Por sus venas corre sangre alemana, habla italiano y día tras día se acuerda de su Argentina natal. Juan Bar es el nuevo portero del Helvetia y no está defraudando
Juan Bar se incorporó esta temporada al Helvetia Anaitasuna y, a sus 34 años, el internacional argentino está demostrando que el club navarro no ha errado con su fichaje. Aporta la experiencia a una portería que comparte magistralmente con Marcos Cancio y su adaptación al juego, a la entidad y a Pamplona está siendo de lo más satisfactoria. Calmado y pausado, Bar habla de balonmano y de un puesto tan determinante como es el de portero. Reflexiona acerca de la vida, sobre el éxito y el fracaso, y desvela su interés por la política. Y, por supuesto, no olvida sus inicios en un deporte que, como él mismo recuerda, le enamoró "a primera vista".
Ha llegado al parón de noviembre como el cuarto mejor portero de la Liga Sacyr Asobal. Estará satisfecho con su papel hasta la fecha...
–Sí, lo estoy. Creo que cumplí con lo que se esperaba más o menos de mí. Es cierto que en algunos partidos podía haberlo hecho mejor, como el último ante el Cangas, pero también es algo lógico en una Liga que está muy equilibrada. Además, para mí es la primera vuelta de la competición y juego contra equipos a los que jamás me he enfrentado. Quizás me permito esa pequeña adaptación. En líneas generales estoy conforme, aunque siempre pendiente de cosas en las que tengo que mejorar.
Parece exigente consigo mismo.
–A veces demasiado. Pero es lo que me lleva a mejorar, a crecer y a aportar más al equipo, que es lo que más me preocupa. Por ejemplo, en el partido ante el Cuenca me molestó más no haber podido parar el último penalti, que lo toqué con la mano, que no haber estado bien al principio. Porque lo que necesitaba el equipo era ganar. Por muy mal que me había ido al inicio, si hubiera detenido ese último siete metros, habría podido ayudar a puntuar al menos. La idea es siempre ayudar al equipo a lograr puntos o a jugar buenos partidos.
En su presentación con el Helvetia aseguró que lo que sí prometía era compromiso y entrega. Son dos valores que tiene muy presentes, ¿verdad?
–No conozco otra forma de actuar. Es el método que prefiero y sé además que es algo que lo puedo dar al cien por cien. Mi compromiso y mi entrega están garantizados y creo que hasta ahora lo he cumplido sin fallos.
Las estadísticas dicen que es el cuarto mejor portero con 80 paradas y un 30,89% de efectividad. ¿Le da importancia a los números?
–Las estadísticas son números fríos, como se suele decir. Sirven, pero en un contexto. Me interesan para hacer un análisis más grande del partido. Porque he podido tener un 40% de efectividad, pero si hay dos últimos lanzamientos fáciles que me meten, para mí no tiene sentido. Prefiero tener un 10%, pero no dejar entrar esos dos tiros. Es verdad que hay un cierto porcentaje que si yo alcanzo, ayuda mucho a que el equipo tenga opciones. Así que la estadística es algo más. Sirve, pero hay que verla en un contexto. Le doy una importancia relativa.
El balonmano es un deporte coral, pero un portero puede llegar a tener un peso determinante en un choque. Sin ir más lejos, Javi Díaz en el último partido contra el Cangas.
–Así es. Precisamente Javi Díaz es el ejemplo de lo que hablo. Un portero que en la primera parte no tuvo mucha trascendencia, pero que en los momentos claves hizo las paradas que tenía que hacer y fue desequilibrante. El puesto de portero puede ser determinante. Es tremendo. Un guardameta que está entonado ayuda mucho al equipo. Dicen que es la mitad del mismo... (se ríe). Quizá sea un poco exagerado. Pero también es verdad que dependemos muchísimo de la defensa. En esta Liga, un portero por sí solo puede influir en algún encuentro, pero cuando más paramos es cuando tenemos ayuda. Cuando estamos arropados y los lanzamientos son incómodos.
Ahí Anaitasuna sí que puede presumir de tener una gran defensa. Al final, el éxito está en complementar todas las facetas.
–Para mí, todo parte de la defensa. Siempre vi el balonmano así. Los equipos que hicieron historia en este deporte tuvieron grandes defensas y grandes porteros. Desde Francia, a la Suecia de los 90 o la España campeona del Mundo y del Europeo... Y lo mismo a nivel de equipos. En Anaitasuna, Quique (Domínguez) hace mucho hincapié en el modelo de juego y este parte de la defensa. Para correr, primero hay que defender. Se construye de atrás para adelante.
