Los clientes del batzoki de Derio echarán de menos a partir de ahora al matrimonio formado por Fernando Henares Harry y Begoña Bilbao. No en vano, la pareja ha regentado durante 31 años el local hostelero hasta que la pasada Nochebuena ofrecieron sus últimas comandas antes de empezar a disfrutar de una merecida jubilación. “Fue un día muy emocionante porque los clientes vinieron a despedirse”, relata Harry. Y es que cuando se enteraron que ya no seguirían al frente del local muchas cuadrillas derioztarras lo primero que hicieron fue llamar para reservar mesa y poder comer, por última vez, esa deliciosa porrusalda o las magníficas alubias, entre otros manjares, que tantas veces han alegrado los paladares de los y las derioztarras. “Eran nuestras especialidades”, resumen.
Su historia es la de un matrimonio ligado a la hostelería que tuvo que reinventarse. “Trabajé en una empresa, pero después de irme al paro optamos por coger el negocio”, recuerda Harry, que ya contaba con cierta experiencia hostelera. Desde entonces su buen hacer y el de su mujer, tanto detrás de la barra como en la cocina, les han permitido ir confeccionando a lo largo de los años una clientela fiel que ha ido variando generacionalmente. “Al principio eran personas de una cierta edad, pero luego se ha ido renovando la clientela, ha habido un relevo generacional y últimamente teníamos mucha juventud”, indican.
En sus inicios la actividad se concentraba especialmente a la hora del poteo y durante los fines de semana, con el servicio de cenas. Sin embargo, el punto de inflexión llegó con la entrada de los menús del día. “Tuvimos suerte porque justo cerró un bar que daba menús y recogimos su clientela. Al principio empezamos ofreciendo unos 25 menús diarios y luego hemos llegado a dar entre 60 y 70”, resume Harry. Su secreto era disponer de un buen producto local y de cercanía. “El pescado siempre era del día y comprado en el pueblo”, recalca. También era una seña de identidad la época de txarribodas, entre octubre y diciembre. “Al principio matábamos cerdos, siguiendo la tradición de los anteriores gestores del batzoki” para sorpresa de algunos menores que todavía guardan el recuerdo de aquella peculiar estampa. También se convirtió en un clásico ir a comprar lotería y morcillas o hacer una parada en el camino al cementerio durante el Día de Todos los Santos, fecha en la que el local se llenaba de gente en su mayoría “procedente de Bilbao”.
Con el inicio de la crisis económica, allá por 2008, el negocio se resintió y tuvieron que prescindir de sus empleados. Harry y Bego se quedaron mano a mano, formando un gran tándem en cocina y barra. Su rutina diaria empezaba a las nueve de la mañana y terminaba a las nueve de la noche. Así todos los días, pero los sábados y domingos reservaban las tardes para descansar un poco y poder conciliar con la vida familiar y sus tres hijos a quienes siempre han querido “mantener al margen del trabajo”.
Sobre esta línea, la pandemia les permitió hacer un alto en el camino, acostumbrados al ajetreo diario de un local hostelero. De un día para otro les tocó cerrar el local y quedarse en casa. Durante este periodo, las ayudas habilitadas con motivo de la crisis sanitaria les permitieron capear el cese de actividad. Sin embargo, retomarla no fue nada sencillo. “Empezar fue duro porque no teníamos terraza”, recuerda Harry, que ahora ve que el negocio “se había recuperado y estaba bien”. No obstante, una vez cumplida la edad de jubilación, le ha llegado el momento de disfrutar de una nueva etapa. “Me imagino que ahora haremos lo que hacen todos los jubilados, pasear, potear y disfrutar de la vida del pueblo”, concluye.