El Ejército de Euzkadi de la Guerra Civil registra una nueva baja: la de Inazio Ernabide Goyaga. El gudari falleció el pasado miércoles a los 106 años y los funerales por su persona se oficiaron al día siguiente en la iglesia Santa María la Real de Soraluze. Con su fallecimiento, solo quedan dos combatientes más vivos: uno en Bizkaia y otro en Araba. A estos hay que sumar otros dos del batallón Gernika –unidad que luchó en la Segunda Guerra Mundial contra los nazis en Francia– que residen en Lapurdi y en la capital de México. No hay más. En poco tiempo no habrá nadie de aquel ejército que luchó por la democracia y, muchos de ellos, por la libertad de Euskadi sur y norte.
El de Zizurkil fue primero miliciano del batallón Azaña-Gipuzkoa de UGT –número 20 del Ejército de Euzkadi–, pero su esencia e instinto abertzale le llevó a ser gudari del batallón 18, Loyola, del PNV.
Ernabide llegó al mundo el 1 de febrero de 1917 y fue entregado a una casa cuna. “Yo soy hijo adoptado. No he conocido a mi madre y padre legítimos. Pero quienes me adoptaron me trataron bien siempre. Eran pobres, pero me dieron lo que tenían”. Sumó cuatro hermanastros de aquella familia. “Todos han muerto, siendo más jóvenes”, dio testimonio al investigador vizcaino Mauro Saravia, fotógrafo que aporta su trabajo para la redacción de este obituario. “Inazio fue muy gentil, recuerdo que conducía su coche con una chamarra de cuero con casi 100 años, era impresionante lo hidalgo que iba por ahí. Me impactó mucho la entrevista que le hice, pero sobre todo por el cierre: Miró fijamente y me dijo: ‘Yo te he contado cosas de la guerra que nunca he dicho en casa, a nadie de la familia’. No sé por qué ese día decidió contarme a mí, pero desde luego que me siento un privilegiado”, detalla Saravia, uno de las contadas personas que han entrevistado y estado al lado de quienes lo dieron todo por las libertades y sin embargo han sido olvidados por instituciones, medios de comunicación y sociedad. Tres quedan vivos y nadie les conoce.
Pero continuemos con la generosidad humana de Ernabide, a quien tuvimos la suerte de conocer en un homenaje en Elgeta, bien arropado por Intxorta 1937 Kultur Elkartea. Desde esta asociación ponen en valor a su persona. “Durante las veces que tuvimos la suerte de compartir tiempo con él, sobre todo los últimos trece años, nos ha parecido una persona entrañable, a la que no le gustaba la violencia, aunque se vio obligado a utilizarla. Es de él la frase que siempre recordamos en Intxorta que es: Ez dago gerra onik!”, aportan a este diario.
Antes de que un sector de generales antidemócratas españoles diera el Golpe de Estado de julio de 1936, este guipuzcoano estaba estudiando en la fábrica de pistolas Star y tras un despido masivo, pasó a ser peón de construcción. El día en el que la República se opuso al Golpe de Estado militar, y estalló la guerra, Inazio estaba en Osintxu, barrio de Bergara. A sus 19 años, se sumó voluntario al batallón Azaña, de Izquierda Republicana. “Pedimos armas y nos fuimos a Arrasate, a Gasteiz, pero nos avisaron de que lo había cogido Franco. Nos dieron el alto nuestros compañeros”, relataba.
Por ello, retornaron a Osintxu y creyeron en la experiencia de uno que había pasado años como legionario en África. “Él nos dijo: ‘A los requetés nos los vamos a llevar por delante’. Increíble, pero aquel legionario también era republicano, como nosotros. Tomamos con él el cuartel de Donostia. Y de allí a Irun. Al llegar a la batalla de San Marcial nos tuvimos que retirar a Usurbil”.
Ernabide era de ideas antifascistas heredadas de su padre adoptivo. “Éramos republicanos y teníamos claro que había que ir a defender la república. Yo era nacionalista, abertzale. Y oí en el otro batallón en una ocasión decir: ‘Estos nacionalistas son unos cobardes’. Y aquello me entró… Me dolió. Enseguida salí del batallón Azaña y me pasé al Loyola”.
En la unidad del PNV sacó el título de cabo instructor. “Nos daban 10 pesetas por jornada. Yo por ser cabo una peseta más, 11. Era buen jornal entonces, ¿eh? Que en las fábricas pagaban nueve antes de la guerra”, comparaba.