Habla del modelo de Quique Domínguez, con unas señas de identidad claras. ¿Le ha costado asumirlo?
–Para nada. Es el balonmano que me gusta. Si yo fuera entrenador, me encantaría que mi equipo defendiera y corriera, y tuviera una intensidad alta en ataque. No me costó adaptarme. Además, para un portero no es nada difícil lo que pide. Hoy en día, la velocidad y el juego rápido es lo que desequilibra en el balonmano. Los goles fáciles, los goles que dañan. A mí me encanta.
Y lo bonito que es para el espectador.
–Sí. Es algo que cautiva. Aunque también es verdad que no todos los equipos pueden hacerlo. Se necesita tener unos jugadores con unas capacidades físicas para ello y Anaita los tiene.
A la hora de ser un buen portero, ¿qué pesa más en su opinión? Los entrenamientos, la formación, el talento, tirar de vídeo...
–Es una mezcla. ¿Qué pesa más en esa mezcla? Yo creo que la personalidad. Lo ves en Javi Díaz, por ejemplo. Porque mejor no nos vamos a Landin, que es un extraterrestre, o a Omeyer. Vamos a hablar de lo terrenal. Javi Díaz es un tipo que tiene sus años, pero una enorme personalidad, porque la parte física no es su fuerte. En mi caso, sí que le doy importancia al físico. Necesito sentirme rápido y fuerte. Pero, al final, la personalidad y el espíritu es lo principal, y obviamente el resto son componentes que ayudan. Como el análisis de vídeo. Hoy en día es algo que todos los porteros hacen y es irrenunciable. Y luego, además, me gusta mucho de los porteros ver qué armas tienen. Voy aprendiendo y soy muy curioso, me fijo en los métodos. En sus armas. Igualmente, para mí también es fundamental el entrenamiento duro. Prepararme bien durante la semana es como agua en el desierto. Y, finalmente, entrar con mentalidad en la cancha. Hay que estar muy fuerte y más en el arco, que es un lugar difícil. Es el balón o yo.
Una mentalidad fuerte también la darán los años. La experiencia.
–Sí. Cuando eres joven puedes llegar a pensar que hiciste todo lo posible, acabó en gol y es una injusticia. Pero con los años vas aprendiendo que no. Que hay goles, pero hay que pensar ya en la próxima jugada que viene. Lo entiendes como parte del juego. Relativizas todo, el éxito y el fracaso.
Lo de relativizar el éxito y el fracaso también sirve para la vida.
–Desde luego. Hay momentos que van pasando, que pueden ser malos, pero también tener una parte positiva. A mí con la pandemia me pasó eso. Sentí en algunos instantes la frustración, que perdía un año entero de mi vida en todos los aspectos. En el social, en el deportivo... Pero, por otro lado, vi que lograba otras cosas. Intentaba sacar lo positivo.
Ese pensamiento ha sido muy común en este período que nos ha tocado vivir.
–Así es. Yo sentí que perdía momentos importantísimos de mi vida, como reunirme con mi familia, con los amigos, ir de viaje... Todo lo que hacíamos. Por suerte todo eso ya está volviendo, aunque quizás nos estamos olvidando demasiado pronto de lo que sufrimos.
La peor parte de la pandemia la vivió en Argentina, ¿verdad?
–En mi país, sí. Al principio pensamos que iba a durar poco, que iban a ser 15 días en casa y listo. Pero se alargó y fue realmente duro. La pandemia llegó a Argentina un poco más tarde. Hubo que atravesar los peores momentos de muertes y de casos, como en todo el mundo, y de no saber muy bien por qué sucedía esto. Aunque la vacuna fue haciendo sus efectos y empezó a bajar. Pero Argentina es un país muy especial. Hay que conocerlo para entenderlo. Siempre rodeado de cuestiones políticas que son demasiado intensas. Todo son peleas. A mí me interesa mucho la política, pero por momentos me satura en Argentina. En cualquier tema, por pequeño que sea, hay una pelea. O estás de un lado o estás del otro. Hay que analizar cada cosa en su medida. En la vida no es todo o blanco o negro. Hay que ser más abierto de mente.
Quizás habría que diferenciar la política, fundamental en la vida, de los políticos.
