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Kosovo, el polvorín silencioso

Casi un cuarto de siglo después de la intervención de la OTAN que expulsó a Serbia de Kosovo, y quince años después de la proclamación de la soberanía, la tensión entre Kosovo y Serbia sigue latente en los Balcanes
Una delegación de Kosovo saluda en el acto de inauguración de los Juegos del Mediterráneo.

DECÍA Winston Churchill que los Balcanes tienen la tendencia a producir más historia de la que puedan consumir. Los últimos acontecimientos en Kosovo, con la minoría serbia y los albanokosovares de nuevo enfrentados, justo cuando nos encontramos ante el décimo quinto aniversario de la proclamación de su independencia, nos retrotraen terribles imágenes sobre las guerras de la antigua Yugoslavia que aún Europa está por digerir. Con una guerra en Ucrania como fondo, la situación de Kosovo, y por ende de todos los Balcanes, vuelve a estar en el punto de mira de Occidente. Un polvorín que, si explota, afectará con su onda expansiva a toda Europa, como ha ocurrido repetidamente a lo largo de la historia.

Si existe una zona en Europa condenada por su geografía, esta es sin duda la región de los Balcanes. La historia de sus últimos cinco siglos se desenvuelve en medio de tres de los más grandes imperios de la historia: el otomano, el ruso y el austrohúngaro. La división de sus identidades nacionales refleja las diferencias culturales y religiosas de cada uno de esos imperios. Unas potencias que no solo intentaron influir en cada uno de los pueblos balcánicos, sino que no dudaron en lanzarlos unos contra otros en su beneficio.

Junto al juego político de las grandes potencias, dos grandes fuerzas han sido las que han marcado las relaciones entre los pueblos balcánicos. Una de separación y confrontación entre ellos, y otra de unión en una unidad superior, la “de los eslavos del sur” (Yugoslavia). El comunista Josip Broz “Tito” logró hacer realidad la unión tras expulsar a los nazis, creando el estado yugoslavo, uniendo los diferentes pueblos a través del comunismo y de su carisma. Su muerte en 1980 fue el inicio del desmembramiento del Estado que creó.

La guerra de la antigua Yugoslavia se zanjó en 1995 en los acuerdos de Dayton, donde serbios y croatas renunciaron a repartirse Bosnia. Pero aún quedaba un nuevo episodio trágico por dilucidar, curiosamente en el lugar donde comenzaron las primeras protestas contra el centralismo que los serbios estaban intentando establecer en Yugoslavia una vez muerto el mariscal Tito: Kosovo, lugar mítico para los serbios y donde en el siglo XIV los eslavos ortodoxos sufrieron una histórica derrota frente a los otomanos. Allí empezaron las protestas que iniciaron la guerra de Yugoslavia y allí se cerraría el trágico epílogo final.

El 90%, albanokosovar

Kosovo pertenecía a Serbia, a pesar de que un 90% de sus habitantes fuesen de origen albanés. La mayoría albanokosovar fue la primera en pedir autonomía en 1981, tras la muerte de Tito, pero quince años después no había logrado un Estado propio. Tras años de conflicto y de intervención internacional, los albanokosovares recordaron la importancia histórica de las grandes potencias a la hora de reordenar los Balcanes. Había llegado también la hora para formar su Estado, y para ello era necesario atraer la intervención internacional.

En 1996 surgió el autodenominado Ejército de Liberación de Kosovo, que comenzó a atacar y a emboscar las carreteras del territorio. Lo que empezó como ataques aislados fueron tomando fuerza y acaparando la atención de los medios occidentales. Sin embargo, el ELK no solo atrajo la atención de occidente, también sufrió la represión de los serbios. A la escalada de acción del ELK Serbia respondió elevando la su represión, a la vez que esta hacía aumentar la indignación internacional. Los albanokosovares supieron aprovechar el remordimiento de una Europa y una comunidad internacional que no habían logrado parar a tiempo las atrocidades de la guerra de Yugoslavia. A esto había que añadir las muchas cuentas por rendir con las que contaba el presidente serbio Slobodan Milošević. Todo junto propició la intervención de la OTAN y el bombardeo de Serbia durante 78 días. La guerra de Kosovo pondría fin a las guerras de la antigua Yugoslavia.

Respaldada por EE.UU.

Kosovo se convirtió en una zona autónoma controlada por una fuerza internacional y con un gobierno independiente de Belgrado. El 17 de febrero de 2008, el parlamento de Kosovo proclamó unilateralmente su independencia, respaldada por Estados Unidos y la mayoría de los países europeos, pero no por Serbia ni otros países como Rusia, China o el propio Estado español. Kosovo es una nación independiente de facto, pero con parte de su territorio, donde reside el 10% de la población que se considera serbia, mirando a Belgrado y no a la capital oficial de país, Pristina.

