¿Con qué nos sorprenderá en esta ocasión el admirado Herbie Hancock? Tras su más de media docena de presencias en el Jazzaldia, la última en 2017, no sabíamos si iba a acercarse al jazz más acústico o adentrarse en terrenos más funk, y electro, donde se mueve con fluidez meridiana. El pianista, de 82 años, nos sorprendió con la presencia entre sus filas del gran Terence Blanchard, con una más que rotunda discografía y autor de varias decenas de bandas sonoras de películas como, por ejemplo, Jungle Fever o Malcolm X, de Spike Lee, o la más reciente Harriet, de Kasi Lemmons. Herbie Hancock corrió el último relevo de esta carrera que se ha desarrollado en el auditorio y cuyo punto más jazzero era, precisamente, este último concierto.
El músico de Chicago sigue manteniendo un gran aspecto físico. Es, sin duda, una leyenda viva del jazz.
De nuevo, el Kursaal presentó un aspecto fantástico. El público ha respondido y en todos los conciertos, o se ha llenado o se ha estado cerca del sold out. También en el de ayer.
Muy locuaz, dicharachero y jocoso se mostró desde el principio un Herbie Hancock con ganas de estar en el Kursaal y que invitó al público a bailar. Anunció que iba a ser un viaje por la galaxia, como las imágenes mostradas por el telescopio James Webb, y comenzó con una obertura que recopilaba unos cuantos temas de su discografía.
Empezó cósmico ambiental con el barniz de la trompeta en primera línea, pero enseguida se impuso el funk, que dominó estilísticamente la velada.
La fusión de jazz, rock y funk estuvo sobre el escenario con los wah-wah de la guitarra, el bajo y la batería construyendo un consistente muro de sonido, y el líder alternando el piano de cola y los distintos teclados electrónicos.
Con cambios de ritmo constantes, se fueron sucediendo los turnos de los distintos instrumentos, consiguiendo unos crescendos distinguidos. El guitarrista Lionel Loueke, originario de Benin, destacó con un sonido armónico muy original, al que acompañó con sonidos guturales digitalizados que nos transportaron a la África profunda. La banda ya estaba engrasada y aceleraba y apretaba bajo la batuta de Hancock. El esfuerzo físico de todos no era nada desdeñable y la primera y muy larga pieza fue aclamada con entusiasmo.
Hubo un recuerdo para el gran saxo y compositor de casi 90 años Wayne Shorter, al que tributaron un pequeño homenaje interpretando un tema suyo, Footprints. En primera fila figuraba Terence Blanchard, al que presentó haciendo alusión a todas esas bandas sonoras que ha compuesto. Sonó exquisito, la banda se dispersó, y cada uno tomó su camino, que luego convergió perfectamente. Blanchard fascina.
Hancock soltó su discurso (todos somos una familia, somos irreemplazables, nos tenemos que cuidar, salvar el planeta, etc.). Habló de las muchas bondades técnicas del bajista James Genus y encaró Actual Proof. Jazz funk complejo con continuos y exigentes cambios de ritmo, que a veces te abrazaba y otras te empujaba, con sonidos de guitarra indescriptibles, no asociados normalmente a ese instrumento. El bajista demostró su destreza. Expresivo y rapidísimo, le ayudó un extraordinario Justin Tyson en la batería. Hancock les ayudó con pequeños detalles. El tema se cerró compacto, bien armado y sin fisuras.
Come running to me es un tema de los 70 que se canta con vocoder, algo parecido al actual auto-tune, efectos para distorsionar la voz, digitalizarla. Fue lo menos atractivo de toda la tarde y, además, ese regusto por lo retro tecnológico de Herbie Hancock terminó por convertirse en algo no necesario en un show de esas características. El tema, interminable, rebajó los méritos. Volvieron las experimentaciones de guitarra y teclados básicamente con Secret Sauce. Hancock se colgó el keytar, esa especie de mezcla entre teclado y guitarra. Cantalopupe Island fue recibido con algarabía ya que es un tema más icónico. Sonó fantástico, con su repetido e infeccioso riff. Cerraron con un funk de altos vuelos, Chameleon, con su ritmo colosal, con toda la banda disfrutando de la profundidad de las bajas frecuencias. Herbie Hancock se animó y bajó a tocar entre las primeras filas del público. Era la propina, no hubo más. Vimos un concierto en el que todas las composiciones tienen más de 50 años. Entramos con la sensación de que podría ser la última vez que veamos en directo a Herbie Hancock pero, tras el concierto y ver su vitalidad, puede ser que no. l