No nos gustan los lunes. Nos parece que es uno de los motivos por los que cada vez acude menos gente a los campos. Y en Anoeta y a la afición de la Real nos gusta estar, disfrutar y sufrir con nuestro equipo. A pesar de que nos lo pongan todo en contra. No vamos a hablar mucho más del mayor atropello que se ha perpetrado en el fútbol español, porque no merece la pena perder el tiempo con gente que sabotea nuestra pasión, pero la realidad es que ayer no había excusas. El jueves será otra historia, pero ante el Villarreal Imanol dispuso de mucho tiempo para preparar el duelo y contaba con suficientes efectivos y potencial para poder llevarse los tres puntos. Es cierto que el tener mucho menos descanso va a condicionar su recuperación, pero también lo es que ganar un encuentro tan luchado y trabajado, cocido a fuego lento en una guerra de guerrillas escalofriante por momentos, supone una inyección de moral imponente. De esas que hacen olvidar los dolores, las molestias y las agujetas.
Lo malo de este intento de robo a mano armada es que a nadie se le escapa que la Real va a tener que sacrificar mucha cuota de su alegría y desparpajo en el juego para intentar sacar partido de su versión más pétrea y hercúlea, esa que le permite hacerse fuerte sin conceder ni un centímetro al rival al que cierra a cal y canto todos los caminos que conducen a su portería. Y si es en Anoeta, ante 20.000 héroes que desafían el frío para arropar a los suyos, y encima consigue ponerse por delante en una contra, a nadie se le escapa que tiene mucho ganado.
No fue una acción aislada. Contaba Merino que cuando cortó el pase de Yeray en la final de Copa para siempre y dibujó el servicio más importante en casi cuatro décadas de la historia del club, no necesitaba ver la arrancada de Portu porque sabía que iba a aparecer a la espalda de la zaga del Athletic. A Oyarzabal le sucedió algo parecido en una Real de Imanol plagada en su funcionamiento de automatismos. El capitán no necesitó adivinar el sprint de Kubo para proyectarle casi sin mirar un gran balón en largo que el japonés hizo bueno con su decisión y confianza. Primero se adelantó pleno de fe a Parejo con un toque con la cabeza y después, al pisar el área, logró frenar para hacerle un caño a Kiko Femenía y superar a Luiz Junior con una rápida definición de crack, que alojó el balón en las mallas tras pegar en el poste. Un golazo. Es lo que tiene contar con jugadores diferenciales. El nipón es la gran estrella de la Real y de vez en cuando su magia marca las diferencias. Seguro que los presentes dieron por bueno arriesgar su salud cuando faltan tan pocos días para la festividad de San Sebastián por poder contar que ellos estuvieron ahí cuando Kubo marcó el golazo aquel tétrico lunes por la noche. Remiro y el esfuerzo al límite de todo el equipo realista hicieron el resto. 1-0, Cholismo obligado en Anoeta, pero honor y gloria a unos auténticos gladiadores que desafían todos los obstáculos que se encuentran en su camino y a los que tratan de cortarles el paso con decisiones y artimañas propias de los malos de las películas western. O, más moderno, de los más corruptos ladrones…
Con todo
Imanol lo dejó claro. Por ahora esta semana iba a ir con todo. Y su razonamiento es lógico, por mucho que en la mente de todos estaba precisamente la visita del Villarreal el curso pasado previa a la vuelta de la semifinal, cuando debió alinear casi al juvenil para evitar contratiempos y se le rompió Barrenetxea a los cinco minutos, lo que se sumó a que Oyarzabal luchaba contrarreloj para recuperarse a tiempo. Encima se perdió. Esta vez era diferente, el choque contra el Rayo corresponde a los octavos de final, no es la antesala de toda una final de Copa como lo era la comparecencia de los baleares, por mucho también que sea un duelo a vida o muerte. El choque ante el Villarreal, el rival más directo en la Liga, también adquiría una relevancia considerable, ya que, de perder de nuevo, se alejaría de forma definitiva con ocho puntos de ventaja. Además, venía de disputar solo el encuentro de Ponferrada desde el 21 de diciembre, por lo que el nivel de energía tiene que estar en máximos antes del maratón que les aguarda desde ahora.
