En la pista donde se crio, en Rostock, Alemania del este, cuando el mundo era otro y el muro de Berlín sostenía la guerra fría, rodaba feroz, una fuerza de la naturaleza llamada Jan Ullrich (2 de diciembre de 1973, Rostock).
El prodigio alemán. amaestrado por la escuela soviética, era un cohete que irrumpía en los peraltes y mordía el vértigo a toda la velocidad. El velódromo, el bucle, amansaba a una fiera que necesitaba huir. Convertido en un ciclista formidable, Ullrich conquistó el Tour de 1997.
Su hazaña se sitúa en Ordino Arcalís en una jornada extenuante. 7 horas, 46 minutos y 7 segundos después, el apoteosis le espera. El campeón alemán es joven, muy potente. Una bestia parda. Salvaje, ese día determinó que él era el rey de Francia tras la anomalía de Bjarne Riis, que lucía el número 1.
Ullrich, que trabajó para él, fue segundo en 1996 tras la abdicación de Miguel Indurain, el emperador de Francia entre 1991 y 1995. La exhibición de Ullrich destrozó a Marco Pantani y Richard Virenque, dos grandes escaladores.
Ullrich masticaba la montaña sin levantarse del sillín. Se estima que el portento alemán fue capaz de mover alrededor de 500 vatios en una etapa por encima de los 250 kilómetros entre Luchon y la cima andorrana.
Los años salvajes
Eran otros tiempos. Los de la EPO. Se calcula que su logro era como correr los 100 metros en 9 segundos. Algo inconcebible. Una actuación estratosférica. Otra marcianada. El engaño era el hilo conductor de las venas de muchos ciclistas. La EPO y las transfusiones de sangre gobernaban el ciclismo, que todo lo tragaba. La cantidad de positivos de ese tiempo es enciclopédica. La EPO era la vedette.
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“La percepción generalizada en aquel momento era que, sin ninguna ayuda, sería como ir a un tiroteo armado sólo con un cuchillo. En aquel entonces casi todo el mundo consumía sustancias para mejorar el rendimiento. Yo no tomaba nada que los demás no consumieran. Para mí, las trampas empiezan cuando obtengo una ventaja. No era así. Quería garantizar la igualdad de oportunidades”, comenta Ullrich en la antesala del estreno de un documental sobre su vida repleta de episodios oscuros dentro y fuera de la carretera
Tal vez por eso, Ullrich, que confesó haberse dopado para conseguir el laurel de 1997, entiende que la corona le pertenece. Así lo siente. “Sé lo que he logrado. Personalmente creo que merezco el título. Otros tienen que decidir eso. Pero en mi corazón soy un ganador del Tour de Francia”, expone Ullrich.
El ciclista alemán fija su primer contacto con el uso de sustancias prohibidas dos años antes de su coronación en París. Cuando se convirtió en profesionales en el Telekom.
“ Sé lo que he logrado. Personalmente creo que merezco el título. Otros tienen que decidir eso. Pero en mi corazón soy un ganador del Tour de Francia ”
Jan Ullrich - Exciclista
Comenzó a doparse en 1995
“Entré en contacto con ello (el dopaje) en 1995/1996, antes del Tour. En ese momento me lo explicaron de forma plausible. No tuve miedo. Fue muy obvio para mí en ese momento. Me enteré muy pronto de que el dopaje estaba muy extendido. Me enseñaron que era bueno, con un gran talento, que entrenaba con gran dedicación y que tenía todas las aptitudes necesarias. Pero me dijeron que si quería mantenerme allí, tenía que participar”, apunta Ullrich, que apenas contaba con 22 años cuando se inició en el dopaje.
Apenas tres años antes, se convirtió en campeón del mundo amateur en Oslo. Lance Armstrong logró el Mundial absoluto. El destino les unió después en formidables disputas en el Tour convenientemente dopados. El norteamericano consiguió siete Tours que fueron borrados del memorándum de la carrera francesa.
A punto de cumplir 50 años, Ullrich asume que “era culpable y ahora me siento culpable. Puedo decir con todo mi corazón que no quería engañar a nadie. No quería adelantarme a los demás corredores”.
“Yo era joven e ingenuo y entré en un sistema existente. Y eso me pareció tan apetecible e indispensable que decidí hacerlo. Mi carrera habría terminado si no lo hubiera hecho. Nunca me sentí como un criminal”, analiza.
Un discurso cínico
Como la mayoría de los ciclistas que reconocen haberse dopado, Ullrich trata de enmarcar su comportamiento mediante una interpretación tan manida como ventajista.
En lugar de reconocer que se dopó para obtener ventaja sobre sus rivales, lo maquilla asegurando que se dopaba porque querían correr en igual de condiciones que el resto.
“Era una época diferente. El ciclismo tenía un sistema y terminé en él. Para mí era importante empezar las carreras con igualdad de oportunidades. La actitud general era: si no haces eso, ¿cómo vas a sobrevivir en una carrera? Entonces vas en el pelotón y sabes que probablemente eres uno de los que no tienen nada, y por eso tienes cero posibilidades”. El cinismo siempre está presente en todas las historias de exdopados, que tratan de eludir su responsabilidad.
Relación con Eufemiano Fuentes
Ullrich explica que se negó a confesar haberse dopado a pesar de las evidencias. En su defensa argumenta que no quería “arrastrar a mucha gente conmigo al abismo”. En realidad fue una estrategia de sus abogados defensores.
“Los abogados me dijeron: ‘O sales y lo derribas todo, o no dices nada en absoluto’”, recuerda el alemán de cuando fue retirado en 2006 en Estrasburgo antes del inicio del Tour por aparecer en el arcón más famoso del dopaje (el Hijo de Rudicio era su apodo), el de la Operación Puerto, vinculado a Eufemiano Fuentes. Fue sancionado por el TAD a dos años de suspensión.
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“Todo estuvo bajo control médico. Al final fue mi propia sangre la que había tomado, algo natural y bajo control médico, no tenía miedo”, recuerda sobre su relación con el doctor. “Fuentes me preguntó: ¿Por qué semáforo quieres pasar? ¿El verde, el amarillo o el rojo? Inmediatamente lo tuve claro: estos son los niveles de riesgo. Dije: siempre verde. Ni siquiera quiero saber cuáles son los otros niveles”, expone el alemán, que con el paso del tiempo asume que debió arriesgar y decir la verdad.
Arrepentido por no contar la verdad
“Si hubiera contado mi historia, habría pasado muchos años maravillosos. Habría sido muy duro durante un breve momento, pero después la vida habría sido más fácil. No quería decir verdades a medias y menos aún toda la verdad. Pero no tuve el coraje. Ahora me siento bien al admitir mi culpa”, argumenta.
Todo eso está plasmado en el documental que se estrenará sobre su azarosa vida después de que sufriera un colapso físico y mental en 2018 debido al consumo de whisky y la cocaína que casi acaba con su vida. Por entonces, Ullrich era un espectro, un hombre destruido. Con la confesión, busca la redención.