Una pantalla gigante para ver jugar a España la final de la Eurocopa en Iruñea, gobernada por un alcalde de EH Bildu, aunque me imagino que no será por su gusto. Gol por toda la escuadra de los que, según los ratos, se dicen constitucionalistas o defensores de la Navarra foral y española.
Al otro lado de la línea nada imaginaria, motivo para el rechinar de dientes, si bien no para la sorpresa. Salvo que queramos engañarnos en el solitario, sabemos que en el viejo reyno la sociología apunta más al rojo y gualda que a la tricolor.
¿Y qué pasa en la demarcación autonómica? Pues que, pese a las insistentes reclamaciones de representantes públicos del PP, Vox y, quizá con menos énfasis, del PSE, de momento estamos libres de pantallas gigantes para contemplar las evoluciones del combinado que aquí muchos tienden a llamar “la roja” porque su nombre real quema en la boca; todavía queda algún recalcitrante de mi gremio que la nombra como “selección estatal”.
Sobre todo, jóvenes
Siento ser portador de noticias poco gratas, pero me temo que nos quedan cuatro teleberris (o tal vez, telediarios) para que las plazas de cualquiera de nuestras localidades se llenen de enfervorecidas hinchas del conjunto hispano vibrando con sus evoluciones frente a una tele de chopecientas pulgadas financiada por las arcas municipales.
Si tienen ojos y oídos, estos días estarán viendo y escuchando lo que hace apenas quince se nos antojaba inimaginable. Ante cada encuentro de los de Luis De la Fuente nos encontramos convecinos ataviados con la elástica que lleva el escudo del reino borbónico dejándose la garganta para animar al equipo que consideran que los representa.
Algunos son talluditos y, según feliz expresión de Xabier Lapitz cuando empezó todo esto en el Mundial de Sudáfrica, simplemente han ido saliendo del armario. Pero si se fijan, la mayoría pertenece a las generaciones más jóvenes, educadas en modelo D o, directamente, en ikastolas.
Ahí hay tema para dos tesis de sociología, tres de politología y, si me apuran, alguna más de antropología.
Pero no maten al mensajero. Yo solo les cuento lo que hay.