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Polideportivo

Girmay luce el orgullo africano en el Tour

El eritreo, apoteósico, vence al esprint para entrar en la historia en Turín, donde Richard Carapaz se hace con el liderato, un hito para Ecuador
Biniam Girmay, vencedor en Turín del primer esprint del Tour.
Biniam Girmay, vencedor en Turín del primer esprint del Tour. / Efe

En 1946, antes del Giro de la reconstrucción, Fausto Coppi, il Campeonissimo, alumbró Italia en la Milán-San Remo. Atravesó en solitario el túnel del Turchino, a oscuras y sin asfaltar, para dejar en el retrovisor la silueta de las montañas y encaminarse al sol de San Remo. La Gazzetta dello Sport relató aquel episodio fantástico de uno de los mejores ciclistas de la historia. “Coppi en 24 minutos ha dado luz a un túnel que llevaba 6 años en la oscuridad”.

Un año después de aquella hazaña, Eritrea dejó de ser colonia italiana de manera oficial. Quedó el amor por las bicis, herencia de Italia. Eritreo es Biniam Girmay, que dio luz al África negra en el Tour. Black power. El primer ciclista de raza negra que vence en la carrera francesa: 1 de julio de 2024. “Es una victoria para África y todos los africanos”, dijo con orgullo Girmay. Eritrea se subió a la bici en la década de los 40 del pasado siglo.

Colonia italiana entre 1890 y 1947, las bicis se colaron en el día a día de una nación cuya capital, Asmara, donde nació Girmay, se sitúa en el Valle del Rift, a 2.325 metros de altitud sobre el nivel del mar. Eso es un tesoro para el ciclismo. El diamante negro de la última generación es Girmay. Lloró el eritreo. Lágrimas negras. De felicidad, de dicha, de reivindicación. Nada como la alegría interna para dejar que broten las emociones. "El viaje de Eritrea ganar en el Tour de Francia es mucho más difícil de lo que se puede imaginar", dijo el vencedor.

Hace más de un siglo, en 1896, un ciclista de raza negra asomó en la París-Roubaix. Su presencia fue un acontecimiento, una rareza, puro exotismo, más si cabe en la Europa de finales del Siglo XIX.

Hippolyte Figaro le apodaron Viernes, al igual que el personaje de la novela Robinson Crusoe. Viernes era un caníbal. El apodo de Hippolyte, nacido en Isla Mauricio, remitía directamente al racismo.

De él se supo nuevamente cuando el ruandés Joseph Areruya, otro ciclista de raza negra, se alistó al Infierno del Norte en 2019. Se pensó, equivocadamente, que el ruandés era el pionero entre los adoquines más famosos del mundo. Entre las piedras venció Girmay en 2022. Campeón de la Gante-Wevelgem. Ese mismo año logró una victoria para los arcanos en el Giro.

Dos años después, el eritreo atravesó otra frontera. Derribó otro muro. Se subió a la historia del Tour en Turín en un esprint extraño, el primero de la carrera francesa. Girmay se adentró en la historia arriesgando. Probablemente no exista otra senda que la de la osadía para ser un pionero.

Biniam Girmay celebra la victoria con un compañero de equipo.

Biniam Girmay celebra la victoria con un compañero de equipo. TIM DE WAELE / POOL

Halló Girmay el hueco justo para iluminarse en paralelo a las vallas. Por allí, por ese desfiladero que exige arrojo y determinación, Girmay encontró su mejor victoria, la que siempre había soñado. Derrotó por derecho a Fernando Gaviria, Mads Pedersen y Arnaud de Lie, que no pudieron desviar el feliz encuentro de Girmay con la historia.

Carapaz, nuevo líder

También se coló por una rendija hacia los arcanos Richard Carapaz, nuevo líder de la carrera francesa. El ecuatoriano adelantó a Pogacar, de paseo, en la llegada. Emparejados a tiempo, ese sorpasso sobre la línea de meta, fijó a Carapaz en lo más alto de la peana del Tour, otro episodio dorado para el anuario de la carrera. Otro hito. Hace un año, Carapaz se retiró del Tour, dolorido, por una grave caída camino de Bilbao. La vida siempre concede una revancha.

