Ante la alusión directa de ser “un escritor en constante estado de guerra”, Raúl Guerra Garrido respondía: “En mi caso, claro”. El autor de la novela Cacereño (1969) falleció ayer en la Policlínica de Donostia a los 87 años. Escritor incómodo para muchos, creó un pueblo ficticio, Eibain, trasunto de los municipios del interior de Gipuzkoa con industrias emergentes que recibieron la llegada de los inmigrantes de otras partes del Estado. El propio Guerra Garrido, nacido en Madrid en 1935, acabó trabajando en la Krafft de Andoain. El choque cultural que él mismo vivió fue el que transmitió en Cacereño, libro que no escapó de una censura blanda. En 2019, la Diputación de Gipuzkoa homenajeó a Garrido por el medio siglo de la publicación de su primera obra.
Asimismo, también fue uno de los primeros en escribir sobre la violencia de ETA. Fue en 1976, con la publicación de Lectura insólita de El Capital, cuando narró el secuestro de un empresario apellidado Lizarraga –la novela le valió el Premio Nadal–, personaje que ya aparecía en Cacereño y al que volvería en Tantos inocentes (1996), su particular versión del crímen de Orozko.
La afilada pluma de Garrido, doctor en Farmacia, y su pertenencia al Foro de Ermua le convirtieron en objetivo de la kale borroka –su farmacia en Altza fue atacada varias veces– y le obligaron a vivir escoltado, algo que abordó en La soledad del ángel de la guarda (2007). Antes, en 1990, abordó la cuestión del impuesto revolucionario en La carta, que le trajo problemas con la editorial que iba a publicarla en un inicio, con los sectores abertzales e, incluso, recibió críticas de los tupamaros de Uruguay.