Ha llovido lo suyo desde aquella Nochevieja de 1981 en la que Hertzainak ofreció su primera actuación. La banda gasteiztarra marcó un antes y un después, dejando una huella, tras su separación en 1993, que es evidente que está presente. El ejemplo más claro son las más de 32.000 personas que los pasados 16 y 17 de diciembre acudieron al BEC de Barakaldo. A ellos se van a sumar los 15.000 asistentes que este viernes van a compartir el agur definitivo en donde todo comenzó, en una Vitoria que va a disfrutar a lo grande.
Estos conciertos están dejando claro que hay miles y miles de personas para las que estas actuaciones son muy importantes. ¿Cómo lo están viviendo ustedes?
Indudablemente para nosotros esto es muy importante. Está siendo un subidón emocional increíble. Piensas que esta historia está pasada, amortizada, que después de 30 años no tiene mayor interés. Pero de repente descubres que hay una sed impresionante de volver a escuchar las canciones que hicimos entonces y de recordar aquel grupo que hicimos allá en los primeros años de los 80. El pequeño ego ese que llevamos dentro, ahí escondido, se emociona mucho, sin ninguna duda (risas). Para mí es muy sorprendente todo esto que está pasando. Es algo que nos esperábamos de ninguna manera. Sentir el calor de tanta gente en estos conciertos a mí personalmente me abruma.
En los conciertos del BEC también se pudo ver a unos cuantos espectadores que ni siquiera eran un proyecto cuando Hertzainak decidió dejarlo. ¿Tiene que ser extraño verles ahora en estas actuaciones, no?
Es curioso, por lo menos. Teniendo en cuenta que la cultura del rock, del pop y de la música moderna son cosas efímeras, flores de un día que luego rápidamente se olvidan y que no trascienden más allá de una década en casi ningún caso, lo que está pasando ahora con esto es impresionante. Es muy difícil explicar en palabras lo que se siente. Además, tengo la sensación de que, en nuestro caso, ha habido una transmisión de nuestra historia muy especial. Seguramente muchos padres les han contado a sus hijos las maravillosas batallas de aquellos años y parece que han adquirido un carácter mítico que seguramente otras décadas no han tenido. Me siento muy privilegiado por estar viviendo esto.
El paso del tiempo puede dulcificar mucho los recuerdos, pero lo cierto es que volver a aquellos años es hacerlo a aquella Vitoria después de los asesinatos del 3 de marzo, de aquella ciudad en la que nació un grupo que cantaba en euskera a pesar de que la gran mayoría de sus habitantes no era vascoparlante.
Nuestra historia difícilmente hubiera trascendido tanto de no haber surgido en un sitio como Gasteiz. Y precisamente por no ser vascoparlante. Eso tiene mucho que ver. Estamos hablando de un momento como el final de la Transición política, en el que mucha gente siente al euskera como algo que le ha sido arrebatado y que se debería recuperar. No digo que hubiera gente con vergüenza por no saber euskera, pero sí que había muchas personas que tenían la sensación de que el franquismo y la represión habían robado parte de nuestra cultura y que, de alguna manera, había que recuperarla. Recuerdo que había quien nos decía: ¿pero por qué no cantáis en castellano? Y como éramos así de bordes, contestábamos: pues porque nos da la gana y punto. Intentábamos no darle ningún sentido militante a la actitud que tomábamos entonces. Y creo que eso la gente lo respetó. Estoy convencido de que si hubiéramos intentado hacer esto mismo en un sitio como, por ejemplo, Tolosa, seguramente los euskaldunes de entonces se nos hubieran echado encima por las cosas que decíamos y porque entendían que el rock era una cosa extranjera, que no era propio de nosotros. En las zonas euskaldunes hubo una manera muy definida de ser vasco que estaba implantada por los modelos políticos de la época. Claro, nosotros ahí no encajábamos. Nos podía haber pasado como a Jotakie y otros grupos del Urola, Azkoitia y Azpeitia que eran, desde luego, mucho mejores que nosotros, pero que, sin embargo, no tenían el apoyo en sus pueblos de gente que precisamente les entendía. Aún así, como te decía, no tuvieron el apoyo por parte de la juventud de su entorno. En nuestro caso, fue justo al contrario. Lo que se vivió en Gasteiz fue un fenómeno contracultural muy especial dentro del país.
¿En qué sentido?
