Más de mil días después del último Alarde, allá por 2019, Irun ha celebrado un 30 de junio que quedará para la historia por más de un motivo. El evidente regreso del propio desfile tras dos años sin poder organizarse debido a las circunstancias sanitarias. La razón que quizás no es tan conocida fuera de Irun es una efeméride, de esas que solo se viven una vez en la vida.
El Alarde Tradicional vuelve a las calles de Irun
Durante la bajada al Juncal fue cuando la climatología jugó la peor parte, pues el firme mojado de los escalones de la plazoleta y, sobre todo, las rejillas metálicas resultaron especialmente resbaladizas y ocasionaron algún tropezón entre los soldados, si bien la organización controló la situación, evitando que nadie pisara las secciones peligrosas.
Después de que la plazoleta del Juncal se llenase con la tropa completa, volvieron a realizarse salvas de infantería y se recogió el pendón del interior del templo. Desde allí, el Alarde volvió a dirigirse a la plaza San Juan, para bajar hacia Urdanibia y romper filas a la altura de la calle Santa Elena.
A media mañana, los soldados volvieron a formar, pero esta vez ya en el monte San Marcial, donde se dio cumplimiento al voto secular realizado por los irundarras en 1522.
Jornada completa
Tras el descanso de mediodía, el Alarde tradicional reanudó su recorrido por la tarde, partiendo de la calle Santa Elena en dirección a la parroquia del Juncal, donde se devolvió el pendón a la iglesia. Finalmente, se regresó a la plaza San Juan para devolver la bandera de la ciudad a la casa consistorial. Desde allí, las compañías volvieron a sus puntos de origen y rompieron filas en los distintos barrios de Irun.
La lluvia no supuso más que una mera inconveniencia en el día grande de Irun, uno que resonará en la memoria de los irundarras por ser el más esperado en décadas. Esta vez sí, ya solo hará falta esperar un año para volver a ver las txapelas rojas inundar las calles de la ciudad.