A la incapacidad del gobierno kosovar para imponer sus leyes y autoridad en la región de mayoría serbia, hay que sumar los conflictos violentos entre ambas comunidades se repiten cíclicamente. Además, Serbia no renuncia a Kosovo, territorio al que sigue considerando como propio y arrebatado por una intervención militar injustificable y legitimada solamente por una proclamación de independencia unilateral que, según el gobierno de Belgrado, violaría las leyes del derecho internacional.

Los intentos de mediación de la comunidad internacional, y muy especialmente de la Unión Europea de la que Kosovo quiere formar parte, se centran en lograr un acuerdo entre Belgrado y Pristina para normalizar sus relaciones y llegar a un acuerdo con el fin de estabilizar el país. Sin embargo, la intercesión entre Serbia y Kosovo resulta muy difícil. La parte serbia se niega a reconocer la independencia de su oponente, viendo cualquier cesión en este sentido como una claudicación y el adiós definitivo a lo que considera parte irrenunciable de su territorio. Pristina, a su vez, sostiene que toda concesión de autogobierno a favor de los serbios kosovares significaría abrir el camino a una futura secesión de estos territorios para unirse a Serbia.

La crisis de las matrículas

La crisis más importante en los últimos meses ha venido provocada por la decisión de las autoridades de Pristina de obligar a las comunidades serbias a utilizar en sus vehículos matrículas kosovares y no serbias. La protesta serbia en forma de bloqueo con camiones con matrículas serbias tuvo como respuesta el cierre de las zonas de mayoría serbia, impidiendo la entrada de vehículos. A su vez, se produjo la dimisión de cargos públicos serbios, ahondando aún más en el vacío de poder de la zona irredenta. La escalada de la tensión aumentó con tiroteos y disturbios entre ambas comunidades con el consiguiente riesgo del estallido de un conflicto bélico.

Kosovo, clave para Rusia o China

Pero, ¿cómo es que las tensiones en un país de casi dos millones de habitantes puedan atraer tanto la atención internacional? Muchas son las razones para ello. En primer lugar, Kosovo no solo significó el fin de las guerras de Yugoslavia. La intervención militar de la OTAN y el bombardeo sobre Serbia no contó con respaldo unánime de la comunidad internacional. Para muchos expertos, la intervención de la OTAN en Kosovo fue clave para el giro antioccidental de países como Rusia o China. Y la posterior declaración de independencia unilateral de hace 15 años, un hecho a debate aún hoy en día para muchos Estados sobre su legitimidad desde el punto de vista del derecho internacional.

A todo esto, no hay que olvidar el actual contexto de la invasión de Ucrania, cuya luz de fondo dibuja un panorama completamente diferente. El apoyo explícito ruso a Serbia y la retórica beligerante del líder serbio Aleksandar Vucic que, a pesar de mostrar claramente su anhelo de entrar en la Unión Europea, no duda en dejar claro que intervendrá en Kosovo si tiene que defender a los serbios que viven allí, no temblándole el pulso al poner en alerta al ejército serbio en los momentos más tensos de la crisis de las matrículas.

Alerta ante Rusia

Por otro lado, las advertencias del gobierno de Pristina sobre la posible intervención rusa no hacen más que elevar la tensión. Las últimas declaraciones de la presidenta de Kosovo, Vjosa Osmani, advirtiendo de que miembros del grupo Wagner se encuentran ayudando a paramilitares serbios para una hipotética intervención en su país deja claro que las espadas entre Serbia y Kosovo siguen en lo alto. Las nuevas rondas de mediación que se iniciaron en semanas pasadas bajo los auspicios europeos afrontan un enorme reto. Será difícil acercar posturas entre ambos países, y más con el décimo quinto aniversario de la independencia en plena celebración.

Pero existe un punto más de preocupación. La Republika Sprska, la entidad autónoma de serbobosnia, parece cada día más decidida a separarse de Bosnia y, de esta manera, hacer saltar por los aires los acuerdos de Dayton. Esto significaría la partición de Bosnia, el Estado cuya creación terminó con el episodio más cruento y traumático de las guerras de Yugoslavia. La tensión en Bosnia, sumada a la situación de Kosovo, hace que los Balcanes vuelvan a ser de nuevo un enorme foco de tensión para la comunidad internacional, que ve cómo el precario equilibrio que trajo la paz a la zona comienza a tambalearse.

El escritor bosnio Damir Ovčina expresó en una reciente entrevista su opinión sobre los Balcanes: “Puedo imaginar otra guerra, pero prefiero no pensarlo”. Quizás el pensamiento del autor bosnio refleja certeramente el sentimiento de Occidente al recordar las sangrientas luchas de Yugoslavia. Un período de tinieblas que parece que la invasión de Ucrania puede hacer resurgir. Un tiempo de barbarie que esperemos no volver a revivir.

18/02/2023