Euskadi, con una última etapa con salida en la localidad vizcaina de Amorebieta y entrando en Francia por Gipuzkoa hacia la meta de Baiona, donde se ha impuesto el belga Jasper Philipsen, ha despedido este lunes un Tour de Francia que le será ya inolvidable.
Ha sido el regreso de la gran carrera francesa desde que en 1992, la época de dominio del gran Miguel Indurain, fue San Sebastián el que dio el banderazo de salida a un acontecimiento, con toda probabilidad el evento deportivo anual más importante, que desde entonces se ha enamorado aún más de una afición a la que recuerda en masa en Pirineos y siempre siguiendo a todos los lados a un Euskaltel-Euskadi que no acaba de volver al nivel que alcanzó cuando era equipo World Tour.
Esa marea naranja, ahora más multicolor, ha sido realmente la gran protagonista de estas tres etapas en su tierra, llenando las cunetas y animando a los corredores a su paso, a los vascos, al resto de españoles y a los extranjeros.
A todos, porque así es como entiende la afición vasca el ciclismo. Sólo con que alguien se suba a una bicicleta para competir ya es digno de ser apoyado.
Esa peculiar manera de entender el deporte de las dos ruedas la han demostrado los aficionados en la última semana, en momentos inolvidables.
Como en la presentación de los equipos, el jueves en el Museo Guggenheim, con Indurain de estrella y sentido recuerdo para Txomin Perurena, un grande que se fue unos días antes de disfrutar de la esperada cita, y Gino Mader, el joven suizo del Barhain que se dejó la vida en una barranco en la reciente Dauphiné.
El minuto de silencio en memoria del compañero de Mikel Landa y Pello Bilbao fue lo más emotivo de una tarde que no fue capaz de deslucir ni la inoportuna lluvia que apareció en la capital vizcaina.
La salida oficial de la carrera el sábado en la explanada de San Mamés también fue apoteósica con la gran Joane Somarriba -tres Tours femeninos entre 2000 y 2003- como imagen de un ciclismo vasco encantado de ver cumpliso el "sueño" que todos han coincidido ha sido acoger un 'Grand Départ'.
Ya con la carrera iniciada, Vitoria disfrutó el domingo de la salida de la segunda etapa y con ello de la colosal infraestructura que acompaña al Tour, incluidos camiones de los equipos y el 'Village', punto de encuentro entre organizadores, patrocinadores, invitados y periodistas.
Más tarde, San Sebastián rememoró aquel lejano julio de 1992 con un enorme gentío agolpado en la céntrica Avenida de la Libertad y el Boulevard. Más gente que se sumaba a la ya muchísima que se agolpó al borde la las carreteras durante las dos primeras etapas.
Y remató la faena Amorebieta, el pueblo del desaparecido Gran Premio de Primavera, últimamente reconvertido en Klasika.
Desde donde, abarrotado de público y con el lehendakari Iñigo Urkullu dando la salida junto al director de la carrera, Christian Prudhomme, partió hacia Baiona. También tierras vascas. Pero ya en Francia, hábitat natural del Tour.
Una carrera que sabe que esta semana que ha recalado en Euskadi -previo pago de 12 millones de euros, que las instituciones espera ser conviertan en un retorno de unos 100- será inolvidable para quien la ha vivido. Incluido el propio Tour.