Biniam Girmay se descorchó a toda velocidad y llamó a la fiesta. El triunfo del eritreo, el mejor del esprint de la segunda jornada de la Vuelta a Suiza, convocó el jolgorio, la danza y el colorido. Un cóctel de dicha. La alegría de un país bailando a su héroe. "Este triunfo significa mucho. Sabía que nadie de Eritrea había ganado en el Tour de Suiza, pero ganar por primera vez frente a mi gente fue increíble. Estoy muy feliz", dijo Girmay, que se sorprendió por la victoria.
La felicidad, la espontaneidad y la fortuna entre banderas de Eritrea, que persiguen a su ídolo después de que Girmay se impusiera a Démare y Van Aert, dos ciclistas de la alta sociedad. La África que pedalea, que perfila el Mundial en Ruanda en 2025, agasajó a Girmay con una sonrisa abierta de par en par.
La victoria de un pueblo representado por Girmay. Black power. Se reivindicó Girmay y lo disfrutaron los eritreos, que cantaban y bailaban. La mejor victoria es la compartida. Todo era alboroto. Contrastaba la fiesta eritrea con la concentración de Evenepoel, los cascos con la música para aislarse, mientras hacia rodillo al final del día.
Aislado el belga, segundo en la general tras Küng, a Girmay le perseguían los aficionados tras rebasar la meta feliz con un logro estupendo. Un condensador de emociones en Suiza, donde los relojes de cuco cantan con cierta timidez para no molestar. Al lado del lago que vigilaba plácido la llegada a Nottwill, el festejo eritreo era un maremoto. El triunfo de Girmay desordenó Suiza.
Caída y nervios
Ni en la apacible, bucólica, acaudalada y neutral Suiza se libran los ciclistas de la guerra de las caídas, víctimas de los nervios, la tensión y la ansiedad que provoca la competición. Campo de minas. Con el Tour a menos de tres semanas, cada caída supone un escalofrío.
En la panza del pelotón hubo indigestión. Montonera. Carbono, carne y botellines en el suelo. La imagen después de la batalla. Por fortuna, los caídos pudieron reengancharse al grupo, que fracturado en dos, se recompuso para componer el esprint.
Zukowsky y Schär, que se habían fugado de buena mañana, eran un recuerdo. Como el pulso entre Van Aert y Evenepoel por rascar tiempo en un esprint intermedio que bonificaba. Merckx, que era el más competitivo, el Caníbal, aceleraba bajo cualquier pancarta. Nunca se sabe qué esconden las letras impresas en una tela. Un día lo hizo bajo una del Partido Comunista.
Algunos ciclistas de este tiempo han recuperado ese espíritu de rebañarlo todo, aunque en Suiza no haya pancartas del Partido Comunista. Van Aert y Evenepoel, dos belgas, compatriotas de Merckx, emularon al padrone del ciclismo. Alex Aranburu se mostró, pero se plegó de inmediato.
Remontada de Girmay
Los decibelios se elevaron a medida que se aproximaba el final, que olía a pólvora, a la chispa de los hombres rápidos en una recta larguísima. Más de 3 kilómetros imaginando el final, el punto de fuga de un horizonte sin una curva.
En ese tiempo de preparación, los velocistas se fueron acomodando en las ruedas de sus lanzadoras, en la coreografía que acompaña a todos los asuntos que se resuelven con prisas y urgencias.
Columnas en paralelo. Vías de tren. Con esa formación, ocupando el ancho de la carretera, entró en tromba el pelotón para jugársela al esprint. Van Aert, de natural derrochador, fue el primero en desenfundar su deseo.
Se activó demasiado pronto. Gastó de más. Eso le descartó cuando el eritreo escaló a toda velocidad por la recta infinita y fundió al belga y a Démare. Girmay llama a la fiesta de Eritrea en Suiza.