en 1947, fue una de ellas. Hugo del Carril hizo una creación incorporando a Ricardo.
“Hubo una época en que Hugo venía a nuestra casa frecuentemente, porque teníamos escondida a una sobrina suya a la que querían secuestrar. Era un hombre extraordinario. En cierta ocasión, mi mamá le pilló cantando la marcha peronista. ¿Qué hasés?, le dijo. La de Hugo es la única versión cantada que se conserva hoy de aquella tonada”, señala Isabel.
El refugio de Perón
Los Machinandiarena vivían en una gran mansión situada en Belgrano, en la calle 11 de setiembre 1535, entre Pino y Loreto. “Era punto de cita de directores e intérpretes que acudían para hacer planes o preparar el inmediato estreno de su última película. Los invitados, tras la cena, subían a la sala de proyección que teníamos en el piso de arriba y allí cambiaban impresiones”. Esta circunstancia permitía a aquella niña no solo ver las películas en tribuna preferente, sino conocer a sus protagonistas.
“Yo era muy espabilada y jugaba con la mayoría de ellos, apenas sin darme cuenta de que eran las grandes figuras del cine argentino: Libertad Lamarque, Tita Merello, Ángel Magaña, Francisco Petrone, Alberto Castillo, José Marrone, Enrique Muiño… ¡Qué época aquella! Hoy, cuando vuelvo a ver aquellas películas, me suelo decir a mí misma: ¡Qué suerte la tuya, Isabel!”.
También hubo problemas, como cuando, por diversas circunstancias, los estudios argentinos se quedaron sin película virgen haciendo peligrar a la industria. “Fue entonces cuando mi papá tuvo que recurrir al mismísimo presidente, Juan Domingo Perón, y rogarle que le proporcionara celuloide porque de no hacerlo la plantilla de Estudios San Miguel iría al paro. Perón le dijo que a cambio le tenía que hacer un favor: convertir a su novia en una señora”.
Aquella condición revolucionó la casa de los Machinandiarena, porque se descubrió que la muchacha elegida por el presidente como primera dama era una de las actrices secundarias de los estudios. “Recuerdo la reacción de mamá: ¡Esssa!”. “Esa” era Eva Duarte, una oriunda vasca cuya película La pródiga fue retirada de circulación por orden directa de Perón.
“El acercamiento entre el presidente y mi padre fue estrechándose. Los estudios consiguieron celuloide y la situación se normalizó. Cuando Perón trajo a casa a su novia, Evita era una chica muy humilde. El presidente le dijo a mamá: Lina, esta va a ser mi mujer. Ella, extrañada, le contestó: ¿Esto?. Y él: Sí, esto. Quiero que la conviertas en una señora. Déjamela, le respondió resignada. La llevó de inmediato donde el modisto francés que le vestía. Tras verla, dijo éste: Te la llevas, la lavas y le enseñas a ponerse el corpiño. Luego la traes de nuevo. Siguió las instrucciones, la llevó a la peluquería y regresó donde el modisto”.
Así nació Evita
La conversión de Eva Duarte en Evita fue un tema recurrente en casa de los Machinandiarena. Lina, la madre de Isabel, tardó en salir de su asombro ante la transformación que se iba operando en una muchacha en la que pocos habían reparado.
“Una vez en casa, ella le dijo a Perón: ¡Ay, no tengo alhajas! Quiero alhajas. A petición del presidente, mamá llamó al mejor joyero de Buenos Aires, quien se presentó con tres alhajeros. Juan Domingo dijo: Me quedo con los tres. No hace falta que elijas. Así se operó la transformación de Eva Duarte en Evita”.
La amistad entre Perón y Evita con los Machinandiarena pronto llegó a un trato poco menos que familiar. “Nos visitaban frecuentemente. Recuerdo que Eva me regalaba unas muñecas preciosas con las que ambas jugábamos. Como su marido era estéril, un día le dijo a mi madre que le gustaría que yo fuera a vivir con ellos, a lo que mamá le contestó con un rotundo no. En otra ocasión nos confesó que estaba muy preocupada porque se decía que querían envenenar a Perón. Mamá les ofreció nuestra casa, de forma que la pareja comía y cenaba casi todos los días con nosotros, con supervisión del cocinero”.
Le pregunto por los gustos culinarios de Juan Domingo y Evita. “No ponían objeción a nada. Les encantaba el asado que se hacía en la parrilla de la cocina y también el gazpacho que nos había enseñado a hacer Miguel de Molina cuando mamá, tras conocerlo en un viaje a Madrid, le preparó un gran debut en el Teatro Avenida. Vivía en una casa a siete cuadras de la nuestra”.
A pesar del contacto directo que tanto Lina como Isabel tenían con el cine, nunca se pusieron ante las cámaras. La señora Machinandiarena ayudaba a su marido en labores de producción de películas inmortales de la cinematografía pampera: El viejo Buenos Aires (1942), Juvenilia (1943), La dama duende (1945), Juan Moreira (1948), Historia del 900 (1949), El último payador (1950)…
“En cierta ocasión, en pleno rodaje de una película, el director le dijo a mamá: Lina, necesito dos chicas gemelas, que sean idénticas. De aquella convocatoria salieron Silvia y Mirtha Legrand, dos leyendas argentinas”, apunta.
Isabel Machinandiarena tiene en su casa cincuenta y seis de las cerca de ochenta películas que se rodaron en los Estudios San Miguel. Las ve una y otra vez. Sabe que pertenecen a una época gloriosa que culminó en 1973, cuando el entrañable Leonardo Favio rodó Nazareno Cruz y el lobo. Los estudios cerraron al año siguiente y al poco, el 5 de junio de 1975, moría don Miguel. Los nuevos propietarios del terreno demolieron aquellas grandes naves. Hoy solo queda el solar, una placa marcando el lugar, las películas y los recuerdos de quienes vivieron la época. Como Isabel.
De pura cepa
“Cuando a mi papá le preguntaban por sus ideas políticas solía decir que él era vasco y punto final. Sabía euskera y cuando se ponía nostálgico nos hablaba de su pueblo, de los paisajes navarros que tuve ocasión de ver en una ocasión… Por cierto, que la casa donde nació sigue en pie, cerca de la parroquia. ¡Qué lindos aquellos lugares por donde anduvo con los rebaños de ovejas! Cada vez que lo pienso... ¡Mi papá en esos menesteres!”, recuerda Isabel.