Con la vuelta al cole llega el quebradero de cabeza de las extraescolares. Los problemas de conciliación y el deseo de que los hijos refuercen contenidos y adquieran nuevas habilidades hacen que muchas familias les apunten a una o varias actividades fuera del horario lectivo. El último informe publicado por el Ministerio de Educación sobre este tema indica que el 90% del alumnado realiza alguna actividad al salir de clase. Existe numerosa literatura al respecto y el Informe Pisa confirma que los estudiantes que participan en extraescolares mejoran su rendimiento académico.
¿Chino?, ¿inglés? ¿danza?, ¿fútbol?, ¿teatro?, ¿robótica?, ¿natación?… El abanico de oferta es inabarcable, tanto como el bolsillo familiar lo permita. Pero, ¿cuántas son demasiadas? Las actividades extraescolares son un componente valioso “para el desarrollo integral de los niños, niñas y adolescentes, ya que ofrecen oportunidades para la formación y el ocio, permitiéndoles relacionarse con sus iguales fuera del entorno escolar”, afirma el pedagogo Erlantz Atutxa. Según el especialista, facilitan que los menores descubran nuevas competencias o fortalezcan las que ya poseen, además de enseñarles a organizar su tiempo y responsabilidades, equilibrando tareas escolares y tiempo libre.
Sin embargo, la sobrecarga de extraescolares puede tener consecuencias nocivas. Los niños, niñas y adolescentes pueden experimentar “ansiedad, frustración, tristeza, baja autoestima o una disminución de su rendimiento académico”. Según este experto, detectar una sobrecarga en estos términos requiere reflexionar sobre el tiempo dedicado a la escuela, deberes y actividades adicionales, comparándolo con el tiempo que los adultos dedican al trabajo.
“La universidad de Barcelona –dice– hizo un estudio que decía que el máximo debía ser cinco horas semanales de lunes a domingo”. Pero depende del menor porque “hay críos que con tres horas a la semana se sienten saturados y eso también hay que respetarlo”. En caso de duda, Atutxa señala que “es muy importante que los aitas y amas vean, escuchen y estén muy atentos a cómo se encuentran sus hijos en cada momento porque muchas veces no son capaces de detectar sus propias emociones o, si lo hacen, no son capaces de verbalizarlas”. Y es este sentido, añade: “Nosotros como adultos tenemos la responsabilidad de guiar a nuestros hijos e hijas en ese camino”. Considera que, en principio, una extraescolar no constituye nunca un riesgo pero reconoce que “ cuando las vamos acumulando al punto de hacer un niño robot que realiza una tarea tras otra desde que se levanta hasta que se acuesta, obviamente, esa saturación encierra un peligro. Genera cansancio y estrés porque los niños, como los adultos, también tienen que disfrutar de tiempo de ocio y descansar”.
Según Atutxa, no existe una edad más adecuada que otra para empezar. “Yo te diría que a partir de los cuatro años ya están capacitados porque tienen todas las competencias básicas para participar en una actividad de grupo. A estas edades se recomiendan actividades que incluyan muchos movimientos diferentes para el desarrollo de la motricidad, como el multikirola, danza, cosas así. También clases de inglés o euskera adaptadas a su edad en las que aprenden cantando y jugando”. Y a medida que se va creciendo las actividades pueden ir variando.
“Cuando tienen siete-ocho años –dice– les podemos sugerir actividades un poco más intelectuales para fomentar su creatividad y dar rienda suelta a sus capacidades artísticas como el teatro, pintura, música, aprender a tocar algún instrumento… Todo depende del desarrollo del menor. Y cuando ya son más mayores el abanico se abre completamente”. Los especialistas coinciden en que a la hora de elegir una extraescolar habría que priorizar las preferencias del menor a los beneficios que, a priori, pensamos que ésta puede aportar. “Siempre es más interesante respetar los gustos porque es su tiempo libre. Pero entiendo que la casuística es muy amplia y que hay niños que fallan en alguna asignatura y que inevitablemente deben meter más horas. Esa es una realidad pero no debería ser la media. Es importante seguir los gustos del niño porque va a hacer esa actividad con muchas más ganas lo cual le ayudará a desconectar”, afirma.
Y la gran pregunta: ¿cuál es la medida perfecta? La clave, explica Atutxa, “ es que no hay claves para encontrar el equilibrio entre la carga de contenidos académicos y el tiempo de ocio. Como ama o aita tenemos que observar a los chavales y ayudarles a encontrar su propio equilibrio. Lo que nos toca a los adultos es orientarles y darles autonomía. Obviamente, cuando tienen cinco añitos no tienen esa capacidad pero a partir de esa edad sí. Hay que ayudarles a identificar cómo se sienten y si son capaces de gestionar toda la carga de trabajo, porque todos somos diferentes”. Esto no quiere decir que se deba justificar todo, “hay que valorar sus emociones, pero también apelar a su responsabilidad y compromisos adquiridos previamente”. Por último, este orientador recomienda que no se usen las extraescolares como castigo porque el efecto sería el contrario al buscado.