Esta estupenda locución latina, muy recurrente en otra época, venía a significar aquello de hacer las cosas sin ningún interés pecuniario y con un único sentido colaborativo: vamos, echar un cable por amor al arte. Hubo un tiempo en el que no se ponía precio a trabajar por la buena vecindad y nadie pedía nada a cambio por contribuir a la mejora de la calidad de vida de los barrios. Los padres y madres se ofrecían para traer a los hijos de la verbena, ayudar en la trastienda de los clubes deportivos, cobrando entradas, barriendo el frontón o incluso arreglando el tejado de la iglesia si se comulgaba con la causa.
Hoy cuesta encontrar ayuda desinteresada y está en riesgo recuperar aquella cultura cooperadora, que surgía espontáneamente. La sociedad en general se ha hecho menos altruista y las campañas se regulan burocráticamente a través de intermediarios que a veces generan recelo y desconfianza. Hoy nos cuesta mirar a los ojos al vecino que pide ayuda y tener gestos empáticos con quien la necesita pero hubo un tiempo no tan lejano en el que la solidaridad era así: gratis et amore.
Mucha gente invertía tiempo, esfuerzo y hasta dinero en favor de otras personas sin esperar nada a cambio haciendo bueno el hoy por tí y mañana por mí. Ahora mismo muchas pruebas deportivas, no pocas asociaciones y colectivos basados en la colaboración desinteresada están en serio riesgo de desaparición. Está muy bien regularlo todo, y es una forma de organizar las manos que se ofrecen, pero cuando se pone precio al voluntariado se esfuma el altruismo.