la mejor versión del carácter de Osasuna sale a la luz en los momentos críticos, cuando siente en la nuez la presión de la soga del ahorcado. El centenario espíritu de supervivencia se hace presente, el miedo a la derrota no tiene espacio y ganar no es una consigna sino una obligación tan natural como respirar.
Es cierto que, en algunas ocasiones, esa urgencia ha superado a plantillas con poca personalidad y ninguna fe, pero, por lo general, a la hora de encarar remontadas, de fraguar milagros deportivos, Osasuna tiene un currículum de consumado especialista. El año pasado, en estas mismas fechas previas al parón navideño, con 16 jornadas cubiertas, el equipo de Arrasate era penúltimo en la clasificación, con 13 puntos en la cuenta corriente y a dos de la permanencia. Entre consignas de que el entrenador no se toca y mensajes motivadores de los futbolistas, Osasuna no solo salió del fango sino que unos meses después terminaba el Campeonato en una cómoda posición en mitad de la tabla.
Hoy, el equipo atraviesa una racha negativa similar, con nueve jornadas sin ganar, pero con la diferencia de que sigue acomodado sobre un grueso colchón de puntos. Y, al margen de que el juego haya entrado en una fase de confusión, nadie dentro del vestuario parece ver cercano el peligro de meterse en problemas. El partido de ayer es un ejemplo; Osasuna fue más conservador que ambicioso, lo que también es aplicable a su entrenador, que no realizó cambios hasta el minuto 83: debía estar conforme con lo que veía en el campo. Y lo que se veía en el campo era un Osasuna que no hacía apenas concesiones en defensa, pero que desde el minuto uno pecaba de imprecisión y falta de ritmo a la hora de atacar el campo del Getafe.
Ocasiones inmejorables para hacer daño a la contra quedaban arruinadas por un frenazo inesperado en la conducción, un pase atrás de más, una pérdida de balón por falta de dinamismo y de apoyos, y entregas horizontales al futbolista invisible. Hay un ejemplo palmario: dos de los tres disparos que pusieron en aprietos a David Soria llegaron de chuts desde distancias próximas a los 30 metros. Osasuna, sin embargo, parecía cómodo en ese escenario en el que solo Enes Ünal ponía a prueba a un Unai García que hizo noventa minutos correctos. El punto no era mal regalo cuando había poco que reclamar en el apartado de méritos acumulados. También es cierto que a la hora de plantear una acometida final, las bajas de Budimir y Kike García restaban argumentos.
Así que la cosa quedaba conforme con el 0-0, un resultado que no incomodaba a los jugadores a tenor del cachondeo generalizado que había en el banquillo poco antes de que a todos se les helara la sonrisa con el gol de Darío Poveda. Ese cabezazo demoledor es la imagen que diferencia a un equipo necesitado y hambriento de puntos, que porfía con tensión e intensidad hasta que acabe el partido, y retrata el momento anímico actual de Osasuna. Los rojillos parecen carentes de estímulos y en este túnel de malos resultados solo han sido fieles a sí mismos ante el Barcelona. Y el riesgo de meterse en problemas está a la vuelta de la esquina si la plantilla y el entrenador no toman conciencia y recuerdan que si nos confiamos, somos muy malos.