Cultura

“Fue todo un drama decirles a mis aitas que ya había muerto”

Mari Jose Aguirre, la hermana de José María Aguirre, el ertzaina que evitó que los maceteros sembrados de explosivos que pretendían colocar dos miembros de ETA tornaran la inauguración del Guggenheim en una tragedia, recuerda la "angustiosa y larga noche"
Mari Jose camina hacia el Museo de la mano de su marido Ángel.

Cuando se acerca el aniversario de la muerte de su hermano los recuerdos se abren paso a codazos entre los pensamientos de Mari Jose Aguirre hasta alcanzar la primera fila. “Las imágenes de lo que sucedió me vienen a la cabeza como una película. Lo veo todo, las caras, hasta los más mínimos detalles”, dice. Y es verdad. Sus palabras le transportan a uno del brazo hasta aquella “larga y angustiosa noche”, aunque resulte imposible ponerse en su piel.

El 13 de octubre de 1997 Mari Jose estaba haciendo compras con un hijo en Bilbao cuando su hermano, un ertzaina de 35 años que custodiaba junto a otros compañeros las inmediaciones del Museo Guggenheim los días previos a su inauguración, recibió un disparo de un miembro de ETA, al que sorprendió preparando un atentado. “Oímos cantidad de sirenas y pensamos: Habrá habido algún accidente de tráfico en algún túnel. Cuando llegamos a casa, un familiar nos lo dijo. Mi madre estaba en misa, fue mi marido a buscarla y tenerle que decir que había habido un atentado y que José Mari no estaba muy bien fue muy duro, durísimo”, comienza a relatar.

Mari Jose acudió con su hijo mayor al hospital de Basurto, adonde su hermano había sido trasladado. “Vi a muchísima gente, a unos les conocía, a otros no. No sabes muy bien cómo estás. Esa noche fue terrible. Cuando nos dejaron pasar a todos a la UVI, yo ya pensé que mi hermano no salía porque si no, no nos habrían dejado entrar a todos y sin ninguna protección”, recuerda.

En el siguiente fotograma que rescata se ve buscando un momento de intimidad. “Me salí de la sala donde estaba todo el mundo con una silla y me senté en el pasillo. Había allí unos ertzainas protegiéndonos. Y yo no pensaba: A ver si sigue bien, a ver si va a mejor, sino han pasado cinco minutos y sigue vivo”.

Si hay un recuerdo que le encoge el alma, es el de su madre doliente. “Cuando estábamos allí de repente me di la vuelta y vi a mi madre, que se había quedado en casa. No pudo aguantar, se cogió un taxi y se presentó. Y esa imagen...”, se queda sin palabras. “Fue una noche muy larga, muy angustiosa. Mi cabeza decía: Esto no puede ser. Si no es con diálogo... A los amigos los tenemos siempre, hay que dialogar con todos. Eso era lo que sentía”, confiesa sorprendida consigo misma porque “sentía un dolor físico e interior terrible, pero no sentía odio ni rabia”.

Entre quienes acompañaron a la familia en aquellos duros momentos, Mari Jose encontró refugio en dos miradas. “Había mucha gente y al final vi a una pareja. Les miré a los ojos y les pregunté a ver quiénes eran. Él era ertzaina, había sufrido un atentado y estaba muy tocado. Estaban los dos allí igual que dos pajarillos. No sabían a qué habían ido. Les salió. Dios o quien sea les puso allí para mí y me vino bien porque yo miraba, a algunos les conocía, me daban besos, abrazos, pero ellos miraban con alma”, agradece.

Al día siguiente había convocada una manifestación en Zalla, su localidad natal. “Tenía que ir para estar con mi gente, José Mari estaba en buenas manos. Cuando se acercó la hora de salir, recibí la llamada de que había fallecido. Ni al peor enemigo se le puede desear tener que decírselo a los padres. Lo estaba sufriendo y tenía que estar fuerte porque tenía a mis padres mayores, a mi tío y un hijo adolescente. La fuerza me salía por todos los poros”, afirma.

La escena más dolorosa la describe como si la estuviera viviendo. “Fue todo un drama decirles a mis aitas que ya había muerto. Mi madre, desconsolada. Mi padre, agarrándose la cabeza, con unos ojos sin vida. A mi madre le dije: Prefiero un hijo muerto que un hijo asesino”, recuerda y añade un detalle aparentemente trivial, pero significativo. “Nos pasamos dos semanas comiendo coliflor y tortillas de patata. Igual mi madre hacía cinco para cinco que estábamos en casa. A partir de aquel momento no tuvimos vida”.

“Soy una persona de paz”

Con el tiempo Mari Jose se ha dado cuenta de que aquella experiencia traumática la ayudó a conocerse. “No sabía que ante tanto dolor podía estar serena. Me ayudó a saber que soy una persona de paz, dialogante. Habrá quienes no me entiendan, pero yo lo digo desde la punta de los pies”, que es desde donde da rienda suelta a sus sentimientos, sin filtros. De hecho, tras el atentado llegó a sus manos un escrito sobre el acercamiento de presos y, aunque en ese momento dijo: “Yo no puedo ir a visitar a mi hermano, tengo que ir al cementerio”, creía y sigue creyendo que “las familias no tienen culpa de lo que hayan hecho los hijos”.

A día de hoy Mari Jose tiene presente a su hermano hasta el punto de que su hijo le mandó el otro día una foto con su perrita y le confundió con él. “Tuve que mirar tres o cuatro veces que me la había mandado mi hijo y estaba hecha hace diez minutos porque si no, habría jurado que era mi hermano. Fue como un shock”, reconoce. De haber sido José Mari y haberle podido enviar un whatsapp, le habría dicho lo mismo que sintió “el día que ETA entregó las armas: Por fin lo hemos conseguido”.

18/10/2022