Santander parla italiano en la Vuelta. Junto al mar rompieron Alessandro Petacchi, Giovanni Lombardi y Mariano Piccoli consecutivamente hace dos décadas. Fue en el comienzo del siglo XXI. El efecto 2000 en pleno apogeo. Italia era una superpotencia. Ahora le cuesta respirar aquella grandeza resquebrajada como el casco antiguo de Palermo, decadente en su belleza.
A Santader, con ese aire señorial, se llegaba a través de la lluvia, de la metralla de un día oscuro, plomizo y desconsolado que contempló el pulso frenético entre la fuga y las fauces de le pelotón. Xabier Isasa, el puntazo naranja del Euskaltel-Euskadi, se revolvió hasta el final, pero en el callejero de Santander, tras una travesía formidable, tuvo que entregarse junto a Gregaard y Guernalec, engullidos por la jauría de lobos.
Cerrado el cielo, abrochada la gabardina, los cuellos elevados y el sombrero puesto bajo el aguacero, la tormenta sacudía los miedos. El instinto de protección se impuso entre los mejores, felices de no contar daños.
El asfalto era una pista de patinaje, un escalofrío negro. Un espejo en el que se reflejaba el miedo y en el que posó victorioso Groves, un Gene Kelly con sus pasos de baile felices y dicharacheros en el esprint.
Sin Van Aert en la carrera, vestido de verde, el mejor velocista de la carrera acertó en la diana. Obtuvo su tercer laurel en lo que va de Vuelta. Hat-trick. Batió con autoridad a Bittner en un esprint que quisieron deshacer Campenaerts y Schmid. Pau Miquel fue cuarto y Xabier Berasategi, décimo.
El pelotón acabó con la revuelta en la llegada, en paralelo al mar, donde desembarcó el australiano a toda velocidad. La ola que rompió con fuerza una día calmado para los nobles, de la mano en Santander.
O’Connor, que se perdió la ceremonia de podio la víspera en Lagos de Covadonga porque en medio del cansancio y el esfuerzo extremo pensó que no era líder, subió a saludar. Para el australiano, la Vuelta es un festejo.
Un duro puerto
Las laderas, verdes, exuberantes, formidable resplandor, caían sobre una lengua de asfalto burlona y provocativa que era una soga para los gaznates y plomo para las piernas. Una carretera extraviada en ninguna parte camino de Santander. Era el alto de La Estranguada, una serpiente bella y resbaladiza que reptaba por muros. Una joroba demencial. Otra empalizada con rampas de garaje y desniveles enajenados. Ni tan siquiera un final. Apenas un puerto de paso.
Los tics y vicios de la Vuelta no descansan. Las rampas imposibles y la lluvia impidieron a muchos traccionar. Llegó el desconsuelo de echar pie a tierra. Era imposible avanzar. La imagen retrató otra de esas ideas que retumbas geniales en el cerebro hasta que la realidad demuestra lo contrario. Nada como el método empírico para desacreditar las ocurrencias.
La fuga con Champion, Gregaard, Guernalec y Xabier Isasa supuraba ambición y valentía frente a la tibieza del pelotón, con el gesto quedo, subiendo para no caer. Desterrada cualquier brizna de agitación. La carretera, húmeda, estrecha y descarnada no invitaba a tomar riesgos en el descenso.
En el alto de El Caracol, las rampas adelgazaron, aunque no el incordio. Los fugados compartían dicha una vez Champion solucionó los problemas mecánicos e Isasa se recompuso del desgaste de La Estranguada.
Pacto entre esprinters
A espaldas de la fuga, en la que Isasa lucía osado la bandera naranja del ciclismo vasco, el Alpecin, los lebreles de Groves; el DSM, los muchachos de Bittner y el Kern Pharma, guías de Pau Miquel, sellaron un pacto de no agresión que romperían el esprint. El Kern Pharma se ha desacomplejado en la Vuelta en la que es un gigante.
Las dos hazañas de Pablo Castrillo, elevado a los altares en la Manzaneda y en el Cuitu Negru, han sublimado la confianza de la escuadra navarra a cotas inopinadas. Destrozado el techo de cristal, han derribado la puerta para protagonizar la carrera. De artista invitado a galán de la función.
Cohabitaron en una dulce marcheta. Hasta entonces serían amigos y cómplices a través de los parajes pasiegos, donde la naturaleza todo lo domina. El ser humano es apenas un ocupante, una anécdota que convive en un ecosistema exigente, duro, en el que la ganadería se armoniza con el ecosistema. Los nobles borraron los dos puertos de sus hojas de ruta en un acto reflejo de autoprotección.
Prudencia y renuncia
Eligieron la prudencia y la corrección. La renuncia. Sus ambiciones pesan demasiado porque buscan la historia o un fin mayor en Madrid. Los generales pueden sostener esa lógica, esa manera de pensar, pero son demasiados los dorsales de la tropa que manejan el mismo discurso. Es curioso, cuando no se han acercado ni al extrarradio de degustar una onza de alegría. Elevan los hombros y cruzan los brazos como si fueran rentistas.
En las calles de Santander, Xabier Isasa aún respiraba aliento de esperanza 138 kilómetros después de emprender la huida. Le esposaron las ilusiones cuando al día le restaban dos kilómetros. Suficientes para que los velocistas armaran el andamiaje del esprint. Desde ese trampolín se zambulló al mar de la victoria el australiano. Groves canta bajo la lluvia.