DICE que en su niñez pasó "malos ratos", pero se queda corta. Muy corta. Hija de padres alcohólicos, en sus primeros años de vida fue maltratada, abandonada, violada... Un trauma que ha lastrado su adolescencia y juventud. Ahora que ya han cicatrizado las heridas y ha salido a flote, aferrada al salvavidas de su madre adoptiva y un equipo de especialistas, ha plasmado en un libro su dura travesía. Podría haber puesto un punto final tras su drama, pero no ha parado de luchar hasta poder firmar, aunque sea con el seudónimo de Janire Goizalde, una historia de superación. De ahí su esperanzador título: Una nueva vida florece.
Una infancia rota
"Me sentía culpable de todo lo que pasaba"
Bajo el nombre de Janire se resguarda una joven de 23 años "sensible y cariñosa, algo impulsiva y con un coraje para no hundirse admirable". Lo dice su psicólogo, José Luis Gonzalo, quien reconoce que quizás ni él mismo, en su situación, habría sido "capaz de hacer lo que ella ha hecho, de no morir o no desesperarse". Sus palabras cobran sentido cuando se escuchan las de ella, hilvanando un retal de sufrimiento con otro con voz serena y la naturalidad de quien ya ha digerido lo que le ha tocado en suerte. "Mi infancia fue bastante dura porque no tuve una familia que me cuidara. Mis padres eran alcohólicos, siempre discutían y sus frustraciones las pagaban conmigo. Eso me hacía sentir culpable de todo lo que pasaba en casa", avanza. Con apenas tres años, Janire no entendía por qué su padre las maltrataba y solía pensar que ella era "la causante de sus desgracias".
Consciente de su situación, su hermano, que vivía con su abuela "a las afueras, en una especie de caserío", solía ir a buscarla todas las mañanas para que pasara el día con ellos. Pero cuando más lo necesitaba nadie acudió. "Por lo que se ve a mi padre le llevaron a la cárcel y mi madre fue un día de compras, le dio un ataque al corazón y se murió. Después de hacerle pruebas y todo, se dieron cuenta de que tenía una hija y estuve tres días sola en casa con tres años. Me vinieron a buscar, claro", cuenta del tirón, como si hubiera que darse prisa para comprimir tanta desgracia en tan corta biografía.
En el orfanato al que fue trasladada tuvo un respiro, pero le aguardaba otra tragedia. "Los primeros meses estuve bien porque me sentía muy acogida. Luego ya se fue complicando un poco la cosa porque tuve una violación. Había una especie de casetas fuera donde solíamos entrar a jugar. Recuerdo que me metí ahí y había unos cuatro o cinco chavales. Yo tenía cinco años". Este episodio ha dormitado en su mente hasta despertar, recientemente, en la consulta. "El cerebro aparta los recuerdos traumáticos para permitir sobrevivir a la persona. Con el trabajo terapéutico, años después ella ha sido consciente de lo que le sucedió", explica su psicólogo, quien alaba la "encomiable capacidad de lucha y de rehacerse desde la adversidad" que tiene Janire.
Adopción y "caos" en los estudios
"Por una vez tenía una familia de verdad"
El entorno de cariño en el que siempre debió crecer se lo ofreció su madre adoptiva, Miren, cuando tenía seis años. "Quería una niña de poca edad, pero como no había, le enseñaron mi foto y dijo que sí. Me sentí bastante querida. Por una vez tenía una familia a la que podía llamar familia de verdad", agradece.
Madre de otro hijo, trece años mayor que su hermana, Miren enseguida se dio cuenta de que Janire tenía "muchos problemas" para relacionarse con otros niños. "Ella siempre los quería comprar con pegatinas y cromos y todo el día estábamos comprando cromos en los chinos para regalar a los chavalitos", recuerda Miren, a la que también le llamaba la atención lo "movida" que era su hija, cómo "rompía todos los lápices y las gomas" y su desorden en los cuadernos de las diferentes asignaturas. "Apuntaba los deberes en el primero que cogía y nunca encontrábamos dónde estaban. Era un caos. Yo decía: Esto es increíble, no puede ser. En la academia se aprendía la lección y al día siguiente ya no se acordaba. Yo no entendía nada de lo que pasaba", reconoce. Fue en ese mismo centro donde, al cabo de unos años, le sugirieron que la llevara al psiquiatra porque igual era hiperactiva y tenía déficit de atención. "Empezó con las pastillas y ya estaba más centrada. Avanzaba y creíamos que ya lo iba a superar".
