albergaba algunas dudas sobre la idoneidad del recorrido de esta Itzulia para provocar un buen espectáculo ciclista. Salvo en la etapa final de Arrate, con Azurki de por medio, echaba en falta puertos de más entidad. Pero la carrera disipó mis temores brindando una disputa espectacular, con batallas diarias, con vencedores de postín en cada etapa. En realidad, el recorrido de las etapas refleja muy bien la topografía y las carreteras de nuestra tierra, con valles estrechos de orientación desde el interior hacia el mar, como los huecos entre los nudillos y dedos de la mano, y puertos cortos pero duros que enlazan transversalmente unos valles con otros. Un terreno rompepiernas, lleno de trampas, que desnuda a quien esté pasando un mal momento si se presenta la batalla.
Es lo que le ocurrió a Roglic en Mallabia, la víspera del final, proporcionándonos una imagen inhabitual, la del esloveno desintegrándose. Le desarticuló un ataque de Evenepoel, al estilo Txente García, que recomendaba que hay que atacar cuando acaba el puerto, cuando las piernas de todos están agarrotadas por el esfuerzo de la escalada. Aunque el tiempo dirá si se trató de un fallo estructural, es decir si asistimos al primer punto del declive de Roglic, o si fue solo una maniobra táctica. La víspera despertamos con unas declaraciones de Indurain donde alertaba de que si Roglic quería ganar el Tour, podía pagar los excesos que estaba realizando en marzo y abril, con sus triunfos en París-Niza y aquí. Quizá lo leyó el esloveno y le influyó para no dar el do de pecho, combinando eso con una opción de equipo a favor de Vingegaard, teniendo en cuenta que junto a Roglic se quedó Adam Yates, que era uno de los principales enemigos. Quizá pensó que esos segundos que perdía Vingegaard con Martínez, Evenepoel, Vlasov, podía recuperarlos en Arrate gracias a su mayor calidad en la escalada, y así eliminaban al británico, pero no fue así.
En Arrate, tras una batalla descarnada durante los últimos 50 kilómetros, en un continuo de puertos encadenados, librada entre los propios líderes, sin coequipiers, se impuso Ion Izagirre, y en la Itzulia el colombiano Luis Felipe Martínez, el más fuerte. El joven belga, Evenepoel, mostró una combatividad ejemplar, pero sucumbió en los últimos cinco kilómetros de la subida.
Durante estos días, la fundación Euskadi repartió camisetas, con el fin de recuperar aquella marea naranja que teñía las carreteras del Tour en los Pirineos, en los tiempos de esplendor del equipo. Pienso en esa marea naranja y me doy cuenta de que, por casualidad, por ser ése el color representativo del patrocinador, han dado con un color muy ciclista. Hay otros colores también propios del ciclismo, como el amarillo, el rosa, o el arcoíris. Y el naranja lo es para los apasionados de este deporte. Naranja era la bicicleta Motobecane que llevaba el mejor Luis Ocaña; como también lo era el color de su maillot del equipo BIC. Naranja era la bicicleta del gran Eddy Merckx, de marca Colnago, aunque llevara la inscripción comercial Molteni en el cuadro. Ernesto Colnago era un chaval milanés que comenzó a trabajar con trece años en un taller de bicicletas, que fue corredor profesional, y que luego fundó su propio taller, como muchos exciclistas, y que poco a poco creció, hasta convertirse en uno de los principales fabricantes de cuadros del mundo, hasta ahora, con Pogacar. Pasando por todas las tecnologías, el acero ligero, el titanio y el carbono. Su obra más amada fue la bicicleta, naranja, que preparó en titanio para el récord de la hora de Eddy Merckx, que pesaba 5,75 kilos.
Y naranja también era mi primera bicicleta de carreras. Yo mismo elegí ese color para pintarla, porque quería copiar la de Merckx, incluso pegué en el frontal del cuadro una fotografía plastificada del astro belga. Obedecía en secreto a un impulso de pensamiento mágico, esa forma simbólica de los sueños, que creen que haciendo tal o cual acción o sortilegio, conseguiremos que el destino se oriente por suerte hacia nuestro deseo. Aunque sepamos que no es así, seguimos haciéndolo en mayor o menor medida. Recuerdo que me hizo mucha gracia el escritor Manuel Vicent en su novela Tranvía a la Malvarrosa, cuando el protagonista dice que no se masturba nunca los sábados porque le da mala suerte a su equipo de fútbol, el Valencia, para el partido del domingo.
El rojo es otro color que se suma al abanico cromático del ciclismo, pero en este caso, debido a una vivencia particular. Tal día como hoy, el 10 de abril de 1977, disputaba una carrera en Oñati. La víspera se había legalizado el Partido Comunista, un acontecimiento que daba a entender que el camino hacia la democracia iba en serio. Cuando ascendíamos en pelotón el puerto de Udana, nos cruzamos con una caravana de coches tocando la bocina y con banderas rojas asomando por las ventanillas. También era el día de mi cumpleaños. En mi casa se había vivido intensa y abiertamente la lucha contra la dictadura, y ver aquella caravana engalanada con las banderas prohibidas me emocionó. Creo que me distraje bastante de la carrera, ni recuerdo el puesto en el que terminé. Al llegar a casa había una pequeña fiesta. No supe si era por mi cumpleaños o por lo otro.