–La política es la vida misma. Pero los políticos es un tema... En Argentina hay una gran corriente antipolíticos, porque los consideran responsables de la decadencia que se está viviendo. Es una posición relativa también, porque qué es un político sino el reflejo de la sociedad de la que sale y de la que vive...
Volviendo al balonmano. ¿Cuándo empezó a practicar este deporte?
–Tendría unos 8 años o 9 años. Como a todos los niños, me encantaba la pelota. Jugaba a fútbol, voley, basket, balonmano... Todo el día. Llegó un momento en que jugábamos en la calle o en los patios de nuestras casas. La mía tiene un jardín grande y lo destrozábamos siempre. Arrasábamos con el césped o con las plantas que ponía mi madre (se ríe). Y lo mismo pasaba en las casas de mis compañeros. Así que nos acabaron diciendo: 'Vamos a llevar a estos chavales a que descarguen donde debe ser'. En la zona en la que yo vivía teníamos un conocido que era entrenador y fuimos a entrenar a balonmano. Las sesiones eran los martes y los jueves. Recuerdo que ya el primer día me pareció increíble, fue amor a primera vista y ya jamás solté este deporte. Además, desde el principio me pusieron en la portería.
Su madre estaría encantada. Ya no le iba a destrozar las plantas y las flores...
–Sí, sí... Aunque seguí rompiéndole el jardín. Un poco menos ya (sonríe).
Y empezó a jugar en el SAG Los Polvorines.
–Así es. Es un club alemán. Una colectividad de emigrantes alemanes fundaron el club hace más de 100 años. El balonmano, el handball, es un deporte con mucha raíz en ese país. Mi abuelo era alemán, acudía a diversas actividades y ya conocía el club.
Y en 2008 decide cruzar el charco e ir a jugar a Italia.
–En 2005 jugué el Mundial Juvenil de Qatar con Argentina. Tenía 17 años y veía que en Dinamarca, Serbia y otros países había gente que jugaba al balonmano y encima muy bien. Fue una motivación. Dos años más tarde llegó el Mundial Júnior y ya ahí me planteé más seriamente ser profesional. Quería ir a Europa, porque en Argentina había tocado techo. Me surgió la oportunidad de Italia y no lo dudé.
A Bologna.
–Allí, sí. Un sitio espectacular y una experiencia maravillosa. Me permitió conocer la cultura italiana, que me encanta. Aprendí italiano, muy bien además. Fue algo muy lindo. Me dejó enseñanzas y amigos para toda la vida.
Y tras Italia, recaló en el Teucro.
–Sí, a través de Javier Barrios, un mítico entrenador español. Fue otro desafío, cambiar de nuevo de país, pero enseguida conocí un grupo excepcional en Teucro. Pontevedra es además una ciudad preciosa, una cultura muy linda y en lo culinario, espectacular.
Con todo, después de seis años regresó a Argentina. No se olvidó de su país.
–No. Tras lesionarme la rodilla y con los problemas económicos que empezaron en el club, sentía que debía regresar.
¿Fue como volver a empezar?
–Sí. Quería recuperar bien la rodilla. Sabía que en Argentina me iba a poder tomar mi tiempo para volver a jugar, que no iba a haber presión. Porque regresé al club del que salí. Me costó casi 10 meses sentirme de nuevo bien físicamente con la rodilla. Pero me recuperé con mi gente, con mi familia y volví a disfrutar.
Y de repente aparece Anaitasuna y se viene para Pamplona. Creo que en su fichaje tuvo mucho que ver un exportero de este equipo, precisamente. Matías Schulz.
–En Argentina estaba cómodo y no quería salir, pero después del Mundial de Egipto me llamó Anaitasuna y no lo dudé. A Matías lo conozco de toda la vida y también Juampi Fernández me habló excelente del club. Así que rápidamente nos pusimos de acuerdo. Entonces sí era el momento y no sólo en lo deportivo. También en mi vida personal era el instante idóneo de salir, de vivir de nuevo en Europa con Natalia, mi novia, y que nos podía ayudar a crecer. Los dos queríamos un desafío nuevo y llegó en el momento justo.
¿Y cómo se está encontrando en Pamplona?
–Estamos encantados. No hay ningún aspecto negativo. Le pondríamos mar a Pamplona, pero la verdad es que está tan cerca, a una hora de aquí, que ni eso. Es una ciudad increíble y el club, un diez. Me esperaba algo bueno y desde el primer momento nos hemos sentido como en casa. Eso hace más fácil llevar la distancia. No me puedo quejar para nada.