“Un centímetro y hubiera sido mucho peor”, explica en parte aliviado y en parte preocupado el padre de Iker Montero, un chaval de 17 años, jugador del Juvenil Preferente del Club Deportivo Mariño de Irun, que permanece ingresado en la Policlínica Gipuzkoa desde el pasado sábado. Era día de partido, tocaba enfrentarse al Real Unión B en el campo anexo de Gal envueltos entre exclamaciones y frases de ánimo de padres, amigos y aficionados. Y en el minuto 70, en un contraataque, en plena disputa por el balón, recibe un empujón de un contrario que le desplaza fuera de la banda. Y al momento, gritos de los compañeros, llevándose las manos a la cabeza, al ver a Iker tendido en el suelo pataleando de dolor: “¡Una ambulancia, una ambulancia!”, alertaban impacientes. “Me acerqué corriendo a ver qué pasaba y vi al entrenador cubriéndole el abdomen con la mano y al ver el agujero, de unos diez centímetros, me quedé asustado”, explica Juan, su padre, testigo directo de lo ocurrido. “Pero al ver lo que le había provocado el desgarro más: un hierro que sobresalía de un encofrado”, aclara. “Un hierro que no tenía que estar ahí y le ha causado una avería maja y que por los pelos no le ha provocado algo peor”, relata todavía afectado por lo ocurrido. Y efectivamente, llegó la ambulancia y una segunda medicalizada en la que le proporcionaron los primeros auxilios para calmarle el dolor y se lo llevaron a la Policlínica, donde le hicieron todas las pruebas “y vieron que no le había afectado a ningún órgano; por los pelos el hierro no se clavó en el riñón, así que le cosieron y aquí estamos”, añade Susana, su madre, a los pies de la cama de Iker.
“Tiene dolor, tiene bastante dolor, está con calmantes y se lo están aliviando bastante, aunque igual mañana le dejan bajar ya a casa”, explica su padre”. “Sí, los médicos lo llaman herida sucia, porque el desgarro que le causó el hierro no ha dañado los órganos, menos mal; pensaban que igual podríamos volver hoy a casa pero no ha podido ser, a ver si mañana”, intercede su madre alentando a Iker en su sexta noche de hospital.
“Ese hierro no tenía que haber estado ahí”, se lamenta su padre, que no busca culpables sino soluciones para que no le pase algo así a ningún otro chaval. Juan explica que han recibido las disculpas del Real Unión por lo ocurrido (que también ha hecho públicas en Twitter, lamentando el accidente y explicando que “seguimos trabajando en la mejora de la seguridad de nuestras instalaciones”) y añade que, al igual que los de su propio club, “se están portando muy bien con nosotros, están muy pendientes de Iker, nos llaman y han venido a verle”.
Sin embargo, aboga por que de este suceso quede al menos la necesidad de “mejorar las instalaciones deportivas de los chavales”. “¿Cómo puede estar el hormigón con ese hierro al descubierto en el campo, que se lo puede clavar cualquier chaval?”, se lamenta Juan Montero, aunque aclara que, tras lo que le ha ocurrido a su hijo, “el hierro ya lo cortaron porque al día siguiente tenían otro partido, no sea que volviera a pasar”.
Pero sabe que no es suficiente porque no es un hecho aislado: “Espero que esto sirva al menos para que pongan los campos de los chavales en condiciones, hay muchos fallos, las vallas de algunos campos son un peligro, hay porterías sin protección, farolas y alcantarillas alrededor del campo para que drenen el agua que a poco que esté un poco levantada la tapa son como cuchillas, y otras muchas cosas que se van dejando y no se arreglan”, se lamenta. “Viendo lo que ha pasado, espero que sirva para que las personas encargadas del mantenimiento de estos campos hagan hincapié a los ayuntamiento de que las instalaciones tienen que estar en buenas condiciones”, insiste preocupado en que no ocurra una desgracia igual o mayor que la que ha sufrido su hijo.
Jugador y segundo entrenador
Iker, además de jugar desde los ocho años en el Club Deportivo Mariño de Irun, generalmente de medio o lateral, es también, a sus 17 años, segundo entrenador del Infantil de Honor de este mismo club, y una de las primeras muestras de cariño la recibió precisamente de sus chavales, que le dedicaron los goles del partido que tenían al día siguiente. Y aprovecha la anécdota para ampliar, junto a su madre, la lista de agradecimientos porque ni el dolor que lleva soportando estos días le hace dejar de estar pendiente de los demás. Y de su boca salen los nombres de Rafa y Javi, los entrenadores de su equipo, “que se portaron estupendamente”; el de Ane “que salió disparada” a ayudarle desde el bar de al lado y permaneció con él todo el rato; el de Aitor, coordinador deportivo, y Javier, presidente del club, que le visitan y llaman y están pendientes de él; también sus compañeros del Juvenil Preferente... “y todo el equipo, los amigos, la familia”, apostilla su madre emocionada por esta combinación de dolor y cariño que les ha llegado de repente.
Y llega la pregunta del millón. “Iker, ¿tienes ganas de volver a jugar a fútbol?” Y la respuesta: “Sí, pero”. Y tras un largo silencio despeja el pero: “pero es que va a costar quitarse el miedo”.
Habrá que esperar que, como reclama su padre, los responsables pongan empeño en solucionar las deficiencias en los campos de fútbol de Gipuzkoa. Qué menos que aliviar ese pero y facilitar la vuelta de Iker al terreno de juego.