Lo que se busca es hacer visible y sacar de las cuatro paredes todo ese ajetreo que a diario peregrina de habitación en habitación y que es realizado por alguien sin contraprestación económica de por medio. Sería un primer paso para que la infinidad de tareas que ocurren en silencio en una cocina, por ejemplo, salgan a la luz y puedan ser compartidas por todas las personas que viven bajo el mismo techo. Porque, a día de hoy, las mujeres son quienes más hacen esos trabajos. El último informe del Eustat lo confirma: dedican a las tareas del hogar 2,2 horas cada día frente a las 1,6 de los hombres.
La desigualdad es evidente. El malestar, también. Y no hay varitas mágicas para que la corresponsabilidad se haga un hueco en casa. Al menos no de momento. Hace ya varios cursos que el Departamento de Vivienda busca cómo hacerlo, aunque el encaje de piezas no está siendo fácil. Metros cuadrados, distribución de los espacios,... Todo suma. Se habla de una superficie algo mayor para las cocinas y recuperar su centralidad en la vida familiar y aunque sea de rebote, que otras personas colaboren en las tareas: fregar, cocinar, barrer, ordenar,.... Sería una fórmula que contribuiría a reducir la desigualdad doméstica presente en infinidad de domicilios.
Por eso las instituciones creen conveniente que también las viviendas se hagan eco de esa perspectiva de género que poco a poco está interpretando otras facetas de la vida diaria. Los planes del Departamento que dirige Iñaki Arriola esbozaron sus primeras impresiones allá por 2019 y estos pasados Cursos de Verano de la UPV/EHU, volvieron a ser puestas sobre la mesa con la presencia de voces expertas en la materia. Una de ellas, Inés Sánchez Madariaga. Su opinión es clara: "La integración de dimensiones de género en el diseño de la vivienda, en sus diversas escalas, es un factor de calidad y de innovación".
En realidad todas estas ideas no son nuevas. Lo corrobora Claudia Pennese, vocal de Cultura de la Junta de Gipuzkoa del COAVN. Ya desde mediados del siglo XIX (1865) y la Gran Depresión (1929), tres generaciones de feministas materiales plantearon preguntas fundamentales sobre lo que se llamaba la "esfera de las mujeres" y el "trabajo de las mujeres". Pusieron en cuestión el capitalismo industrial y una de ellas hacía referencia a la separación física del espacio de la casa respecto del espacio público. "Con el propósito de superar los patrones del espacio urbano y el espacio doméstico que aislaban a las mujeres y hacían su trabajo invisible, desarrollaron nuevas formas de organización de los barrios, incluyendo cooperativas de amas de casa, así como nuevas tipologías de edificios, incluyendo la casa sin cocina, las guarderías, la cocina pública y los clubes comunitarios. También propusieron ciudades ideales feministas", ilustraba en declaraciones a DEIA.
Se trata, en definitiva, de hacer los espacios más versátiles e integradores; y que sobre todo no aíslen a nadie en una habitación. ¿Que la cocina no puede ser más grande? Pues se mejora su comunicación con el salón. Lo que se pretendería es que los espacios amplios favorezcan y fortalezcan las charlas después del trabajo y de la escuela y, de paso, contribuyan a promover la corresponsabilidad en el hogar. Pennese explica que la vivienda victoriana dio carta blanca a la relegación de las mujeres al papel de amas de casa, a su invisibilización, y la cocina se convirtió en pieza periférica con dejes del patriarcado imperante. "Así que poner la cocina en el centro y asignarle un tamaño adecuado, pone en el centro lo reproductivo y contrarresta los mandados establecidos por la división sexual del trabajo", valoraba. Opiniones en contra no han faltado tampoco. Entienden que sin voluntad, da lo mismo si el dormitorio principal es más grande o si la cocina está unida al salón.
Una guía de trabajo. Se abordan cuestiones como las dimensiones de una casa o sus espacios exteriores, pero también otras vinculadas a incidir en la igualdad de género, como la desjerarquización de la vivienda rompiendo su configuración tradicional compartimentada para integrar los espacios para que las tareas del hogar sean visibles y compartidas por la unidad familiar, o como la perspectiva de género en el diseño de edificios, evitando ángulos ciegos que creen inseguridad en portales y zonas comunes.