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No siguen a rajatabla los postulados del post-punk, aunque muchas de sus canciones son ruidosas y frenéticas y han sido comparados con los grandes referentes internacionales del género en la actualidad (Idles, Fontaines D.C., Viagra Boys). En las canciones de EZEZEZ puede pasar casi cualquier cosa. Asumen riesgos, sorprenden con giros estilísticos inesperados y cambios del ritmo. Y encima del escenario cuentan además con un peculiar y magnético frontman, Unai Madariaga (Bilbao, 28 años). Ahí se transforma, está en su salsa. Su filosofía es la del DIY (do it yourself, hazlo por ti mismo), y con la gira de presentación de su segundo álbum, Katuzaldia (2023), EZEZEZ se han consolidado como una de las bandas clave del nuevo indie de guitarras vasco. El cuarteto (Unai, Eneko, Álvaro y Mikel) disfruta ahora de un breve descanso antes de la publicación de su próximo álbum, previsto para el mes de mayo, y del que ya han adelantado un primer tema en euskañol, puntofinal.
La gira de katuzaldia culminó con un sold out en Dabadaba (Donostia). ¿Qué ha sido lo mejor de la gira?
-A riesgo de sonar a cliché, lo mejor ha sido tocar. Es una puta gozada estar, por ejemplo, en Sevilla haciendo un set de una hora en euskera y que la gente la esté gozando. Es casi ridículo, está casi al límite de lo utópico. Sales de Bilbo y te preguntas cómo es posible que pueda ocurrir algo así. En mitad del bolo en Sevilla me dirigí al público para decirles que estábamos cantando euskera y, no solo no les importaba, sino que querían más. Es guapo romper con esas barreras lingüísticas, o mejor dicho, atravesarlas para que dejen de ser una barrera y la peña disfrute.
¿Quizás haya menos prejuicios de los que pensamos con respecto a este tema?
-Con el público que puede llegar a escuchar nuestra música, que tienen la mente más abierta, sí. Es peña que se te acerca y te dice que les encanta cómo suenan las canciones sin haber entendido ni una palabra. O igual han entendido una palabra como eskerrik asko y te la dicen. Ese feedback mola mucho. Creo que a estas alturas la lucha lingüística está obsoleta, al menos entre la gente que ha ido a ver nuestros conciertos fuera de Euskal Herria.
¿Cuál sería el público tipo de EZEZEZ?
-Hay de todo. Como tenemos muchas referencias a la música que se hacía en los años 70 y 80, pero también intentamos sonar actuales y frescos, abarcamos un abanico muy amplio. Ha habido bolos en los que nos hemos encontrado a padres con hijos en las primeras filas, con cuatro colgados en una esquina y unos abuelos fumando un puro.
¿Como cuando en un bar de pintxos se mezclan generaciones y clases sociales?
-Sí, sí, algo así.
¿Por qué se canceló el concierto de Granada?
-No llegué a entenderlo del todo. A falta de 10 minutos para que empezara el bolo vino la policía y, al parecer, dijeron que en la sala (Planta Baja) no había una rampa para que pudieran acceder por ahí los discapacitados. Si tocábamos, iban a cerrar el garito. Ya había entrado bastante peña y todo fue un marrón.
¿Katuzaldia ha sido realmente el primer disco colectivo de EZEZEZ?
-Me gusta pensar que este es el primero y que el anterior (When I Think Something Is Funny I Smile, 2022) es el disco cero. Aquel era un puente entre lo que yo estaba haciendo en solitario con Eneko (Ajangiz, guitarra) y con este último hemos estado a full los cuatro (junto al batería Álvaro Olaetxea y el bajista Mikel Irigoyen) en el local de ensayo. Ha sido el disco que definitivamente nos ha unido a todos y en el que cada uno ha aportado sus cosas.
¿Por qué componen, graban, producen, mezclan y masterizan todo por su cuenta? ¿Es por una cuestión filosófica o por falta de recursos económicos?
-Un poco por las dos cosas. Cuando la filosofía y los recursos económicos se juntan es la única vía que te queda. Pero si estuviésemos hinchados de dinero lo haríamos de la misma manera, solo que nos iríamos a un baserri de Zuberoa con piscina. Nos gusta hacerlo así, lo sentimos más nuestro. Nos da un poco de cosa que alguien que no pertenece a la banda les meta mano a las canciones. Cuando tienes las herramientas y las ganas de hacerlo por tu cuenta, también va acorde con un tipo de filosofía concreta. Eso sí, procuramos que en el proceso de la mezcla del disco se lo vayamos enseñando a la gente para que nos comenten si les mola o no. Se mira pero no se toca (risas).
EZEZEZ es un grupo muy libre y espontáneo, sobre todo en directo.
