Jon Arraibi reflexiona sobre lo perjudicial de inhibir las emociones del perro en momentos tan especiales como el reencuentro.
Las especies sociales, como los perros o nosotros, hemos desarrollado emociones específicas para vivir en grupo. La alegría por reencontrarnos con un ser querido es una de ellas. Cortar de raíz esa emoción, pretender que desaparezca, exigirle al perro que no se emocione, es en mi opinión, un disparo a la línea de flotación de la relación con nuestro perro.
Por supuesto que el perro debe aprender a manifestar su alegría de una forma que no resulte incómodo, adaptándose a como nos gusta a nosotros, los humanos, recibir afecto. Lo mismo que nosotros le ofrecemos cariño al perro de la forma que sabemos que lo disfruta.
Esto implica adaptarse el uno al otro, modular el comportamiento con el que se expresa una emoción, pero en ningún caso, arrancarla de la convivencia.
Los perros son inmensamente capaces de aprender a modular como expresan sus emociones. Eso sí, a veces, como todos, para aprender necesitan confianza, paciencia y práctica.