Once de gala
Por lo tanto el oriotarra alineó a, probablemente, su mejor once posible, dado que contaba con la baja de uno de sus intocables, Zubeldia, por acumulación de amonestaciones. Aguerd y Zubimendi regresaban tras superar sus respectivas molestias y Aritz fue el elegido para formar pareja con el marroquí, para evitar un siempre impredecible tándem de zurdos en el eje de la zaga. Aihen también volvía en el lateral y Sergio Gómez continuaba sentando a Barrenetxea, el mejor revulsivo para la segunda parte que tiene a día de hoy Imanol. Por mucho que a ningún futbolista le convenza dicha etiqueta.
Marcelino, que venía de 20 días sin competir y de un triunfo en los siete partidos antes del parón, eliminación copera incluida, volvió a sorprender con muchas novedades en el once. Perro viejo, una vez más sembró de minas el centro del campo, en unos movimientos que no pudieron pillar en fuera de juego a casi nadie en Anoeta. Por cierto, con un gigante joven y poco conocido, Barry, en punta. Un 9 en teoría de los de verdad.
Se esperaba un encuentro incómodo, bajo un ambiente desangelado y gélido por el frío, y la primera parte cumplió las expectativas. Los realistas salieron fuertes por su banda derecha, en la que Kubo, tras un precioso caño, y Brais entraron con relativo peligro nada comenzar el duelo.
El orden y el músculo groguet no tardaron en controlar y dominar la situación y cada vez que recuperaba un balón se percibía el riesgo en Anoeta. Una pérdida de Sucic motivó una peligrosa contra que acabó en un buen pase de Gueye a Barry, quien, tras aprovechar el mal despliegue de Aihen, no logró encontrar portería gracias a la buena defensa de Aritz. A los 22 minutos, el croata disparó alto al estar mal perfilado en una interesante dejada de Kubo, pero el Villarreal atacaba más y sobre todo disponía de mucho balón parado para intentar aprovechar su superioridad física. En una de ellas, Kambwala cazó un balón suelto y Zubimendi despejó de cabeza a pesar de tener a Remiro bien colocado detrás.
Solo un minuto después, Sucic dispuso de la mejor ocasión antes del descanso con un chut que escupió el palo, aunque Soto Grado hubiese anulado el tanto por una clara falta de Brais, que no estuvo muy comedido en varias de sus entradas.
Poco más, lo habitual de dos equipos con supuesta vocación ofensiva que, cuando chocan, sacan su lado más conservador, lo que provoca partidos bastante trabados, aburridos y con muy pocas ocasiones y muchos menos goles.
Nada más reanudarse el juego, Foyth buscó un remate suave para sorprender a Remiro, cuyo despeje de puños se le había quedado corto. En el minuto 51 llegó la obra de arte de Kubo en una oda al contragolpe y con la Real en ventaja cambió por completo el decorado. El Villarreal dio un paso hacia adelante, sobre todo desde la entrada de Gerard Moreno, y la Real se remangó consciente de que lo único que le iba a dar los tres puntos era su capacidad de supervivencia para defender a capa y espada su ventaja. Porque de un segundo gol casi ni hablamos. Gerard estuvo a punto de lograr el empate en una mala cobertura de Aguerd a Aritz y a Baena se le escapó uno de esos disparos suyos que suelen tener mucho veneno. Sucic rozó la gloria beneficiado por un rechace, pero reaccionó bien el meta visitante. Cardona se volvió a topar con Remiro y en el descuento, con Aihen en plan héroe por el área, Gueye y Kambwala pusieron el corazón en un puño a Anoeta.
Tres puntos
Se acabó. Tres puntos de oro. Un golazo y los conceptos de equipo y resiliencia elevados a su máxima expresión. Esta Real tiene alma y cuando alguno le intenta hacer daño siempre saca fuerzas de donde no le quedan para lograr triunfos tan legendarios como el de aquella congelada noche en Anoeta. Con Kubo los lunes son menos lunes...