Imanol no sabe lo que ha hecho. Dijo el domingo, después de la derrota contra el Barcelona, que a su equipo se le vació antes de tiempo el depósito de la gasolina. Así que claro, ahora nos vienen de regalo unos cuantos días de teorías tremendistas. Desde los que pedirán la dimisión en pleno de todos los (muy buenos) preparadores físicos que trabajan en el club hasta quienes solicitarán los fichajes para el doble pivote de Kenenisa Bekele y Eliud Kipchoge, dos que no se han calzado unas botas en su vida pero que presionarán infatigables. Tiene tela la cosa, porque no parece muy complicado detectar que ni siquiera los mejores atletas del mundo, velocistas o fondistas, pueden correr más rápido que un balón. Los futbolistas de la Real no se cansaron el otro día por estar desentrenados ni por ser unos enclenques. Terminaron reventados, simple y llanamente, porque delante tenían a unos tipos que juegan muy bien a esto. Entre ellos figuraban un tal Pedri (1,74 metros) y un tal Gavi (1,73): músculo a más no poder.
Fatiga evidente
Ojo, el míster tenía razón. Vio desde el banquillo lo que vimos todos desde arriba o por la tele: el paso de los minutos fue dejando a la Real más bien tiesa. La pregunta es por qué. La respuesta, mientras, no está escrita en ningún sitio y se introduce ya en el terreno de lo opinable. Pero yo tengo la sensación de que el Barcelona hizo muchas cosas bien sobre el campo para que a los txuri-urdin se les encendiera el pilotito rojo. Imanol aceptó desde el pitido inicial un partido jugado a degüello, sin respiro, saltando a presionar al rival a la yugular. Y Xavi, por su parte, no hizo ascos al fútbol vertical, intenso y de transiciones rápidas al que asistió Anoeta durante largas fases de la noche. Sin embargo, los culés siempre parecieron más cómodos cuando el encuentro bajó algo sus revoluciones, porque emergía entonces un juego entre líneas que a nuestro equipo no le sobró. Mérito del rival.
La libreta
La pizarra del Real-Barça se vio claramente determinada por la elección del entrenador catalán, quien escogió actuar con un esquema 3-4-3, posiblemente mediatizado por el dibujo txuri-urdin. Cuando tenían el esférico, los blaugranas formaban una especie de cuadrado con sus centrocampistas y buscaban así los costados de Zubimendi, mediante Ferran y su homólogo en el sector diestro (Pedri primero y Gavi después). Cuando defendían, mientras, presionaban mutando a una especie de 3-4-1-2 que se adaptaba como un guante al rombo blanquiazul. Con Dembélé y Balde (carrileros) tapando dentro y Christensen dispuesto a ejercer de bombero saltando a por Silva, los pasillos interiores quedaban bien tapados para los de Imanol, quienes se vieron así en la tesitura de decidir. Podían haberse dedicado a golpear en largo y a buscar atacar a partir de las caídas. Apostaron, sin embargo, por afinar sus guitarras y convertir el duelo en un concierto de rock and roll. Corrieron riesgos. Salieron en corto a través de los laterales. Y acercaron a la cal a Brais y Merino para que pudieran recibir escorados. Salió bien. Sirvió para generar lo suyo. Pero el 2-1 nunca llegó.
Cuestión de ritmos
Porque la Real tuvo sus ocasiones, durante todos esos minutos en los que el partido cansaba hasta a sus espectadores. Cada pase, cada toque, cada movimiento y cada metro recorrido tenían una intención concreta y agresiva, con las porterías de Remiro y Ter Stegen como objetivo directo. Pero mientras los guipuzcoanos mostraron siempre una fidelidad a prueba de bombas hacia semejante escenario, el Barcelona comenzó poco a poco a coquetear con ritmos más trotones que, paradójicamente, imprimían al balón una velocidad endiablada. Acertó Xavi retrasando a Pedri al doble pivote, ofreciendo así a Frenkie De Jong un socio de garantías en la zona de creación. Y, con la nueva posición del canario como punto de partida, el sistema culé, rígido de inicio, se convirtió en cada vez más líquido. Ferran aparecía en banda, el propio Pedri se incrustaba entre los centrales, Gavi se movía entre líneas…
Persiguiendo sombras
La Real, teóricamente ajustada e incluso cómoda en el contexto previo de arrebato, se vio de repente persiguiendo sombras y llegando tarde a casi todos los balones, panorama ante el que achicar agua atrás pasó a convertirse en prioridad. ¿Tardaron en llegar los cambios? Quizás, pero es fácil hablar ahora, cuando durante el partido nunca dejó de vislumbrarse la opción de enganchar algún contragolpe con Silva, Isak y Kubo. ¿Se cansó el equipo? Pues claro, faltaría más. Y así lo reconoció Imanol, de cuyas declaraciones solo me chirría una cosa. Él mismo se ha cansado de repetir, con más razón que un santo, que apretar arriba durante 90 minutos a este tipo de rivales (Madrid, Leipzig, PSV, Manchester United…) resulta imposible. ¿Ahora estima que sí se puede? ¿No le entendimos bien el domingo en Anoeta? ¿O sus palabras llevaban algún mensajito codificado? Con el tiempo nos enteraremos.