Pasaron cosas que crearon un ambiente especial. Por ejemplo, la aparición de la Zapa, que aglutinaba y agrupaba a toda la juventud de cualquier barrio de la ciudad. Todos terminábamos apareciendo allí. Aquello se llenó de taskas que ponían rock y como no teníamos tocadiscos en casa, teníamos que ir allí a escuchar música. Nos juntábamos y, bueno, ya sabes: problemática común y búsqueda de soluciones entre todos. De eso surgió un caldo especialísimo que dio lugar a de todo, desde fanzines y radios libres hasta grupos de música. Nosotros fuimos parte de ese ambiente que había en la ciudad. Es que enseguida tuvimos el apoyo de toda una juventud que quería ser diferente. En cierta medida, la nuestra fue la primera generación que no imitó a sus padres, sino que actuó justamente contra sus padres. En cualquier otra ciudad, sobre todo en una ciudad euskaldun, nos hubieran linchado en el minuto dos y nos hubieran hecho la vida bastante imposible. Sin embargo, en Gasteiz tuvimos el apoyo incondicional e inmediato de un montón de gente que estaba ahí, abandonada a su suerte. No había alternativas culturales para nosotros y nosotros mismos teníamos que buscarnos nuestro entretenimiento, crearlo entre nosotros. Y de ahí salieron historias como La Polla, Cicatriz, Osiris, nosotros y un montón de grupos más.
Si me permite decirlo así, pero es que Hertzainak, La Polla y Cicatriz son la santísima trinidad vitoriana.
(Risas) Te lo voy a permitir, que me hace gracia.
Pero no sé si es un poco triste comprobar en este 2023 que muchas de las letras de las tres bandas siguen siendo actuales porque tratan de problemas sociales, políticos o económicos que permanecen, que no se han resuelto. Eso no habla muy bien de nosotros como sociedad, ¿no cree?
El mundo ha cambiado mucho en muchos sentidos, pero los problemas más graves de los que estábamos hablando en aquellos tiempos, siguen estando ahí. Es más, hay problemas de los que no hablábamos o si lo hacíamos, era riéndonos de la situación, y que ahora resulta que son gravísimos. Me refiero, por ejemplo, al cambio climático. Nosotros nos reíamos con aquello de la Euskadi libre y tropical, y mira ahora cómo estamos. La distribución de la riqueza, el hecho de que Euskadi todavía no haya conseguido el derecho a decidir su futuro, la precariedad de la juventud, los problemas laborales... siguen ahí, más allá de que haya habido algunos avances en otros sectores, como en el de la mujer, aunque esto sería matizable porque todavía se está lejos de, por así decirlo, la sociedad perfecta. Todavía, por desgracia, hay mucho que reivindicar.
Si pudiera viajar a finales de los años 70 y encontrarse con aquel joven que estaba haciendo Magisterio, ¿qué le diría: repite todo otra vez o...?
(Risas) Seguramente fui capaz entonces de tomar decisiones que hoy me resultarían mucho más difíciles de adoptar. Claro, aquel Josu Zabala terminó Magisterio, consiguió una plaza de funcionario que mandó a hacer puñetas porque decidió hacer un grupo de rock. Hoy seguramente sería complicado encontrarse con alguien tomando una decisión parecida. Por supuesto que hay muchas cosas en mi vida que preferiría no repetir, pero no es el momento de arrepentirse de nada. Creo que fui honrado conmigo mismo y me quedo con eso. No sé si le aconsejaría a aquel Josu Zabala repetir y hacer un grupo de rock, pero la verdad es que no me arrepiento de lo que hice.
¿Y cree que ese Josu Zabala si fuera joven hoy haría trap en euskera?
No lo sé. En aquel tiempo, había una cosa que teníamos muy clara. Era muy fácil tomar ciertas decisiones porque sabíamos que estábamos entrando en un territorio nuevo. Ahora todo está mucho más explorado, es más complicado encontrar un terreno virgen. El rock en euskera, el sonido que nosotros practicábamos, era algo absolutamente nuevo que había que hacer porque no existía. Esa era la idea que teníamos, que debíamos hacer aquello porque no había nada parecido. Ahora hay de todo. Afortunadamente, a nivel cultural, el país ha cambiado mucho. Hoy te puedes encontrar con cualquier tendencia musical. Además hay un nivel técnico en los músicos que en aquellos tiempos no existía. Nosotros teníamos que coger y enterarnos de qué era un bajo y una batería porque no teníamos ni puta idea de nada de aquello. Ahora tienes un montón de gente muy preparada y con un nivel técnico muy destacado. Cualquier grupo de chavales que anda por ahí nos daría a nosotros, como músicos, 28.000 vueltas. ¿Haría falta ahora darlo todo y dejarlo todo por hacer una revolución cultural de algún tipo en Euskadi?
Buena pregunta.
