La han devorado como un caramelo a la puerta de un colegio, ha sido imitada en los patios y objeto de circulares dirigidas a los padres. La serie violenta El juego del calamar "ha saltado más porque se ha hecho viral, pero hay muchos contenidos accesibles que no han sonado tanto y que provocan lo mismo", advierte la psicóloga Itxaso Sánchez.
La serie 'El juego del calamar' ha alarmado mucho a docentes y padres. ¿Es un miedo fundado?
—Sí. Está generando miedo a padres, madres y educadores en cuanto a qué edades son las que están accediendo a esos contenidos y, desde ahí, sí me parece preocupante.
Está recomendada para mayores de 16 años. ¿A partir de qué edad puede causarles un perjuicio?
—Por debajo de esa edad no sería aconsejable verla y por encima para muchos probablemente tampoco. Habría que ver en qué edad madurativa está cada menor.
¿Qué repercusiones puede tener para el alumnado de Primaria ver una serie tan violenta como esta?
—No tener el cerebro preparado para poder entender los conceptos, hay un punto de insensibilización a la violencia, de todo vale, no entender lo que es un contenido de una película respecto a una realidad y eso tiene repercusiones en la confusión y, sobre todo, en la imitación. Son edades donde parece que lo lógico es reproducir lo que está de moda, y sacarlo de los contenidos violentos, en este caso, no es adecuado.
Luego llegan las pesadillas...
—Depende de qué edades se tengan las pesadillas pueden venir de reproducciones en su propio contexto, de jugar a lo mismo que han visto con sus amigos y realmente vivir la agresión y lo que representa en este caso ganar o perder. Hay muchísima violencia explícita en este contenido y en otros muchos juegos y películas.
¿Qué se puede hacer si ya la han visto: darles alguna explicación para contextualizarlo, ignorarlo confiando en que lo olviden...?
—Cualquier tema en el que creemos que nuestro hijo está ya metido o que ha estado en contacto con algo el abordaje y el contextualizarlo es lo básico. No podemos evitar que accedan a contenidos nocivos y que vivan experiencias peligrosas, pero sí podemos explicarles lo que es, por qué no es adecuado e intentar también aclarar lo que sea que se está dando porque no todos los niños y niñas van a interpretar lo mismo y a vivirlo igual. Las personalidades y la madurez que tengan cada uno también actúan en consecuencia de lo que pueda pasar.
Si llaman del colegio diciendo que nuestros hijos imitan los juegos de la serie o que la han visto, ¿cómo podemos tratar el tema con ellos?
—Desde la escucha, para que puedan contar qué están representando cuando juegan y, desde ahí, trabajar por qué lo hacen, qué es lo que es divertido y qué es peligroso, lo que significa la violencia, desde dónde aborda cada familia la educación en valores, la empatía... y volver al contenido de la serie, de por qué no está recomendado y lo que supone.
¿Los menores que ven películas o juegan a juegos violentos tienden a ser más agresivos o es un mito?
—Hay una realidad, que la agresividad y la violencia hay un punto en donde nos hacemos inmunes. Hay juegos que generan mucha dopamina y la dopamina engancha. Cuando uno tiene una adicción hay momentos de más agresividad, de más ansiedad y también de normalizar la violencia. Es lo mismo que nos pasa a los adultos, que cuando hablan de fallecidos y eso se alarga en el tiempo llega un momento en que parece que ya no nos sorprende. No es que un niño que juegue a matar sea agresivo, pero sí es cierto que el momento en el que se juega, la dosis de los tiempos, que no tenga otro tipo de estimulaciones e interrelaciones sí pueden hacer que hayan niños con más aislamiento, menos comunicación, y todo eso conlleva a que haya más ansiedad y más agresividad.
En los colegios preocupa que por imitación pongan en peligro su integridad física. Nadie pensaba eso de las películas de indios y vaqueros. ¿Estamos exagerando?
—El contenido violento al que hemos ido accediendo es distinto al de épocas anteriores. Agresividad y violencia ha habido siempre, pero ahora está más presente y hay mucho más acceso. Cada vez es más difícil poder saber qué ven nuestros hijos y en qué momento y eso hace que el acceso sea más difícil de controlar. Antes daban una película y el padre decidía si el niño se iba o no a la cama. Ahora mismo hay mucho más acceso y a veces los padres no tienen tiempo de saber qué están viendo sus hijas e hijos y eso es muy peligroso. Tener el control y prohibir es una opción, pero saber qué ven y cómo lo ven y tener acceso nosotros también a esos contenidos requiere tiempo, estar formados e informados. Hay padres que no han visto cómo es el Fortnite o una serie que están viendo los hijos. Desde ahí es difícil poder luego recoger o colocar.
