Desde el comienzo de los tiempos, la humanidad ha ido evolucionando con cada nuevo invento que ha creado. Una comunidad realizaba un gran descubrimiento y, con el paso del tiempo, se exportaba a otros lugares para convertirse en algo indispensable. Ahora no hay que esperar.
Internet, lo que para muchos es la mayor invención de la historia, ha cambiado todo aspecto de la vida de cualquier persona. Informarse, comprar, vender, hablar, jugar, aprender, viajar, … todo se hace a través de Internet. Parece imposible vivir aislado, pero todavía hay algunas tribus que lo consiguen.
Ahora bien, desde hace nueve meses, los Marubo están fuera de esa lista. Como esta semana publicaba The New York Times, este pueblo indígena de los más profundo del Amazonas tiene Internet de alta velocidad gracias a Elon Musk y su compañía Starlink. Esta empresa cuenta con 6.000 satélites para que nadie quede fuera del alcance de la web, ni siquiera en los sitios más recónditos del planeta.
En consecuencia, los Marubo han podido experimentar lo bueno y lo malo de Internet. Los placeres y los pecados. El acceso a la red ha supuesto un antes y un después para ellos y, pese a todos los problemas, no pueden ni quieren volver al pasado.
La vida de una tribu en plena selva Amazónica
Durante cientos de años, los Marubo vivieron aislados en el bosque más grande del mundo. En el siglo XIX, su tribu se encontró con décadas de violencia y enfermedades gracias a la llegada de los recolectores de caucho. Esto también supuso muchos cambios en su estilo de vida como la ropa, el portugués, las armas de fuego para cazar y las motosierras para limpiar el terreno de siembra.
De todas formas, estas no fueron las únicas nuevas tecnologías que adoptaron. De hecho, el intrépido Sebastião Marubo (todos comparten apellido), uno de los primeros en vivir fuera del bosque, trajo consigo el motor de barco. De esta manera, se redujo de semanas a días la duración de los viajes en el territorio indígena del Valle de Javari, donde no hay carreteras, solo vías fluviales.
No es casualidad que años más tarde su hijo Enoque fuese quien trajo Internet. Aun así, Enoque y el resto de la tribu siguen reuniéndose, cocinando, comiendo y durmiendo en chozas comunales llamadas malocas. Los jóvenes continúan pintándose con pintura corporal negra que ellos mismos fabrican con bayas de jenipapo y llevando joyas de conchas de caracol. Su conexión con los espíritus usando ayahuasca, sus monos araña mascota, sus comidas compuestas de yuca o jabalí… no han cambiado.
Los "descubridores" de Internet
Si bien hay cosas que se mantienen igual, todo lo demás no volverá a ser lo que era antes de Internet. “Una herramienta cambiaría todo en su vida. Atención de salud, educación, comunicación, protección del bosque”, afirmaba la benefactora del proyecto Allyson Reneau. Y es que si en este momento los Marubo disfrutan del mundo digital se debe en gran medida a ella.
Esta consultora espacial, oradora, autora, piloto, directora ejecutiva y madre de 11 hijos (y muchas cosas más) transformó la vida de la tribu cuando respondió al vídeo de Enoque y Flora Dutra. El líder de los Marubo y la activista brasileña que trabaja con tribus indígenas grabaron un vídeo de 50 segundos pidiendo dinero para comprar 20 antenas Starlink, lo que supondría una inversión de 15.000 dólares.
Al contrario que las más de 100 cartas sin respuestas que enviaron a congresistas brasileños, Flora y Enoque tuvieron noticias de Allyson Reneau. Aunque Enoque fue despedido de su trabajo en la ciudad, consiguió que Reneau les comprara las antenas que necesitaban con el dinero que ganaba de entrenar gimnasia, alquilar casas en Oklahoma y las donaciones de sus hijos.
Ya en Brasil y con las antenas a cuestas, Enoque, Flora y Reneau acompañaron a varios Marubo que enchufaron las antenas a paneles solares en medio de la selva para que surgiera el milagro. Los móviles se conectaron y entraron en el mundo sin retorno de Internet.
Internet, un arma de doble filo
Esta nueva realidad que ya forma parte del Amazonas, el Sahara, las praderas de Mongolia y las diminutas islas del Pacífico es posible por la ambición de un hombre: Elon Musk. A fin de cuentas, proveer de Internet a sus más de tres millones de clientes en 99 países le han convertido en el dueño de una herramienta que es usada para todo y por todos, desde los hospitales gazatíes hasta las tropas ucranianas.
Entonces, la llegada de Musk a Brasil en 2022 fue la respuesta a las plegarías de Enoque. Se había cumplido la profecía del chamán de la tribu para bien y para mal: “Cambió tanto la rutina que fue perjudicial”.
Algunos adolescentes muestran cierto desinterés en preservar su identidad y cultura, pero sí están ansiosos por ver edits de famosos en Kwai (red social china), hablar con gente por Instagram y jugar a videojuegos. Por miedo a la adicción, los líderes limitaron el acceso a Internet a dos horas por la mañana, cinco por la tarde y el domingo entero.
El mayor crítico de la red y principal rival político de Enfoque es Alfredo Marubo. Él, como muchos otros funcionarios brasileños y ONG, considera que disponer de Internet sin conocer sus peligros es un riesgo muy alto para la tribu y, en especial, para los jóvenes. De hecho, el leve aumento del comportamiento sexual agresivo dentro de una cultura que desaprueba la más mínima muestra de afecto en público es “lo que más le inquieta”.
No obstante, no hay que olvidar todas las mejoras que Internet ha supuesto para los Marubo: coordinación entre aldeas, avisos a las autoridades sobre problemas de salud y medio ambiente, contacto entre tribus apartadas y lecciones educativas compartidas. En palabras del propio Enoque Marubo: “Ya ha salvado vidas”.
Pornografía, una adicción inventada
Lo que no se puede es usar la historia de los Marubo y alterar lo que sucede. Jack Nicas y Víctor Moriyama, los autores de la noticia publicada en el The New York Times, han denunciado a través de la red social Instagram las mentiras que los medios de comunicación están compartiendo. En ese mensaje, ambos se muestran “frustrados y tristes” por tener que aclarar que “los Marubo no son adictos a la pornografía y la historia nunca ha dicho que lo fueran”.