Intentar resumir la multifacética carrera de Itziar Ituño en unas pocas líneas sería un objetivo absurdo. Mencionar solo La casa de papel y otros trabajos que han elevado su popularidad, también en el ámbito internacional, a cotas impresionantes, sería un ejercicio injusto. Con todo, cabe reseñar que en los dos largometrajes realizados por el director gasteiztarra Paul Urkijo, ella no ha dudado en estar ahí. Lo hizo con Errementari y ahora repite con Irati, que este viernes, día 24, se estrena en las salas de cine.
Llega el momento del estreno, aunque del rodaje ha pasado ya lo suyo. Eran los tiempos de las mascarillas y demás. ¿Le queda muy lejos o todavía lo tiene presente?
—Un poquito sí. Fue entre septiembre y octubre de 2021 y cuando ahora toca hablar de estas cosas, no lo tienes tan fresco. Pero eso te pasa con muchos proyectos. Aún así, el caso de Irati es algo diferente. Claro, hacer de Mari es algo que no se te puede olvidar. Eso se va a quedar ahí con fuego de por vida.
Itziar Ituño está en pantalla pero, en realidad, no se le ve el rostro. ¿Complicado adaptarse a esa circunstancia?
—Para nada. Entendí perfectamente que el personaje de una diosa ancestral como es la nuestra, como es Mari, no tuviera un rostro determinado. De hecho, me pareció lo más lógico del mundo. Ella recopila todo lo que es la energía femenina y creadora de la naturaleza. El reto fue tratar de traspasar esa especie de cortinilla que me ponen para lanzar algo. Intentamos darle a la voz más peso para transmitir, por así decirlo, una majestuosidad. Además, con un vestido que tampoco me permitía mucha movilidad aunque, eso sí, era impresionante. Fue una de esas experiencias inolvidables que te pasan una vez en la vida.
También hubo que hacer un trabajo con el euskera, como ya tuvieron que hacer en ‘Errementari’.
—Sí, sí, allí tuvimos que hacer un proceso con ese euskera alavés ya casi perdido. Es complicado, porque tú llevas tu euskera de casa y, claro, hay que adaptarse. Lo mismo en Irati con esa recuperación que se hace del euskera navarro dándole unos tintes de sincretismo árabe que se nota en algunas haches aspiradas, por ejemplo. Yo, que soy vizcaina, las zetas no las he pronunciado en la vida e imagina el trabajo que he tenido que hacer (risas). Pero tuvimos ahí a Gorka Lazkano, que fue nuestro gurú en esto, y conseguimos darle una uniformidad a todo. Y suena, ¡buah! Me encantó el ejercicio.
Además, en la película se le modifica un poco la voz.
—Sí, le dieron un toque como más telúrico. Claro es que ¿cómo suena una diosa que vive en una caverna y que simboliza tantas cosas? Pero a pesar de todo eso, me distingo (risas). De verdad, no te lo digo por quedar bien, es que es fantástico poder hacer un personaje así. Paul me decía: pero, ten presente que no se te va a ver la cara, igual no quieres hacer el personaje. Me da igual. Yo solo le dije: llévanos por donde tú quieras.
Todas las mujeres que salen en la película tienen un papel importante, fuerte. ¿Lo ve como una reivindicación?
—Lo veo como una puesta en valor del peso que tuvimos en algún momento por estas tierras, cuando se respetaba todo lo que tenía que ver con la creación. Las sorginak no son brujas, son creadoras porque sortu es crear. Eso queda reflejado en la película, igual que el hecho de cómo a medida que avanza el cristianismo también lo hace el patriarcado. Y según pasa eso, nuestro poder ancestral, nuestro sitio en esta sociedad se pierde. La película, en realidad, pone muchas cosas encima de la mesa. Por ejemplo, la ecología.
Es que, además, en su personaje coinciden ambas temáticas.
—Eso es. Es el maltrato a esa energía creadora de la naturaleza, que es vida. Hay momentos en los que se pincha a un árbol y este sangra. Es hacer ver que no somos los únicos seres vivos y que no somos los grandes jefazos y jefazas de esta tierra. Aquí estamos muchos seres vivos y hay que tener respeto por todo eso. En esta película se habla también de eso, de volver a la naturaleza, de respetarla. Igual tenemos que volver a creer un poquito en aquella diosa que era la madre tierra.
Llega el momento de que la película llegue a las salas de cine y ¿qué le gustaría que pasase?
—Espero que la gente se emocione. Estoy segura de que el público de aquí se va a emocionar mucho al ver una película del nivelón de El Señor de los Anillos hecha aquí, en escenarios naturales, que te está contando la historia de la batalla de Roncesvalles y que, a la vez, recupera nuestras antiguas creencias. Y para la gente que desconoce por completo cuál es la mitología y parte de la historia vasca, también va a poder disfrutar de todo ello de una manera fantástica y bonita. Es una historia que, además, es para todos los públicos.
Es innegable el tirón que, también en el ámbito internacional, tiene el nombre de Itziar Ituño. Entiéndame la pregunta: ¿le importa ser, por así decirlo, el gancho publicitario en el exterior?
—¡Es que yo misma me presto! (Risas). Y ya te digo, me presto para un proyecto como este, no para todos. Voy a piñón con Irati. Es un pedacito también de mi cultura y esto lo defiendo con uñas y dientes. Y se lo recomiendo a la última persona que viva en Filipinas o donde sea. Estoy, junto con todo el equipo, apoyando Irati y también que la gente vuelva al cine.
Es que esta es una película para ver en sala.
—Sí, sí, pero más allá de este caso en concreto, tenemos que volver a recuperar el cine en colectivo, no solo en la televisión de cada casa. Vamos a ver si conseguimos que se recuperen las salas de la crisis y espero que Irati pueda contribuir a eso.
Como actriz, hacer una película de este tipo, que no es nada habitual en el cine de aquí, ¿es un trabajo más o...?
—No, no, no. De hecho, este proyecto lo blindé y lo defendí con uñas y dientes. Desde que te proponen hacer una película hasta que se hace pasan muchas cosas. A mí, desde La casa de papel me vienen un montón de proyectos, pero con Irati lo tenía muy claro. Iba a hacer de Mari sí o sí. Para mí el papel era un regalo que me hacía la vida. En esta larga vida laboral que llevo, este personaje es un tesorito. Así que tenía muy claro que lo quería hacer y que lo iba a hacer sí o sí. Es que no te ofrecen todos los días hacer de la Dama de Anboto.
Actúa, canta y hace como un año estuvo en el Principal de Gasteiz con la obra ‘Tarara’. Está en el cine, en la televisión, en... ¿Qué le mueve a hacer tantas cosas?
—Me embrujan las historias. Cuando una historia te llega, se te enciende como una cosita dentro que te hace ver que eso te gustaría contarlo. Nunca se deja de aprender en este oficio, con lo que, cuanta más variedad, mejor porque aprendes más. Cada proyecto es un viaje distinto. Ahora tengo el gran lujo de poder elegir, que no es lo habitual, lo hago y cuando algo me toca, ahí voy. Me da igual que sea una cosa para girarla solo por teatros de Euskal Herria o que sea algo internacional.