Ha cogido carrerilla. Hace apenas un año presentó La niña de las sienes plateadas y nos viene ya con la segunda novela…
-Aproveché el tirón de la primera novela para seguir con La experiencia Diamond. Y no he parado. La tercera está terminada y en la nevera, y hay una cuarta en proceso.
Esta vez, acción, suspense y aventura en tres lugares tan distintos y distantes como Bilbao, Nueva Delhi y Guatemala.
-Son sitios que o conozco o que poseen un gran magnetismo para mí. En el caso de Guatemala, sitúo la acción en la selva de El Petén, una zona conocida por sus ruinas mayas. He intentado documentarme bien. Aun así, he seguido el hilo de la literatura fantástica para moldear esas regiones a mi antojo. Por ejemplo, tal vez el Bilbao de la novela no es el Bilbao actual, pero sí al que nos dirigimos: repleto de multinacionales, rascacielos y viandantes caminando con la cabeza gacha, mirando al móvil. Es decir, una copia de tantas metrópolis del planeta. Sin alma.
Hay un punto de denuncia
-Es imposible desligar la conciencia social de la obra de un autor. He querido tocar temas universales potentes que podemos encontrar en la sociedad actual: la impunidad, el mercantilismo, la diferencia entre las clases sociales, la espiritualidad, la competitividad, la necesidad de estímulos, la anhedonia...
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¿En qué lectores piensa cuando escribe ficción?
-Por suerte, me siento libre de escribir lo que quiera. No pienso en un lector tipo, pero sí en transmitir y que se experimenten sensaciones mientras se lee cualquiera de mis novelas. Soy consciente de que La experiencia Diamond es incómoda, con un alto contenido en violencia, pero en este caso era fundamental ser crudo, áspero y directo a la yugular desde la primera página. La violencia es inherente al ser humano y debemos mostrarla como es. Nos pasamos la vida siendo testigos mudos y nos da más miedo el amor y el sexo que la sangre. Somos unos hipócritas.
¿Se relee y se corrige?
-Sí. Antes de mandar un manuscrito definitivo puedo llegar a leerlo hasta en diez ocasiones. Es un trabajo duro, largo y desesperante. Hay que decir basta para no colapsar.
¿Tira material a la papelera?
-Sí. Fíjese: entre el primer manuscrito y el que ha salido publicado eliminé entre 5.000 y 8.000 palabras.
¿Le es fácil pasar del registro periodístico al literario?
-Soy lector de novela, desde superventas hasta autores autoeditados o independientes, entre los que hay muchísimo talento, y es un registro que conozco. No me supone un gran esfuerzo, porque creo que hay una fina línea entre el periodismo y la literatura.
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¿Cabe la literatura en la crónica y, más concretamente, en la crónica deportiva?
-El género más puro del periodismo es la crónica y en ella se puede encajar de todo. Más si cabe, en el deporte. Cuenta Martín Caparrós en Lacrónica que no hay que subestimar al lector y estoy de acuerdo. La literatura cabe siempre. Lo empapa todo y no podemos ser impermeables a ella. Importa qué cuentas, pero también el cómo. Más aún cuando la inmediatez nos pasa por encima.
¿No le tienta escribir una novela sobre la pelota?
-Por ahora no. Nunca se sabe qué deparará el futuro.