Yo creo que ahora es más difícil aunque igual tenemos la suerte de que en este momento alguien ha descubierto un hueco y se dedica a llenarlo con su trabajo. Vamos a ver.
Tras la separación del grupo, y en esto los periodistas somos expertos, llegaron muchas teorías de lo mal que se llevaban ustedes y por eso a más de uno le sorprendieron los conciertos de 2019.
Yo en aquel año estaba pasando un momento muy malo de salud. Para mí, que me sentía en el crepúsculo de mi vida, fue como si, de alguna manera, Gari me rescatara. Fue un momento muy bonito. Me dio motivos para seguir vivo y para disfrutar de lo que me quedaba. Supuso un cambio bastante radical en mi manera de ver las cosas y la vida en aquel instante. Además, encontrarme con las canciones que yo había hecho, que son parte de mi biografía y de la de muchas personas, fue un placer. Todo esto que está ocurriendo ahora empezó en aquel pequeño concierto del Arriaga. Fui muy justito de fuerzas y de todo. Pero me llenó de ilusión y de ganas de hacer cosas.
Pero se llevan fatal y esto es solo por dinero, ¿verdad?
Lo de que nos llevamos de puta madre, no lo puedo asegurar (risas). Pero es que nunca nos hemos llevado de puta madre. Esto es parte de la genética de Hertzainak. Es que en este grupo nos lo solemos tomar todo demasiado en serio. Hemos estado siempre discutiendo por todo. Toda la puta vida igual, que decía La Polla Records. Y ahora no es una excepción. De alguna manera, mantenemos vivo el espíritu de entonces (risas). Y sí, es por dinero, pero también por mucho, mucho, mucho más (risas). Veo la broma de la pregunta, pero también es cierto que en algunos de estos reencuentros lo que prima es eso. Negar que el dinero tiene su peso en esto no sería justo, además. Pero ahora mismo, yo no necesito dinero. Vivo perfectamente con lo poco que tengo. Además, no sé si voy a tener tiempo de gastarlo, ya me entiendes. Hay cosas mucho más importantes.
¿Sobre todo, el qué?
El reencuentro con la gente que es también el reencuentro con uno mismo. Es el tener una vez más la posibilidad de disfrutar con aquellas canciones que hicimos entonces. Para mí eso es un privilegio. Eso es algo muy gordo, de verdad.
Canciones en las que había compromiso, crítica, denuncia... pero también mucha ironía, mucho humor.
Había que tomar una distancia con las cosas. Aunque muchas canciones estaban llenas de mala baba, no pretendíamos adoctrinar ni nada de eso, sino expresar libremente lo que sentíamos. Para nosotros era un desahogo catártico ese placer de soltar todo lo que llevábamos dentro. Todas las canciones tuvieron una base real, en el sentido de que nacieron de cosas que nos pasaban. Eso es algo que, como artista, te llena. Lo de guardarse las penas y las historias, no sirve para mucho, ni ayuda a mejorar tu manera de vivir. Eso sí, intentábamos contar las historias de una manera que dieran para diferentes interpretaciones. No queríamos dar todo cerrado. Buscábamos que el mensaje fuera abierto. Y, sobre todo, lo que intentábamos era ser independientes y libres, trabajando contracorriente y sin dejarnos manipular por el mundo que nos rodeaba.
Llega el último concierto este día 6 de enero en Gasteiz. Habrá 15.000 personas y seguro que muchas de ellas empezarán la jornada en el Casco Viejo donde se fraguó Hertzainak para luego ir a Mendizabala. ¿Más que una despedida, una fiesta?
Desde el principio, ese era el planteamiento. Lo que pasa es que cuando llegamos al BEC, al primer concierto, todo esto dejó de ser una fiesta y se convirtió en un fiestón. Todo ha cogido una dimensión extraordinaria que no esperábamos. Y el fiestón lo pone la gente. No te puedes ni imaginar el papel determinante que puede adquirir el público en un concierto, qué porcentaje de la calidad de la actuación le corresponde a la gente que acude. El grupo tiene que hacer su trabajo, por supuesto, pero cuando te encuentras con público como el que vino al BEC, todo crece de una manera espectacular. Imagina las dudas que teníamos nosotros 30 años después. Nos preguntábamos: ¿pero qué pintamos aquí si la gente está en otras historias y el mundo ha cambiado? Es muy complicado que puedas justificar tu presencia en un sarao de este tipo. Pero, de repente, llegas al primer concierto, tocas la triki, ves a la gente subiéndose por las paredes y dices: esto es un fiestón imparable e impagable. Es una emoción total.