El ingreso de Finlandia en la OTAN, consumado este martes en tiempo récord, pone fin a casi ocho décadas de una neutralidad militar -inicialmente impuesta por Moscú y luego voluntaria- que casi con seguridad hubiera continuado de no producirse la invasión rusa de Ucrania.
La ofensiva, lanzada por el Kremlin para evitar una posible expansión de la OTAN hasta sus fronteras, entre otros motivos, ha desatado el efecto opuesto, ya que la adhesión de Finlandia, con sus 1.340 kilómetros de frontera, duplica la línea fronteriza entre Rusia y la Alianza.
Además, una vez se integre también la vecina Suecia, cuyo ingreso está bloqueado de momento por Turquía y Hungría, toda la región del mar Báltico estará controlada por los aliados, limitando aún más la capacidad de movimiento de la flota rusa estacionada en San Petersburgo y Kaliningrado.
44 AÑOS DE "FINLANDIZACIÓN"
"Todo lo malo viene del este", dice un viejo refrán finlandés que ilustra la compleja relación de vecindad entre Finlandia y Rusia, marcada a fuego por dos guerras que siguen muy presentes en el imaginario colectivo de los habitantes del país nórdico.
Finlandia perteneció al Imperio Ruso entre 1809 y 1917, año en el que declaró su independencia aprovechando la caída del régimen zarista propiciada por la revolución bolchevique.
Al poco de estallar la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética lanzó una ofensiva sobre Finlandia -con muchas similitudes con la invasión de Ucrania- que desencadenó dos guerras consecutivas entre la joven nación nórdica y el gigante vecino del este.
Finlandia logró mantener su independencia, pero a costa de pagar un alto precio. Moscú se anexionó el 10 % del territorio finlandés, incluida la segunda ciudad del país (Viipuri), e impuso a Helsinki el pago de 300 millones de dólares de la época en indemnizaciones de guerra.
Además, obligó al país nórdico a repeler posibles ataques militares contra la Unión Soviética a través de su territorio y a mantener una neutralidad en política internacional que fue estrechamente supervisada desde Moscú.
Este fenómeno, conocido como "finlandización", impidió durante décadas que Finlandia se planteara siquiera integrarse en la OTAN y estuvo vigente hasta enero de 1992, un mes después de la disolución del bloque soviético.
TRES DÉCADAS DE NEUTRALIDAD VOLUNTARIA
A partir de entonces, la línea oficial de los sucesivos gobiernos finlandeses consistió en mantener su neutralidad militar, aunque sin cerrar la puerta del todo a un eventual ingreso en la Alianza en el futuro.
La llamada "opción OTAN" se volvió desde entonces un tema recurrente en todas las campañas electorales, pero la opinión pública, mayoritariamente contraria al ingreso, hizo que se mantuviese el "statu quo".
Ni siquiera el partido conservador Kokoomus, vencedor en las recientes elecciones parlamentarias y el más ferviente partidario de la entrada del país en la OTAN, se atrevió nunca a imponer su agenda en esta cuestión para no contravenir la voluntad popular.
Finlandia fue estrechando paulatinamente la cooperación con los aliados a través del programa Asociación para la Paz, mediante el que participó en maniobras militares conjuntas y misiones de paz lideradas por la OTAN, como las de Afganistán (ISAF) y Kosovo (KFOR).
En paralelo, aumentó su colaboración en cuestiones de inteligencia militar y defensa con el resto de países nórdicos, especialmente con Suecia, el único junto a Finlandia que no era miembro de la Alianza.
La ausencia de tensiones significativas con Rusia llevó a Helsinki a ratificar en 2011 la Convención de Ottawa y a retirar los miles de minas antipersona que fue sembrando en la franja fronteriza desde la Segunda Guerra Mundial como elemento disuasorio de defensa.
Sin embargo, la anexión rusa de Crimea en 2014 y, sobre todo, la repentina ofensiva a gran escala lanzada sobre Ucrania en febrero de 2022 por el presidente ruso, Vladimir Putin, lo cambiaron todo.
Finlandia y Suecia, temerosas de un Putin agresivo e impredecible, optaron por dejar atrás su tradicional neutralidad y pedir su entrada en la OTAN.
Las autoridades finlandesas no se han planteado -al menos de momento- incrementar la presencia militar junto a la frontera, pero sí han iniciado la construcción de una valla metálica de unos 200 kilómetros en los tramos más vulnerables de la franja fronteriza.