Bullying, depresión y secuelas
"Estuve ingresada con ganas de cortarme"
La infancia de Janire había sido una carrera de obstáculos y en su adolescencia le pusieron aún más zancadillas. "En los colegios que he estado me hacían bullying y pasé una época muy mala, de terminar en el hospital ingresada por la depresión, con ganas de cortarme y todo eso", confiesa la joven, que tuvo que repetir algún curso y cambiar de centro.
A sus 23 años, Janire es consciente de que los jóvenes de su edad son "más maduros" que ella. "A mí me cuesta más relacionarme y, cada vez que hay una discusión, cualquier tontería, me recuerda a cuando discutían mis padres y me pongo mal, me culpo a mí misma. A causa de eso antes me autolesionaba", dice.
Afortunadamente ahora no se toma "las cosas tan a pecho" como antes y confía más en sí misma. "He logrado aprender a quererme y a valorarme", asegura y aconseja a quienes estén andando en solitario por su mismo camino de espinas que busquen ayuda. "Si les pasa cualquier cosa o algo parecido a lo que me ha pasado a mí, que se lo cuenten a alguna persona de confianza porque si se lo dices a cualquiera puede usarlo en tu contra. A mí eso me ha pasado", advierte.
Aunque Janire "es muy vulnerable y sigue teniendo problemas para relacionarse", ahora está realizando prácticas de auxiliar administrativo en un grupo empresarial que promueve la integración laboral de las personas con discapacidad. "Está muy contenta y más centrada", dice esperanzada su madre.
Una madre luchadora
"Lo más duro ha sido asumir la realidad"
Si Janire ha realizado un esfuerzo titánico para recomponerse, su madre adoptiva no se ha quedado atrás. "Cuando te embarcas en una situación así, no esperas que la cosa sea tan fuerte. Estás perdida, no sabes qué pasa ni por qué, no sabes a dónde ir ni qué hacer... Es complicado. Una vez que ya encuentras el camino, es más llevadero", comenta en referencia al apoyo psicológico que ambas han recibido. "Vas poniendo soluciones a los problemas, te aconsejan... Nos está costando, pero parece que ya va la cosa".
De todo el trayecto recorrido, "lo más duro ha sido asumir la realidad", confiesa. "Es como hacer un duelo porque no te imaginas, como dice Miren, que va a ser tan duro para las dos", apunta José Luis, el psicólogo de su hija. "Estamos en una época en la que parece que vamos superando y de repente te caes al fondo del pozo y no sabes si vas a salir ni cómo. Al final empiezas a remontar, pero tampoco sabes hasta dónde vamos a llegar. Todo es un poco incierto", reconoce Miren, sin poder olvidar el último gran bache. "Cuando estábamos ya en un punto de salida, se dejó y ves que va bajando, no se centra, no hay ánimo, no hay nada. Cuando te tiras a la piscina, tocas suelo y emerges. Se suponía que también estaba pasando eso, pero la caída hasta llegar al fondo fue bastante fuerte", recuerda.
Mucho trabajo por hacer
"Los críos rebeldes tienen un porqué"
Con sobrado conocimiento de causa, Miren recomienda a los padres y madres de menores con problemas, "sean adoptados o no", que busquen a "profesionales que los atiendan y que se coordinen con los colegios para que todos estén al tanto de qué es lo que les pasa, porque hay críos que son muy rebeldes y nadie se preocupa de saber por qué y tienen un porqué. Hay que averiguarlo para que luego la cosa vaya bien. Es muy difícil, pero no imposible", les anima y añade que, en lo que respecta a la protección a la infancia, "queda mucho trabajo por hacer".
Feliz porque su hija por fin siente alegría de vivir, Miren celebra cada paso hacia adelante, pero sin bajar la guardia por si vuelve a tropezar. "Esto es una carrera de fondo. Ahora estamos en una situación óptima, estamos superando, recogiendo la cosecha. Ella está contenta, ganando confianza, madurando. Se supone que de aquí ya..., no al paraíso, pero a ver hasta dónde llegamos".