La figura de Iñaki Williams es diana habitual de críticas. Y como juega muchos partidos, todos, el tono de los reproches va subiendo. El asunto viene de lejos. Su exigua producción de cara a puerta, ya sea como rematador o como generador de situaciones propicias para los compañeros, no deja de ocupar espacio en los medios y en las conversaciones de la calle.
El vestuario le protege y el entrenador le defiende, todos insisten en resaltar los beneficios que para el colectivo se derivan de su abrumadora presencia en las alineaciones, pero nada logra aplacar la convicción, cada vez más extendida, de que Williams se halla muy lejos de ser la solución que el Athletic demanda en la delantera. Lo peor del asunto es que el estatus que posee en el equipo, esa vitola de indiscutible, en teoría estímulo y trampolín para elevar sus prestaciones, se ha demostrado que no es de gran ayuda. Su rendimiento se ha estancado y empieza a emitir síntomas de frustración e incomodidad.