EL sueño del Athletic de alcanzar la tercera final consecutiva de Copa se esfumó en Valencia. Se marchó en un encuentro que cumplió con el guion que cualquiera de los dos entrenadores pudo esperar. El partido de la vuelta de las semifinales celebrado en Mestalla no sorprendió. Predominaron el ritmo, la intensidad, las idas y venidas, los duelos individuales y la escasez de ocasiones de gol. Superó la eliminatoria el que mostró mejor puntería. Ese equipo fue el de José Bordalás, que se impuso con un gol de Gonçalo Guedes anotado desde fuera del área, un zapatazo inapelable tras un rechace de la defensa bilbaina. Corría el minuto 43. El duelo se inclinaba cuando los leones protagonizaban sus mejores momentos.
Pero esto sucedió justo después de que Iñaki Williams fallara la ocasión más clara de su equipo, y también del partido. Más que la de Guedes, porque eso fue un azote de genialidad del portugués. Era el minuto 41. El delantero rojiblanco recibió un pase idílico de Iker Muniain. Un envío medido, al espacio, en profundidad, con ventaja para hacer valer su velocidad y capacidad de desmarque. Todo perfecto. El público puesto en pie. Hasta que Williams conectó con la pelota. Iñaki controló y el balón se le quedó en corto, demasiado pegado. Se decantó por dar otro toque buscando una situación más favorable. De nuevo el esférico se le quedó encimado. El tiempo y el espacio se agotaba. Defensas y portero se le echaban encima y el ariete decidió ejecutar un recorte antes de golpear, entonces sí, sin ninguna ventaja, tímidamente, con la pierna izquierda, la coja, para estrellar el golpeo en el pecho del guardameta. Fin de la ocasión. Fuertes lamentos de la parroquia.