Todos esos recuerdos se perderán como lágrimas en la lluvia”. La icónica frase remata una de las escenas más recordadas de Blade Runner, una de las cimas de la ciencia ficción. A Jon Barrenetxea (20 de abril del 2000, Gamiz-Fika) la memoria le conduce a la lluvia en la Milán-San Remo, donde debutará este sábado, un viaje iniciático para el vizcaino.
Los recuerdos le resbalan por la mejilla de la infancia. El arcano de la memoria es selectivo, arbitrario y caprichoso. Los recuerdos se deshilachan con el almanaque.
“Sé que llovía, pero no sé quién ganó exactamente”, se sincera Barrenetxea. Trata de hacer memoria y puede ser aquella edición de 2013 en la que venció Ciolek entre la lluvia y el frío. El vizcaino no había cumplido los trece años, de por sí una edad difusa, a caballo entre la niñez y la adolescencia.
Sin embargo, se ve Barrenetxea mirando La Classicissima cuando doblaba el Cabo de Hornos de la niñez y el arrebato que sintió por la clásica italiana, tan cinematográfica en su baile sensual y bamboleante hacia Vía Roma.
Deseo por la Milán-San Remo
“Siempre he deseado correrla”, dice antes de embarcar hacia Italia, donde se adentrará por primera vez en el Monumento de la mano de la curiosidad, la ganzúa que abre las puertas del conocimiento.
El aprendizaje como nutriente para el motor. “Iré a aprender”, subraya Barrenetxea, debutante en el WorldTour con el Movistar.
Llegará a la Milán-San Remo, –“el Monumento en el que mejor papel puedo hacer por mis cualidades”, entiende– después de una exitosa París-Niza. Fue octavo en la clasificación de los jóvenes. La Carrera del Sol ha iluminado la ambición del vizcaino, el único vasco que se pondrá un dorsal en La Classicissima.
“En la París-Niza se peleaba por la posición todo el rato. Nunca había corrido una carrera en la que se notara tanto el estrés a pesar de haber participado en otras carreras del WorldTour. Se iba muy rápido”, desliza Barrenetxea, que se sintió más cómodo de lo que esperaba en ese afilado escenario.
Supo gestionarse y manejarse en esa refriega en la que cuenta cada puñado de asfalto. En las dos primeras etapas, las más propicias a sus características, estuvo delante. Fue 16º en la primera y 10º en la segunda.
El impulso de la París-Niza
Las sensaciones de la Carrera del Son fijan la perspectiva de Barrenetxea sobre lo que le espera en la cita italiana, una prueba que acumulará 288 kilómetros, una distancia exagerada.
“Cuando veía la carrera por la tele, pensaba, están locos, mira que correr 300 kilómetros bajo la lluvia”, rememora sobre aquel tiempo en el que se asomaba a la Milán-San Remo a través de la ventana de la tele.
“ ”
La distancia no le asusta a Barrenetxea, que nunca ha llegado a un kilometraje tan salvaje. “Lo normal es que haya un escapada y que todo se tense cuando falten 80 kilómetros. Al final, digamos que la mayoría de la carrera es tranquila o al menos así se suele correr”, diserta el vizcaino.
Salvo giros de guion, los dos momentos decisivos de La Classicissima son las subidas a la Cipressa y el Poggio di Sanremo. La primera de ellas (5,6 km al 4,1%) se coronará a 22 kilómetros de meta, mientras que el famoso Poggio (3,7 km al 4% con máximas del 8% en el tramo antes de llegar a la cima) espera a 9 kilómetros de la llegada.
Sobre ese croquis, Barrenetxea quiere estar presente en la parte alta y buscar sus límites. “Tengo la intención de hacerlo bien. Mi idea es estar en el grupo posterior al de los extraterrestres”, establece Barrenetxea.
La foto del pasado curso, con Van der Poel, Pogacar, Ganna y Van Aert desatados en el Poggio, invoca a los extraterrestres de los que habla Barrenetxea. “Quiero estar en el siguiente grupo, donde se espera que haya unos 30 corredores”, reflexiona el vizcaino.
Trasladar los vatios
No sólo el deseo empuja la ambición del novel. Iván Velasco, uno de los técnicos del Movistar, responsable de rendimiento y que maneja los datos que ofrecen los ciclistas, conoce los vatios que son necesarios para estar ahí.
Los cálculos sostienen que Barrenetxea genera los vatios suficientes para adentrarse en esa treintena de dorsales que estarán detrás de los ciclistas de ciencia ficción.
“Los vatios los tengo. La cuestión es que hay que poder desarrollarlos después de tanto kilómetros. Veremos cómo influye la fatiga y la acumulación de kilómetros. A partir de ahí, la colocación también será fundamental para poder estar donde quiero”.
En el Poggio, la cota que desemboca después en un descenso vertiginoso a la Vía Roma y a la historia, es donde todos esperan que se agite la Milán-San Remo.
Sin especular
Al Poggio se entra sin especulaciones tras una dura pugna por hacerse un hueco. “Es básica una buena colocación porque en las dos primera herraduras se suele subir a tope”, establece el vizcaino, que acude a la cita italiana con determinación y descaro.
“Será la primera vez y voy a aprender, pero tengo la convicción de hacerlo bien”, lanza Barrenetxea, consciente de que por delante Van der Poel, campeón en curso, Pogacar, el alienígena, Mohoric, vencedor dos cursos atrás, Ganna, Pedersen y otros asoman entre los favoritos. Diez años después de la memoria borrosa sobre Ciolek, Jon Barrenetxea se lanzará a vivir los recuerdos de la Milán-San Remo.