Ha habido tiempo para todo. Para reconocer el papel de las instituciones en la normalización del euskera y celebrar la “valentía democrática” de aquellos pioneros que hace cuarenta años elaboraron, aprobaron y tramitaron la Ley del Euskera. También para agradecer el compromiso de varias generaciones de ciudadanos anónimos por mantener viva su lengua materna, a pesar de las serias dificultades habidas. Entre todos lograron sacar de ese pozo profundo y oscuro a un euskera dañado que ahora quiere navegar por un ancho mar.
Eso sí, las distintas corrientes administrativas y jurídicas a un lado y otro del Adour siguen requiriendo de aquel consenso que posibilitó el renacimiento y la democratización del euskera. Y sobre eso dieron sus opiniones distintas personalidades durante un encuentro organizado por la Fundación Sabino Arana en el que se abordó la situación actual de la lengua vasca en los diferentes territorios vascos, en los que el euskera es oficial, semioficial o no tiene ningún carácter de oficialidad. Todos coincidieron en la existencia de retos que deberán ser abordados sin dilación por las instituciones y las distintas sensibilidades políticas, y también por la ciudadanía, que deberá asumir su responsabilidad práctica en relación al euskera.
Un nuevo ciclo abierto –y que se abre– para trabajar por el fortalecimiento de la lengua vasca en la vida diaria, por la cultura y el ocio euskaldun, por la ciencia y la tecnología en euskera… Y por su reconocimiento en todos los ámbitos y espacios posibles. Así lo vino a solicitar Andrés Urrutia, presidente de Euskaltzaindia, quien abogó por desarrollar y aprovechar las posibilidades que ofrece el terreno cultivado durante estos últimos cuarenta años para revitalizar al euskera “en la práctica diaria, en todos los momentos de nuestra vida, en casa, en el trabajo y en la calle”. Hasta en el Parlamento Europeo, donde la cuestión de las lenguas minoritarias –y minorizadas– está siempre en debate.
Dijo en este sentido el jurista Juanjo Álvarez que todas las lenguas europeas “son iguales en valor y dignidad”, y que la pluralidad lingüística es un derecho de la ciudadanía; lo que significaría que intentar establecer la exclusividad de una lengua “supone una merma y una vulneración de los valores fundamentales de la Unión”. Por todo ello, a modo de conclusión, Álvarez insistió en que “las lenguas minoritarias deben considerarse parte del patrimonio cultural europeo”. En definitiva, que el euskera tiene un valor añadido en forma de identidad diferenciada. O como hace unos días sentenció el consejero de Cultura y Euskera, Bingen Zupiria, “es una manera de saber hacer y de saber ser”.
Los juristas y académicos Gotzon Lobera y Elixabete Piñol dejaron patente su preocupación porque a su juicio, la realidad diaria evidencia la existencia de retos y dificultades a superar. Al margen de lo que puedan hacer las instituciones a través de su acción política, prefirieron poner el énfasis en ese granito de arena en favor de la normalización que pueden aportar las personas en su día a día: “En la calle es muy importante que hablemos primero en euskera, sin vergüenza, porque tenemos todo el derecho a hacerlo”, zanjó Lobera.
Derechos lingüísticos
Por su parte, la doctora en Derecho y miembro correspondiente de Euskaltzaindia, Eba Gaminde, identificó los desafíos y los avances que deberían materializarse para alcanzar una normalización real en el uso del euskera. Por un lado, “encontrar la clave para aumentar el grado de cumplimiento de la regulación y, por lo tanto, garantizar efectivamente los derechos lingüísticos de las personas consumidoras y, por otro, lograr la activación tanto de las personas empresarias y prestadoras de servicios como de las propias personas consumidoras”.
El broche final al seminario llegó de la mano de Eneritz Zabaleta –doctor en Derecho– quien puso sobre la mesa los encontronazos diarios entre la legislación francesa y la voluntad civil. La hegemonía jurídica del francés es incuestionable ya que el euskera no es ni oficial ni cooficial. No obstante, el empeño de esa parte de la sociedad que conoce la lengua vasca está siendo decisivo para no perder el pulso. “El euskera ha de sobrevivir al choque permanente entre esas dos lógicas diferentes: la rígida de la ley y la fuerza del empuje a su favor. Nuestro idioma tendrá que aprender a nadar entre ambas fuerzas, si quiere sobrevivir en el futuro”, valoró.