la dependencia agrícola de la Unión europea es de tal calibre que la guerra ha hecho saltar todas las alarmas
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La guerra en Ucrania provocada, única y exclusivamente por el dictador Putin, a semejanza de lo acontecido en época pandémica en el sector industrial, ha puesto sobre el tapete la dependencia de nuestro sector agroindustrial de materias primas de terceros países cuyo suministro damos por descontado en periodos de paz y normalidad.
Los países occidentales, la Unión Europea en nuestro caso, tienen organizada toda su arquitectura productiva, bien sea en el sector agroalimentario bien sea en el sector industrial y tecnológico, de tal forma que las tareas, procesos y elementos que sean trabajosos, sucios y carentes de valor añadido se subcontraten a terceros países a los que exprimimos en precios hasta asfixiarlos y condenarlos a producir en condiciones sociolaborales que rechazamos para nosotros pero con los que convivimos puesto que ocurren fuera de nuestro campo de visión.
Damos por supuesto que la cadena europea, con gran parte de la producción, como decía subcontratada y externalizada a terceros países, va a funcionar siempre bien, pero, cuando ocurre alguna anormalidad, bien sea por cuestiones como la pandemia, desastres naturales como terremotos, tsunamis, etc. o como ocurre ahora, una guerra, comprobamos que nuestro andamiaje tiene unas bases muy débiles y unos anclajes que vuelan a la primera de cambio.
Como decía, la guerra provocada por Putin ha hecho saltar las alarmas de la Unión Europea donde la dependencia agrícola es de tal calibre que, en estos momentos, hasta el propio comisario de Agricultura, Janusz Wojciechowski, ha despertado de su siesta permanente y ha puesto sobre la mesa la necesidad de revisar algunas estrategias, entre ellas la famosa De la granja a la mesa, donde la faceta productiva de la agricultura queda supeditada a la función medioambiental.
Pues bien, más allá de la cuestión ucraniana, esta semana he estado releyendo documentos varios sobre el relevo generacional en el sector primario y constatado la inmensidad del problema y consecuentemente, la ingente tarea a la que nos enfrentamos, tanto los que vivimos de, por y para el primer sector como el conjunto de la sociedad que requiere de alimentos para su día a día.
En la actualidad, nos encontramos con que menos del 10% de los productores tienen menos de 40 años y algo más de un tercio de los productores tienen más de 65 años. La mejora productiva bien a través de las tecnologías bien a través de la mejora genética supondrá un fuerte revulsivo para la garantía alimentaria, aunque mucho me temo que ni con dicha mejora productiva se logrará compensar la drástica reducción de efectivos, o sea, productores. Y ello, aunque alguien se niegue a verlo, pondrá en riesgo todo el entramado agroalimentario.
Por lo que, sabedor que la cuestión del relevo generacional y rejuvenecimiento es algo inmenso, complicado y necesitado de múltiples planteamientos, creo que es vital, entre otras cosas, afrontar decididamente la cuestión de la transmisión de las explotaciones.
Con un sector con cerca del 40% con más de 65 años sería un tremendo error dejar que ese 40% de explotaciones se cierren sin haber logrado la transmisión de esos bienes materiales (tierras, cuadras, invernaderos, etc.) pero también inmateriales, y aquí me estoy refiriendo a la sabiduría de esa gente mayor. Convendrán conmigo que, sin negar la dificultad del empeño, es más fácil trabajar en la transmisión que trabajar en la apertura de nuevas explotaciones que parten de cero. Para ello, es necesario proyectar líneas de trabajo e intervenciones cuyo objetivo sea la transmisión y para ello, creo, es necesario trabajar tanto con los jóvenes que quieran coger las riendas del negocio como, no menos importante, sobre la cuestión de esos agricultores mayores que deben asumir que es una verdadera pena que su trabajo de toda la vida se pierda y que, con su ayuda y colaboración, deberán posibilitar que un joven continúe con su labor y en algunos casos, la mejore.
Ahora bien, la transmisión funcionará, más allá de lo dicho anteriormente, si contamos con jóvenes dispuestos a coger la vara de mando de las explotaciones, y para ello debemos contar, prioritariamente con los jóvenes de las familias que regentan actualmente las explotaciones, y posteriormente, fijar la mirada en aquellos que se acercan desde realidades externas.
Los jóvenes, unos y otros, deben formarse para afrontar los nuevos retos, pero, en mi humilde opinión, deben contar con la base de la afición-vocación de trabajar la tierra, el ganado y/o el monte y ganas de enfundarse las katiuskas (botas de goma) y meterse en el barro.
Cada vez observo más gente joven que se acerca al sector con el objetivo de ser asesor, sindicalista, comercial, gerente, marketing mánager, técnico y/o funcionario del ramo, pero lo que no acabo de ver, o poco, es a gente joven con ganas de ponerse las katiuskas y ser productor.
Y, lamentablemente lo que urge es contar con tropa, buena, joven y formada, pero tropa, en la base productora. La tropa de la katiuska.