El juez de paz José Ángel Igarzabal ha cumplido 50 años en el cargo. Con tal motivo, el Ayuntamiento de Zumarraga ha solicitado para él la Cruz de San Raimundo de Peñafort. Igarzabal dejará este año el cargo.
La figura del juez de paz arranca en el siglo XIX, en los municipios que no disponen de un juzgado de primera instancia e instrucción. Entre los cometidos del juzgado de paz están la notificación de resoluciones judiciales, la toma de declaraciones, la atención del registro civil (que conlleva la celebración de bodas civiles), los actos de conciliación y los juicios civiles de menor cuantía (menos de 90 euros). "La causa de los actos de conciliación suelen ser los impagos. El juez intenta, con una serie de argumentos, que se alcance un acuerdo entre el demandante y el demandado y en consecuencia el caso no llegue a juicio".
Durante estos 50 años ha casado a 636 parejas. Todas menos una, después del franquismo. "En el periodo franquista, únicamente podían contraer matrimonio civil los contrayentes que fueran de una religión distinta a la católica. En el caso de los ciudadanos del Estado, debían presentar un certificado de apostasía expedido por el párroco. Resultaba muy complicado dar este paso, teniendo en cuenta el contexto socio-religioso de la época. Nadie se casaba civilmente".
Con la llegada de la democracia, la cosa cambió. "Desde el primer momento consideré que la ceremonia debía formalizarse con la solemnidad que requería. La mayoría de las celebraciones se llevan a cabo en la casa-torre Legazpi. En una ocasión, los contrayentes acudieron acompañados por su perro, que en el collar llevaba una bolsita con los anillos. En Zumarraga no hay mucha distancia entre los matrimonios civiles y los canónicos. Ello se debe, a mi entender, a que el santuario de La Antigua acoge muchos enlaces".
En los 70 tuvo que desempeñar también labores menos gratas. "Actualmente, es el juzgado de guardia el que ejecuta los levantamientos de cadáver. Después, se llevan al Instituto Anatómico Forense para la práctica de la autopsia. En los 70, tal cometido correspondía a los jueces de paz. En Zumarraga, los cadáveres se depositaban en una modesta camilla y se trasladaban en una camioneta del Ayuntamiento a la sala de autopsias del cementerio. De noche, en medio del silencio, la estampa era propia de una película de Hitchcock".
Igarzabal quiere dar las gracias a la Corporación. "Me ha emocionado el acuerdo adoptado unánimemente por las diferentes sensibilidades políticas con representación en el Ayuntamiento. Ese detalle me basta para sentirme orgulloso de pertenecer a Zumarraga. Todo mi agradecimiento, de corazón, a quienes configuran la Corporación".