Pogacar sonrió ante el movimiento de Carapaz, mientras invitaba a Evenepoel que le sobrepasara. El belga arqueó una ceja. Nadie quería el amarillo. No al menos tan pronto. Carapaz lo deseó. “Vestir de amarillo en el Tour es inmensamente grande”.

Grande es la figura de Coppi. El Tour se postró de rodillas ante su mito. Frente a Fausto, campeón de cinco Giros y dos Tours, uno de los ciclistas más grandes de todos los tiempos, se arrodillaba la Italia de posguerra a su paso. Famélico, perfil de hilo, apenas un tira de piel y hueso, Coppi fue un dios. Al italiano le anunció un mesías ciego, Biagio Cavanna, un masajista, curandero y chamán capaz de radiografiar el potencial de un ciclista tras palparle en su camilla.

Richard Carapaz, nuevo líder del Tour, emocionado.

Richard Carapaz, nuevo líder del Tour, emocionado. Efe

Cavanna anunció que Fausto sería un grande. Se equivocó. Coppi fue un coloso. Un ciclista que enraizó en la memoria colectiva de un país que cuelga el ciclismo en un altar. En cada conversación, en cada recuerdo, aparece Coppi, un ser superior a pesar de su figura desgarbada cuando se bajaba de la bicicleta y sus ojos saltones miraban al pueblo con timidez. Entonces era un hombre, no una deidad. Italia, religiosa, venera a los dioses y Coppi lo fue más que ningún otro.

El Tour, en su tercer pasaje italiano, se adentró en el legado de Coppi, Un uomo solo è al comando. Atravesó Tortone, donde falleció, en 1960. Coppi fue el primer ciclista que cosió el doblete Giro-Tour en 1949. Repitió la hazaña en 1952.

Es el reto que rastrea Pogacar, de amarillo en tierra de Coppi. El esloveno recuperó la prenda de los campeones dos años después de la sacudida del Granon, cuando se quedó hueco, deshabitado, ante la ofensiva de Roglic y Vingegaard. En Turín se lo prestó a Carapaz.

El Tour luminoso del amanecer, fulgurante sus dos primeros actos, de amarillo Pogacar, brillante Vingegaard, el campeón que defiende los dos últimos títulos y que se personó en Florencia con el maillot prensado de incógnitas, resueltas después en los fastos de San Luca, se inclinó por la grisura en la etapa más larga de la carrera. Esperaba, a los lejos, Turín. Abrahamsen y Kulset intentaron enganchar a alguien para su aventura.

Inacción en el pelotón

No convencieron a nadie. Ante la inacción, se convencieron del sinsentido en un día diseñado para el esprint. Los noruegos desistieron. Dejaron una imagen poco edificante. Pareció un plante. Echaron pie a tierra y esperaron, tranquilos, en la cuneta a que el pelotón llegara a su estación. La protesta, si lo fue, estableció un mal precedente. Hubiera bastado con que sosegaran el ritmo, pero eligieron pararse.

El Tour se hamacó entonces durante una gran puñado de kilómetros, solo aliviada la visión por la llanura padana y los estupendos paisajes que cosen el patchwork de Italia. Después del festival de las dos etapas iniciales y del calor que aplastaba sombras, que las deshidrataba, y el Galibier abriendo las fauces como en una pesadilla para el día siguiente, el Tour se acomodó en la intrascendencia.

Como todo estaba tan parado que parecía El proceso de Kafka, el del hombre que espera sin saber muy por qué, Fabien Grellier, un francés del Total Energies, derrochó energía para ofrecer algo de entretenimiento. Apenas un peón anónimo para decorar la función.

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Estrenaba la carrera la norma de seguridad para posibles finales accidentados, ampliando de 3 a 5 kilómetros la zona de protección. La medida no logró rebajar la tensión porque todos, velocistas, nobles y demás quieren estar delante.

Se fue al suelo Jasper Philipsen. También otros. Nadie es ajeno a ese baile loco, de impulsos, arrebatos, nervios y estrés. Inherente a los finales que pueden ser los principios. Ocasos para un nuevo amanecer. Un día para la historia. Girmay luce el orgullo del África negra en el Tour.

2024-07-02T16:04:04+02:00
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