Una profesora no daba crédito a que algunos de sus alumnos hubiesen visto la serie junto a sus progenitores. ¿Pecan de permisivos?
—La posibilidad de que cada padre y madre eduque a su forma está ahí, pero la falta de tiempo y a veces también de conocimiento, de saber qué es lo que puede generar, hace que haya padres y madres que estén más relajados y no le den importancia. A veces se le da cuando ya ha saltado la liebre y se oye qué repercusión puede tener. Al final dedicar tiempo e invertir en poner límites y normas hace que ni los permisivos ni los que no permiten absolutamente nada sean los adecuados. Es estar en el punto intermedio, formar e informar a los padres de las repercusiones para que decidan en un momento dado limitar un acceso a algo.
Es difícil prohibir a los de 14 o 15 años ver una serie. ¿Hay que mantenerse firme, convencerle de que, aunque la haya visto toda su clase, no es adecuada, ser flexible...?
—Lo mejor es que un padre o una madre sea consecuente con su criterio y, aunque suponga tener momentos de conflictos y enfados, siempre poner un límite. Hay que explicarle el motivo por el que no se la dejas ver y tolerar que se enfade y que eso genere lo que genera, porque es cierto que luego tienen dificultades en relacionarse con sus iguales porque son los bichos raros, pero si no, sería algo así como dejarles hacer todo lo que hagan los demás, sea bueno o malo. No es fácil, pero hay que ser consecuente con lo que uno cree.
Ser el 'perro verde', entonces, no les va a suponer un trauma...
—No les supone un trauma, aunque para ellos sí es una vivencia difícil que les crea una dificultad de relacionarse en ciertos momentos. Cuando toda la clase juega al Fortnite y tú eres el único que no tiene acceso porque tus padres no te dejan jugar a ese juego te pierdes momentos de poder jugar con tus amigos y compartir cosas que han pasado en el juego, pero eso también genera otros aprendizajes de tener que buscar otros recursos. No supone un trauma, sí un conflicto que tenga que resolver.
Una vez que tienen 'smartphone' es imposible poner puertas al campo. ¿La solución es recurrir a aplicaciones de control parental?
—El control parental está para utilizarlo, pero siempre lo pueden ver en el móvil de un amigo. Lo importante es trasladarles qué es lo que sí o lo que no y el motivo porque al final es lo que ellos van a poder en un momento dado asentar y realizar. Es decir, el control parental es importante y saber qué hacen porque a su edad a veces no saben qué es peligroso y qué no, pero también es el hecho de poder comunicarse y explicar cuál es el peligro de las cosas porque a veces falta esa información. No es: "No porque no es adecuado". Requiere tiempo, sentarse y explicarlo.
¿Y cala el mensaje si luego lo visionan en el móvil del compañero?
—A riesgo de que lo puedan ver en otros momentos con amigos hay una información que ya les ha llegado y en un momento dado se puede recoger eso: Me imagino que lo has visto, qué te ha parecido... y poder darle un contexto distinto porque el acceso, con o sin el control parental, lo van a tener. Ahora mismo es casi imposible impedir que lo puedan ver en el colegio con sus amigos o en cualquier otro espacio.
Fortnite también trae de cabeza a los padres. Anula el resto de intereses, casi todos lo juegan... ¿Cómo buscar el equilibrio?
—Permitiendo en función de la edad lo que se pueda usar y fijando el tiempo. No es cuestión de prohibir y no dejar que lo utilicen, pero sí que haya unas limitaciones para que pueda haber opciones de otras cosas. Si les dejas constantemente estar viendo la tele, no hay opciones de que puedan jugar a otras cosas y relacionarse. Hay que dosificar y para eso hace falta que los límites vengan de los padres. Es decir, decidir a qué hora, en qué momento y cuánto tiempo y el resto del tiempo que se pueda ocupar en otro tipo de cosas.
¿Con un móvil en la mano también acceden al porno a edades tempranas o son casos aislados?
—No es algo que esté ahora mismo tan presente. Sí asusta un poco a padres y madres, desde lo que despierta respecto a la sexualidad, cómo afrontarlo y explicarlo. Como se sabe que está y que por curiosidad y por la etapa evolutiva van a acceder a ello, hay que informar de qué es la pornografía y qué son las relaciones sexuales porque se confunde.
"No podemos evitar que accedan a contenidos nocivos, pero sí explicarles por qué no son adecuados"
"Agresividad y violencia ha habido siempre, pero ahora está más presente y hay mucho más acceso"
"A veces los padres no tienen tiempo de saber qué están viendo sus hijas e hijos y eso es muy peligroso"