-Me encanta cuando veo a una buena banda en un concierto y me sorprende con algo que hacen por la cara. En plan: ¿Por qué estás haciendo esto ahora? A nosotros nos gusta mucho jugar a no repetirnos, a que nunca sea lo mismo. Cuando un grupo tiene un estilo muy marcado y suena muy homogéneo, si no te sabes las canciones, no te van a entrar de la misma forma. Pero si hay un tema nuestro que no te gusta, espera porque a lo mejor lo que viene después sí que te va a molar.
Katuzaldia, arrantzalemarino, puntofinal… Juegan mucho con las palabras híbridas, como el personaje principal de la película Napoleon Dinamyte, que dice que su animal favorito es el ligre.
-(Ríe). No conozco la película, pero en mi caso es, sobre todo, por una cuestión más fonética. Me gusta cómo suena. También me gusta inventarme nuevas palabras que no existen y que son abstractas. Por ejemplo, katuzaldia no es nada en realidad, pero cada uno se puede hacer su propia imagen en la cabeza y será diferente en cada caso.
¿Y ezezez?
-No sé cómo surgió ni de dónde viene, creo que fue cosa de la novia de Álvaro. Me mola por toda la movida fonética.
Dice en la canción puntofinal: “Nire sudurra es muy de vasco”. ¿Cuál es su postura con respecto al euskañol?
-Me parece guay que sea un tema debatible y que ese debate exista. Independientemente de lo que cada uno piense, me parece que mantiene al euskera vivo. En mi caso, ¿por qué no voy a cantar de la misma forma de la que hablo? Con mis amigos y mi familia utilizo el euskera, pero el euskañol también se da en mi ámbito, en la calle: empiezas una frase en euskera y la terminas en castellano. Es muy habitual. Con esta canción ha sido más un ejercicio realista, de abrazar una realidad y ser fiel conmigo mismo.
¿En el próximo álbum habrá más temas en euskañol?
-A lo tonto, sí.
¿Sus referentes son más del pasado reciente (Block Party, !!!) y de los 70/80 (The Fall, The Feelies), que de los grupos actuales de post-punk con los que les suelen emparejar?
-Te hablo por mí (Unai Madariaga), porque cada uno escucha una cosa distinta. Con todo lo relacionado con el rock, el punk o el post-punk tiro a cosas más viejunas de los años 70 y de los comienzos de toda la movida. De todos los grupos con los que nos suelen relacionar tuve una época Fontaines D.C, pero si estoy en casa ya solo me pongo a Idles. En el último año he estado bastante flipado con Ibibio Sound Machine y Crack Cloud. Si escucho música de hoy en día, también me suelo ir al rap, el hip hop o el reggaetón y todas esas mierdas.
¿Reggaetón?
-Sí, tío.
En el libro coral de la escena indie estatal No sonamos tan mal se cuenta que todo cambió con el éxito de Carolina Durante. ¿Cree que este fenómeno ha afectado también a Euskal Herria o aquí hemos ido por otro lado?
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-Estoy muy fuera de toda esa burbuja… No sé muy bien decirte hasta qué punto ha tenido repercusión. Aquí siempre ha habido una movida muy guitarrera y ha gustado el ruido. En una txosna te ponen Alaitz eta Maider y luego suena Su Ta Gar y la peña lo canta igual. Lo que ha habido estos años es un subidón de la música de guitarras en lugar de los sintetizadores y de las bases de ritmos. Y creo que ahí Tatxers han podido ser la banda que ha podido traer las guitarras, no te diré al mainstream, pero sí de vuelta a la actualidad del pop.
Mejor acompañado que solo
Durante la pandemia apareció, como de la nada, un joven llamado Unai que cantaba en inglés y que se movía entre la figura del cantautor rock y folk de gente como Kevin Morby, el Lou Reed de The Velvet Underground o el malogrado Elliot Smith. The living and dying of a man (2021) fue la carta de presentación de un músico al que no le quedó otra que lanzarse en solitario. “Me hubiera molado tener una banda, pero en aquel momento no se dio. Todo es parte de un proceso. Eran canciones de mucho tiempo atrás y me las quería quitar de encima”, cuenta Madariaga.
El cantante, que vive en Bakio, estudió Publicidad pero luego se pasó a Bellas Artes. Ahora se está sacando el máster de profesorado. Empezó solo y ahora tiene una banda. Hay un patrón que se repite en su vida: el de una búsqueda constante. “Eso desde luego, pero no tengo ni idea de dónde me va a llevar esto, porque siempre se van generando nuevas inquietudes. Lo que desde luego no hay es un plan. Es una escapada rocambolesca donde voy rodando cuesta abajo”, resume.