– ¿Qué se entiende por ruido o contaminación acústica?
—Son cosas diferentes. El ruido es la exposición, sea puntual o constante, a unos niveles de intensidad del sonido por encima de 70 o 90 decibelios, a partir de los cuales termina afectando a la audición, generando un trauma acústico: trabajar con un martillo neumático, junto al motor de un avión, en calderería... En todos esos lugares se trabaja ya con protección acústica, como tapones o auriculares. En general, en nuestro día a día, los ciudadanos no estamos expuestos a ruidos que nos puedan afectar a la audición; ni el conductor de un autobús lleva protección al trabajar para no padecer un trauma acústico. Podemos hacer una salvedad con las actividades de ocio, sobre todo entre la gente joven, en conciertos o discotecas donde se exponen a sonidos muy intensos de altavoces.
¿Y la contaminación acústica? El tráfico en la calle, ese tren que pasa cerca de casa...
—Todo eso está muy amortiguado; hace décadas era muy diferente. Los motores de los coches eran más ruidosos, también las actividades industriales... El ruido que nos podemos encontrar en nuestro día a día no nos van a provocar una lesión auditiva. Pero ojo, quizá no te estropee la audición pero para una persona que viva en un piso junto a una autopista estar todo el día oyendo pasar los coches, a 60 decibelios, o que tenga una discoteca debajo de casa, es muy incómodo y perjudicial para la salud.
¿No hay más ruido hoy en día?
—La contaminación acústica que hay en las ciudades ha mejorado mucho; en algunos municipios, incluso los camiones de basura, que antes pasaban por la noche, ahora lo hacen por el día. Sí ha surgido un fenómeno nuevo que antes no existía: cada vez más gente utiliza auriculares y cascos, con tecnología que alcanza intensidades de sonido cada vez mayores.
¿Y el ocio nocturno?
—No es lo mismo el ruido durante el día que por la noche, cuando necesitamos más silencio que te permita dormir y no te despierte.
¿Cómo nos afecta esa contaminación acústica?
—No es perjudicial para la audición, pero todo lo que nuestro cuerpo interpreta como agresivo genera estrés, irritabilidad, insomnio, trastornos del comportamiento... Va a depender de la percepción de cada uno, aunque no sea muy intenso, o de la hora a la que lo estás oyendo.
¿Nos hemos acostumbrado demasiado a convivir con el ruido en las ciudades?
—Hoy en día es casi imposible vivir sin ruido; encontrar el silencio absoluto no sucede ni siquiera en el campo. Estás en el monte y pasa un avión, llevamos el móvil y nos llaman... Vivimos en una sociedad plagada de ruidos.
¿Hay que resignarse? ¿O se puede hacer algo más para reducirlo?
—Todos tenemos que poner de nuestra parte: aprender a convivir con un mínimo de ruido, pero hay que acompañarlo de medidas que acoten los horarios en los que se pueden realizar ciertas actividades, los niveles de intensidad que se pueden permitir, la insonorización de algunos locales según sus actividades, el tráfico...
Todas las medidas que se están adoptando hoy en día para paliar esa contaminación acústica, ¿son efectivas?
—Sí. Dan calidad y confort de vida. Y ojo, que un poco de ruido, por ejemplo para escuchar un coche que se acerca o la sirena de una ambulancia, sirve para alertar de que se acerca un peligro.
¿Hace tanto daño el ruido constante, aunque sea de menor intensidad, que el puntual, aunque sea mayor?
—Una explosión de gas, por ejemplo, provoca un trauma agudo pero también existe el crónico, en personas que trabajan en un ambiente laboral con ruidos por encima de esos 70 o 90 decibelios, sin protección, y que presentan pérdidas de audición a edades muy jóvenes. Y hay que tener en cuenta que esas pérdidas son irreversibles. La exposición al ruido estropea las células del oído interno y esas no se regeneran.