Un día cayó en la cuenta que, absorbido por los Whatsapps o las redes, estaba aparcando cosas que le encantaban como la lectura o la escritura. Por eso en 2019 dejó de lado el smartphone y se pasó un año entero sin teléfono inteligente ni redes sociales. "Tenía solo mi portátil, y mi e-mail", indica, recordando sus tiempos de anacoreta digital.
Después de un año ¿cómo asumió volver a estar conectado?
-Hice una vuelta gradual. ¡Y tampoco se aprende mucho en un año sin smartphone! Lo que hay que saber es qué herramienta digital necesitas verdaderamente. Yo, por ejemplo, en mi móvil tengo cinco aplicaciones, no más. Pero como el año pasado estuve en Corea e inicié una relación, debo estar conectado. Si no fuera por trabajo u otras necesidades, funcionaría con un Nokia 3310, o con esos móviles que son como teléfonos tontos pero que de tontos no tienen nada.
¿Por qué dice eso?
-Porque son los que te hacen más inteligentes ya que trabajas tus capacidades y no estás todo el día pendiente del teléfono. Debes saber hacer la reflexión; ¿necesito esto? Pero es un tema que hay que trabajar. Ahora, yo no es que vuelva a ser adicto, pero a veces se me va la pinza y puedo estar dos horas en Youtube viendo vídeos. Al final hasta la persona que mejor se sabe la teoría, cae en la trampa.
Ha estado investigando el concepto de bienestar digital. ¿Qué es eso?
-Trata de decir sí a la tecnología y jugar bien con ella. Uno tiene que sabe cómo le afecta la tecnología en su desarrollo personal, y mental porque a veces te puede permitir perder una hora en Youtube pero como estés todo el día y te condicione el trabajo o la concentración, ahí se encienden las alarmas.
¿Hay conclusiones sobre la sobreexposición digital?
-Hay estudios que dicen que las nuevas generaciones, los nativos digitales, tienen por primera vez en la historia un coeficiente intelectual inferior al de sus padres. Desde inicios del siglo XX los hijos superaban el coeficiente de sus padres por razones económicas, de sanidad, educación etc... pero desde hace diez años, esto se está parando e incluso revirtiendo.
¿Es achacable a la tecnología?
-Hay muchos estudios que dicen que desde la irrupción del smartphone en 2012 han disminuido los patrones de sueño, las horas de interacción física, o la felicidad. Y también la capacidad del lenguaje, de lectura, o de concentración... Las capacidades cognitivas en general han disminuido fruto de la constante exposición a la pantalla. Para que niños y profesores pudieran reflexionar sobre las luces y sombras de internet he llevado a cabo algún evento online. Porque nos aporta muchas cosas buenas pero cada vez hay más problemas de ciberbulling, de ciberseguridad... y sobre todo crea mucha ansiedad.
Los jóvenes, de hecho, confiesan muchos trastornos mentales.
-Una ex alumna mía de 24 años me decía que tiene un hermano de 13 años que cuando su madre le castiga sin móvil, se sube por las paredes, y eso significa que ahí realmente hay una problema. Por eso lo que más me preocupa son los jóvenes porque a la larga les va a afectar mucho en su salud física y mental. Hemos entrado en un mundo que no hemos tenido tiempo para asumir. Y ahora viene el metaverso. No tenemos tiempo para asimilar a dónde vamos y eso es superpeligroso.
¿Es para tanto?
-Es que vamos a un ritmo que se nos escapa de las manos y debemos cultivar un poco más la calma y la espiritualidad. Por eso estamos investigando las amenazas que conlleva todo eso, estamos trabajando muy de cerca con los universitarios que lo sufren para ofrecerles una plataforma y que puedan diseñar soluciones. Y sobre todo crear una conciencia conjunta de lo que les está pasando.
En Estados Unidos ya está surgiendo esa corriente.
-Sí en Estados Unidos ya hay muchas iniciativas de desconexión. En eso sí que nos llevan ventaja. Nos metieron en Instagram o en Facebook pero ahora nos llevan ventaja a la hora de ofrecer soluciones. Allí también se está pidiendo una regulación porque las redes sociales y los algoritmos no están diseñados para que favorezcan el desarrollo del ser humano.