Evocaba cómo su cuartel estaba en el convento de los jesuitas en Loiola (Azpeitia) y de allí se pasó, primero, a Saturraran, y por último a Gernika, en el monasterio anejo al simbólico Árbol de la villa foral. “En aquellos días nos enviaban un mes al frente y luego disfrutábamos de una semana de descanso. Tengo el recuerdo de que nuestro batallón siempre nos teníamos que ir retirando”.
La batalla más cruel
La batalla más cruenta que evocaba era “la de Villarreal”, en referencia a Legutio. “En Igorre, de noche, perdimos la posición y al retirarnos se metieron en nuestra chabola. Nos llegó orden de contraatacar y nos llevamos sorpresa. Al vernos, ninguno de los dos bandos hicimos nada. Pero cuando empezaron los primeros tiros se oía gritar a unos ¡Viva España! y a nosotros ¡Gora Euzkadi! Allí nos mataron a un montón de compañeros”. Retrocedieron, pero les invadió el miedo al verse rodeados de tantos amigos muertos. Se retiraron a Arratia.
En Bergara les ocurrió algo parecido. Esperaron a los facciosos en un prado limpio. “Eran requetés navarros. El tiroteo fue terrible”. El gudari lamentaba no haber tenido “un buen capitán”, porque según estimaba hubiera defendido de mejor forma. “Hubiéramos matado a toda aquella gente. Pero otra vez tuvimos bajas… y miedo. Perdimos la cota de una ermita bajo los Intxorta”.
Días más tarde, cuando se replegaban hacia Santander, les ocurrió una anécdota. “En Zalla, de retirada, una chica nos recibió con flores pensando que éramos los de Franco. ‘Nosotros somos de los rojos’, le dijimos. Y nos respondió: ‘¡Qué pena!’ ¡Fíjate qué tipo de guerreros éramos! Eso se lo llegan a decir a los asturianos y la hubieran matado. Pero nosotros éramos euskaldunes. En la guerra se mata, en la guerra hay que tirar a matar. Aquella fue a recibir a Franco con flores y fíjate nosotros cómo respondimos”, contraponía con talante humanista.
Desde el cuartel de Loiola cantaban en su avance el himno Euzko gudariak “porque como dice, íbamos a liberar Euskadi y teníamos dispuesta la sangre… Morir”, se reía más de ocho décadas después.
En el frente, fueron capturados por los fascistas en Laredo. “A nosotros no nos cogieron en Santoña. Y tuvimos que entregar las armas a los italianos”. A continuación, fueron encerraron en un convento de Castro Urdiales, “como sardinas en lata. Pasamos un hambre durante un mes… Nos daban una lata, precisamente de sardinas, para diez personas y nueve trozos de pan. Pasamos un hambre terrible”.
Con kilos de menos de peso, fueron enviados a Lizarra. “Allí en Nafarroa nos daban algo más de comer, pero el trato era malísimo. Nos decían: ‘estos hijos de puta’, y yo pensaba, habla lo que quieras, que mientras me des de comer estoy contento”. Los siguientes destinos fueron el monasterio franquista de San Pedro de Cardeña, en el municipio burgalés de Castrillo del Val, y Lerma. “Ahí nos incluyeron en el Batallón de trabajadores número 50. Eran de castigo, como esclavos de Franco. E íbamos abriendo el paso a los italianos, haciéndoles trincheras”, narraba quien estuvo preso de 1937 a 1940. “Mi quinta era del 38 y al licenciarse, me mandaron a casa. Para entonces había estado en Catalunya haciendo una carretera con un teniente voluntario mexicano, falangista. Maloooo…. Nos tenía hasta las doce de la noche trabajando”.
Ya “libre”, al volver a casa, miseria máxima. “No teníamos para comer”. Así las cosas, supo que en Araba vendían trigo de estraperlo. Cogió su bicicleta, la metió en el tren y fue a Aduna. “En Gasteiz logré poner 35 kilos de trigo en la bici hasta que aparecieron unos guardias civiles que me vieron con el trigo de contrabando, pero no sé cómo logré escaparme. Pensé que me iban a disparar, pero me salvé. Ahí me ves a las dos de la noche hasta casa en bici. Lo que se hace por el hambre…”.