Sin aliento. 21 iguales. Lívidos. Todo piel y hueso. Dos cuerpos que crujen en cada movimiento. Joseba Ezkurdia levanta los brazos y una sonrisa viste su rostro de fenómeno. Entretanto, una pelota que se mueve a cámara lenta en una dejada al txoko de Jokin Altuna. Por el camino, mientras se decide qué sucede en la parábola, si el sonido de la chapa abre o cierra una página de la historia, una manada de pitbulls en el estómago. En el retrovisor, una final del Cuatro y Medio enorme, grandísima, de las que quedan tatuadas en la memoria. 394 pelotazos a buena a un ritmo demencial. Chicos acelerados. Rock and roll en el frontón Bizkaia de Bilbao. La pelota sigue volando. Hamlet en Miribilla. Ser o no ser.
La crueldad del deporte en un solo segundo. El tiempo y su elasticidad: una vida puede durar un suspiro y un suspiro toda una vida. El todo y la nada. El reduccionismo más absoluto y salvaje con una txapela en el horizonte: un tanto es vida o muerte.
Un centímetro arriba o un centímetro abajo. Y todo cambia. El pelotazo besó la chapa este domingo y determinó un campeón: Ezkurdia.
Una final "histórica"
Y cuando parece que nada importa, todo cobra sentido. Una batalla que honra el Cuatro y Medio y la pelota, en general. Una batalla que corona a Joseba Ezkurdia en su tercer triunfo en la jaula, pero que pone a Altuna III, derrotado, como un animal competitivo de tamaño gigantesco. Dos bestias. Dos ases. Solo una txapela. Cara o cruz. La pelota que estaba buscando cobijo pegó en la chapa. “Hablaremos de esta final los próximos años. Como la de Retegi II contra Titín III de 1997”, comentaban voces autorizadas en las entrañas del frontón. Otra frase: “Se tenía que haber parado el partido con el 21 iguales y haberles dado una txapela a cada uno”. Asombroso.
Fue una final mayúscula, divertida, emocionante. Colosal. Por todo. Por juego, por intensidad, por alternancia. Sin apenas fallos, trufada de tantos; mentalmente intensa y poderosa. Los dos pelotaris demostraron por qué son los mejores en la actualidad. Después, el ganador solo puede ser uno; en este caso, el de Arbizu. “Histórico”, se dijo también. Se les despidió en pie. Eran gigantes, no molinos. Sancho se equivocaba al mirar el horizonte. Hacen falta más Quijotes que sueñen lo imposible, que, como este domingo, es posible. El cielo no está lejos.
“ Hablaremos de esta final los próximos años. Como la de Retegi II contra Titín III de 1997 ”
Ezkurdia levantó los brazos y miró al infinito. Suma su tercera txapela del Cuatro y Medio. Lo hizo después de superarse a sí mismo y de remontar a Altuna III un 16-19 en el que parecía todo el pescado vendido. Fue un golpe sobre la mesa. Más todavía con la capacidad del amezketarra para hacer daño en los finales de partido.
Las distancias en el marcador
El navarro había manejado distancias en los primeros compases, ásperos, en los que expuso la velocidad de su pelotazo por encima de su contrincante. Altuna III comenzó dubitativo. La clave de la jaula: mover al rival. Lo consiguió el de Sakana, con el gasto físico que supone en el contrincante. Con el 3-3, el guipuzcoano se sentó por primera vez en la silla. Objetivo: frenar el ritmo. Lo hizo por segunda vez con el 9-6. Si bien se registraron igualadas en el segundo, el tercer y el sexto cartón, el manista de Arbizu daba sensación de dominio. Sin embargo, Altuna III, mandíbula de hierro, se amarró al encuentro. Aprovechó sus opciones en la batalla de trincheras. Encontró oro jugando a la corta, buscando los pies de Joseba.
Cabe destacar la fortaleza mental de Altuna III viajando a contrapelo en la primera decena. Joseba no pudo mantener las diferencias, no obstante, ante el amezketarra, más difícil de atrapar que una anguila. Jokin es correoso, listo y corajudo. Se meció en la primera parte de su séptima final del Cuatro y Medio en un escenario incómodo, desenfocado ante el poder adversario. Con todo, en los cambios de pelota, empujando con sus armas, logró igualar en el cartón once.